De acuerdo con el “Índice de Percepciones de Corrupción 2022” elaborado por Transparency International, en una lista de 180 países ordenados de menor a mayor, Uruguay está en el número 74, por delante de países como Bélgica, Japón, Reino Unido, Francia y Austria. Parecería que andamos bien en “honestidad material” de nuestros gobernantes. Sin embargo, a diario observamos en las redes y en los medios, una preocupante deshonestidad intelectual, tanto por parte de gobernantes como de militantes y ciudadanos de a pie. ¿Por qué sostenemos esto? Porque a nuestro juicio, hay muchas acciones que se juzgan con doble rasero.
Hay deshonestidad intelectual, por ejemplo, cuando grupos “proderechos” hacen marchas contra repudiables homicidios de mujeres a manos de hombres, pero callan cuando aparecen madres que matan a sus hijos o hijas, antes o después de nacer. El aborto y el infanticidio merecen al menos tanto repudio como el asesinato de mujeres.
Hay deshonestidad intelectual cuando los militantes del partido A, critican hasta el hartazgo a un gobernante del partido B, por presumir durante años de un título profesional que nunca tuvo; pero callan o justifican a un gobernante del partido A que procede de modo idéntico, presentándose como profesional cuando no lo es.
Hay deshonestidad intelectual cuando luego de haber criticado hasta el hartazgo a los funcionarios y gobernantes corruptos del partido A, los militantes del partido B no soportan las críticas que se hacen a ciertos compañeros de su propio partido, tras comprobarse actos delictivos más o menos parecidos a los que ellos les criticaban a los otros. Peca de ingenuo quien crea que en su partido no puede haber corruptos.
En definitiva, hay deshonestidad intelectual cuando los actos no se juzgan por su bondad o maldad, sino por quien los comete. Vale decir, si el que hizo algo malo es mi enemigo, entonces lo que hizo me parece horrible; pero si fue un amigo el que obró mal, le busco la vuelta para justificarlo. Incluso algunos llegan a justificar ciertas acciones con el patético: “ellos también lo hicieron”.
Es comprensible –y a veces noble– que gobernantes, militantes y ciudadanos defiendan a sus correligionarios de ataques injustos. Pero no cuando estos obraron objetivamente mal.
¿Existe alguna forma corregir la deshonestidad intelectual? Quizá lo primero sea ver si en nuestra sociedad aún quedan personas con suficiente honestidad intelectual como para no ser influenciadas por sus simpatías partidarias: personas capaces de juzgar los hechos con suficiente objetividad. Nosotros creemos que sí: son aquellos que, o bien no adhieren a ningún partido, o bien lo hacen débilmente a uno o a otro. El único problema con estas personas es que suelen creer que “todos los políticos son iguales”. Esto también es un error: porque no es lo mismo un partido en el que diez dirigentes mintieron sobre su título profesional, que otro donde lo hizo uno u otro donde no lo hizo ninguno.
No obstante, estas –y otras– personas pueden hacer mucho bien obrando a través de lo que se conoce como “instituciones intermedias”. Por ejemplo, los padres del equipo de fútbol al que pertenecía Mateo Miños de 8 años, asesinado en Paysandú junto a su madre, Giuliana Lara de 27 años, organizaron una marcha de silencio en repudio al doble homicidio. En ella se metió –sorpresiva e indebidamente– una activista que venía en otra marcha e incitó a los niños a repetir consignas feministas. Alguien la filmó, el video se viralizó, y cuando los padres se percataron de lo ocurrido, se indignaron y evaluaron iniciar acciones legales contra la mujer.
Esto demuestra que cuando en la sociedad hay instituciones intermedias no politizadas –clubes deportivos, asociaciones de padres, centros de estudios, comisiones vecinales, asociaciones profesionales, religiosas, etc.–, sus miembros son capaces de actuar con honestidad intelectual, buscando la verdad objetiva y el bien común. En casos como el mencionado, fueron capaces de iniciar acciones legales con el fin de determinar responsabilidades ante hechos que, en su opinión, perjudicaron a sus hijos.
Es fundamental que estas instituciones crezcan y se desarrollen para enfrentar, además, la peor deshonestidad intelectual –y material– de todas: la de aquellos que, con la excusa de alcanzar ciertos objetivos de desarrollo sustentable, pretenden imponer su ideología y apoderarse del mundo entero.
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