El primer partido de fútbol en nuestro país se registró en 1881 entre el Montevideo Cricket Club y el Montevideo Rowing Club, ambos fundados por grupos de inmigrantes ingleses. Recién diez años después se fundaría el Albion, primer equipo “uruguayo”. Recién en 1900 se fundaría lo que hoy es la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF). Los dirigentes políticos de un país que se desplegaba social y económicamente vieron rápidamente las posibilidades que despertaba un deporte de equipo que no requería más inversión que una pelota para que decenas de jóvenes se pudieran iniciar en el deporte.
El fútbol se convertiría en un gran mecanismo de integración social de esos inmigrantes que iban llegando a nuestro país con poco más que su voluntad de trabajar y su ánimo de formar familia. Es así que, en su mayoría hijos de italianos y españoles, empezaron a mezclarse en los campitos con los criollos. Sin saberlo, contribuyeron a fortalecer ese gran tejido social con el que hasta el día de hoy nos inflamos los uruguayos. El fútbol permitió unir al Mariscal Nasazzi, un hijo de inmigrantes lombardos, con un nieto de esclavos, como lo fue el gran José Leandro Andrade. Tres de las estrellas que luce en el pecho la casaca celeste se las debemos, entre otros, a este par de leones uruguayos, ambos nacidos en ese 1901 que prometía futuro a todos por igual, incluso a los que todavía no habían llegado.
A casi 100 años de la gesta de Colombes, hoy observamos preocupados un fútbol nacional amenazado por las mismas fuerzas extranjerizantes que con el tiempo se fueron haciendo espacio en la política, la sociedad y la economía nacionales. Casi sin darnos cuenta, en 2018 la más que centenaria AUF terminó intervenida por la FIFA, haciendo lugar a un reclamo de la Confederación Sudamericana de Fútbol, que aducía que la AUF no cumplía con “los requisitos de transparencia que establecen los estatutos de FIFA y Conmebol”. Paradójico que desde Asunción se le reclamara “transparencia” a una institución uruguaya con tanta historia como la AUF.
Inmediatamente, desde Paraguay se impuso el nombramiento de una “junta”, la cual abriría el camino a la extranjerización del fútbol nacional y el desplazamiento del poder de decisión de la AUF desde Montevideo a Asunción. Las consecuencias las vemos todos los días. Sociedades Anónimas Deportivas (SAD) que, controladas por opacos intereses, van reemplazando a las tradicionales sociedades civiles sobre las cuales se organizaban los tradicionales clubes de fútbol uruguayos. Balcanización del poder dentro de la AUF, licuando el poder de los clubes que mantienen a toda la estructura funcionando, a favor de organizaciones que lucen transparentes en la carta pero que terminan manipuladas por punteros regionales.
En los hechos, nuestro fútbol se ha convertido en absolutamente dependiente de un gran sultanato, emasculando en los hechos a nuestras autoridades formales, las cuales pasan a depender económica y políticamente del gran sultán sentado en Asunción. En el medio hacen su trabajo un puñado de “grandes visires” que intermedian entre el sultán y sus tributarios.
Todo muy británico y “transparente”, parecería que retrocedimos 120 años en el control de nuestro fútbol. Este es un tema que nos preocupa y sobre el cual continuaremos profundizando en próximas entregas.
Segundo Gómez
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