La población de nuestro país asiste en los últimos días a un aumento alarmante de la criminalidad. Con grandes titulares uno de nuestros principales diarios informa que el mes de mayo cierra con más del doble de homicidios que el mismo mes del año anterior. Y el problema no sólo preocupa por el aumento de las cifras de los homicidios, sino por la macabra crueldad con que se han venido consumando los últimos casos de muertes violentas.
Desde hace más de diez años, los informativos centrales televisivos que se han ido transformando paulatinamente en verdaderas crónicas rojas sorprenden cuando los locutores anuncian el ya casi cotidiano hallazgo del cuerpo de una persona -generalmente joven- acribillada a balazos y bajando la voz repiten “ajuste de cuentas” como si se tratara de una calamidad inexorable. Y es partir del 2017 que las estadísticas indican que la mitad de los homicidios no se aclaran. No hemos visto ni ONGs, ni marchas, ni organismos de juristas internacionales que condenen a esta flagrante violación de los Derechos Humanos.
¿Pero se trata de una realidad exclusivamente uruguaya?
Lamentablemente es un fenómeno mundial. Y no detengamos nuestra mirada en países consagradamente inseguros como México o Colombia o los de Centroamérica. Vayamos a la otrora venerada Europa, y dentro de ese “viejo mundo” evoquemos a Suecia, país paradigmático, considerada una de las naciones más seguras de Europa, con una envidiable calidad de vida y bajísimos índices delictivos que hoy se ha convertido en la capital continental de los tiroteos. A partir de 2018, subió al poco deseado primer lugar en muertes por bala en el continente, según datos de la Oficina Europea de Estadística, Eurostat.
Otro mítico país de convivencia cuasi perfecta era Dinamarca, con el aura que le concedía sus bellas jóvenes rubias y los famosos cuentos de Hans Andersen como “El patito feo”. Varios estudios dicen que Dinamarca tiene la mayor prevalencia de violencia sexual en Europa. El Ministerio de Justicia de Dinamarca estima que alrededor de 5.100 mujeres al año son víctimas de violación o intento de violación, mientras que la Universidad del Sur de Dinamarca elevó esta cifra en el año 2017 a 24.000, un número alto para un país con una población relativamente pequeña (5,8 millones). Amnistía Internacional advirtió que Dinamarca tiene una “cultura de la violación” generalizada.
Aunque Suiza estuvo considerada como uno de los países más seguros del mundo, la percepción de parte de su población sobre la criminalidad contrasta con esa perspectiva a escala global. ¿Qué indican las estadísticas? A pesar de ello, el 61% de la población suiza considera que la delincuencia ha aumentado en los últimos años y que los delitos se han hecho más frecuentes, según una encuesta de la Universidad de Ciencias Aplicadas de Zúrich.
Pensemos también en la espeluznante masacre de Texas de la semana pasada. Y en un mundo donde la delincuencia siempre obtiene armas y municiones, no es prudente pensar que desarmando a los privados es que se va a terminar con este flagelo.
En otro país escandinavo, también espejo, como es Noruega no hace muchos años sucedió otra masacre. Un joven llamado Andres Breivik, asesinó 77 personas y en su juicio se mostró orgulloso de su atroz crimen. Y no busquemos en ideologías para explicar esta extendida patología.
Pensemos más bien que se están apareciendo los frutos del vaciamiento del alma humana, como resultado del frío materialismo que lentamente se impuso en el mundo. Pensemos que en la literatura violenta del audiovisual es que se van modelando los niños la mayoría de los cuales pertenecen a familias desavenidas.
El aumento incesante de los delitos y de la criminalidad no tiene rango ni discrimina entre países superdesarrollados ni marginales. Y no se corrige solo con represión policial. Hay que volver a reeducar al animal hombre en nuevas bases.
El filósofo coreano formado en Alemania Byung-Chul Han critica a la humanidad moderna porque nos lleva “a un estado de anestesia permanente”. “El dispositivo de felicidad aísla a los hombres y conduce a una despolitización de la sociedad y a una pérdida de la solidaridad”, afirma.
Y agrega: “Según Nietzsche, dolor y felicidad son «dos hermanos y gemelos, que crecen juntos o que […] juntos siguen siendo pequeños». Si se ataja el dolor, la felicidad se trivializa y se convierte en un confort apático”.
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