Algo que destaca la era en la que vivimos es la confusión; todo se somete a relativismo, aunque haya pruebas científicas que desmientan ese relativismo. La condición de ser hombre o de ser mujer, así, es relativa, ya que en cualquier momento puede cambiar; la condición entonces de padecer tal enfermedad también debería ser relativa, siguiendo esa lógica; cuando se habla de la neurodiversidad de una manera tan ligera, es muy fácil caer en la idea de que “el problema no es tal”, es decir, lo que le pasa al autista es simplemente una forma de ver el mundo y no necesita ninguna rehabilitación y el que tiene que cambiar es el entorno. Pero científicamente se conocen las dificultades específicas de los niños con autismo, es decir, hay una explicación objetiva biológica que expone los problemas del autismo, e incluso en neuroimágenes se pueden observar las diferencias entre los cerebros. Quiero decir: el autismo sin duda es una forma de ver el mundo, pero –en un amplio espectro de funcionalidad, donde podemos encontrar casos leves, moderados o graves– necesita de apoyos para muchas áreas en las que presentan cierto déficit, y eso por más que quiera ocultarse es así.
Siguiendo esta línea, también se han podido ver diferencias objetivas entre el cerebro masculino y el femenino. Por ejemplo, el cerebro masculino es entre un 8% y un 13% mayor en tamaño. Además, las diferencias en los temperamentos tienen su razón de ser; eso que con frecuencia decimos a veces con humor de que las mujeres somos más complicadas, es que tenemos más predominancia en el hemisferio derecho, que es el más emocional y creativo, mientras que el hemisferio izquierdo es mucho más concreto y analítico. Para diversas tareas utilizamos ambos, pero siempre hay más predominancia de uno o de otro. Un hallazgo del científico Baron-Cohen dice que hay dos “tipos de cerebro”; están los que empatizan más y los que sistematizan más, y si bien hay mezcla de ambos, los hombres suelen estar más cerca del lado que sistematizan, y las mujeres más del lado que empatizan.
Otro interesante descubrimiento fue realizado en la Universidad de Pensilvania, donde se escanearon los cerebros de 949 hombres y mujeres, con edades de entre 8 a 22 años, y se encontraron ciertas diferencias. Según Ruben Gurr, uno de los autores del estudio, los hombres mostraron conexiones más fuertes entre la parte delantera y la parte trasera del cerebro; ello implica que son “más capaces de conectar lo que ven con lo que hacen, que es lo que necesitas hacer si eres un cazador. Ves algo, y debes responder de forma correcta”. Esto coincide con la capacidad de sistematizar, que está más presente en el hombre. En dicho estudio también se comprobó que las mujeres presentaban más conexiones entre el hemisferio derecho y el izquierdo, lo que demostró una capacidad de realizar múltiples tareas a la vez y en destacarse en aquellas que demandan mayor emocionalidad.
También respondemos diferente frente a lesiones cerebrales. Un dato curioso que me mostraron recientemente una de las clases de neuropsicología es que las mujeres vemos alrededor de 200 colores, mientras que los hombres solo 7. Para algunas cuestiones las mujeres somos más eficientes, para otras lo son los hombres, y esto se ha comprobado en vastas muestras de población.
Con todo ello no quiero plantear un artículo de diferencias de sexos, sino exponer con ejemplos que nos complementamos, que ambos sexos tenemos puntos fuertes y puntos débiles. Intentar plantear una guerra de sexos, como hacen ciertos colectivos enquistados en poderes internacionales, es ridículo. Nos necesitamos el uno al otro. En todo equipo de trabajo los resultados son visiblemente mejores cuando los grupos son mixtos. Las familias necesitan de una figura paterna y de una materna, los padres saben cosas que las madres no, y viceversa. Somos parecidos, pero también somos diferentes.
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