El buen Dios ha dado a algunos hombres una inteligencia y una sabiduría superlativa, mientras que a otros les ha permitido conocer y disfrutar la genialidad de los primeros, al tiempo que los alienta a difundir sus obras. Por eso hoy, quiero darle la palabra al cardenal Giacomo Biffi, quien en su libro La bella, la bestia y el caballero. Ensayo de teología inactual nos revela –con cristalina sencillez– en qué consiste el primer dilema de la vida del hombre. Dice Biffi:
“¿Qué es lo que ha determinado mi venida a la existencia? […] Las respuestas posibles en abstracto son dos: o detrás de mí hay una casualidad o un proyecto. Mi antecedente lo constituyen o el azar o un acto de decisión inteligente: toda otra hipótesis se manifestaría enseguida o como provisional o como apariencia. Y puesto que por casualidad se entiende ‘ausencia de un proyecto razonable’, las dos respuestas son contradictorias entre sí y no admiten soluciones intermedias: un ‘dilema’, por tanto. […]
Es totalmente irrelevante averiguar si el hombre proviene o no del mono; si la vida orgánica ha surgido o no espontáneamente de la materia inorgánica; si el sistema solar tiene o no su origen en una nebulosa inicial; si la aventura cósmica tiene o no su arranque en el ‘big bang’, esto es, en una explosión originaria.
Son problemas de naturaleza científica y ofrecen gran interés para los estudiosos de la biología, la paleontología, la astrofísica y quién sabe cuántas otras disciplinas. Pero para el hombre en cuanto hombre no tienen importancia existencial alguna. Cualesquiera que sean los procesos que han intervenido en mi prehistoria, lo que cuenta es si han sido casuales o voluntarios: es la única cuestión que merece la pena a la consideración del hombre independientemente de su contexto cultural.
Hay que advertir que ambas respuestas –una de las cuales tiene por fuerza que ser verdadera– […] demuestran mi dependencia de otro: un Otro, dotado de inteligencia y de voluntad en la hipótesis del ‘designio’; o un otro inconsciente y ciego, en la hipótesis del ‘azar’; pero siempre un otro. […]
Determinarse por una o por la otra de las dos hipótesis posibles tiene consecuencias decisivas para toda la existencia.
Si detrás de mí está la casualidad, esta se convierte en regla de mi vida. […] Quien no reconoce como premisa de su venida al mundo la verdad de un designio, tiene como ley intrínseca de su vida la ausencia de cualquier ley y como principio de comportamiento la negación de cualquier principio: la anarquía absoluta presidirá toda su conducta y todas sus acciones. Lo que ha nacido del azar, a partir del azar debe continuar.
Pero el hombre que así piensa se muestra en la realidad felizmente incoherente. Incluso los ‘ácratas’ más intransigentes y consecuentes […] aparecen sometidos para suerte suya a cientos de normativas interiores, a cientos de reglas férreas de comportamiento exterior; ordinariamente son incluso fieles adoradores de algunos ‘ídolos’, es decir, de algunos axiomas que, sin ninguna justificación racional, usurpan en ellos de alguna manera la función vital de la verdad.
Ya la misma fatalidad universal y absoluta de esta incoherencia nos revela lo inadmisible del origen casual.
Si, en cambio, detrás de mí existe un proyecto, entonces la norma es la búsqueda de mi consonancia personal con el proyecto que me ha querido a mí. Si he nacido de un acto de inteligencia y voluntad, entonces soy y debo ser un interlocutor consciente y libre. Si mi origen es el amor, entonces estoy llamado a vivir como una respuesta de amor. Si mi vida es fruto de un designio, tiene como significado la obediencia al designio que está antes que yo”.
Hasta aquí, el preclaro análisis del Cardenal Biffi sobre el dilema de nuestro origen. Es muy cierto lo que dice sobre la ineficacia de llevar al plano existencial, cuestiones como la teoría de la evolución, el big bang o la generación espontánea. El dilema central detrás de la existencia del hombre y del universo es siempre el mismo: o todo depende de la casualidad, o todo depende de un proyecto elaborado por una inteligencia y llevado adelante por una voluntad. La religión no es, por tanto, una suerte de sistema creado por el hombre para explicar el mundo que lo rodea y tranquilizar su conciencia. Muy por el contrario, es la respuesta concreta y de sentido común, a una de las dos alternativas del dilema. La otra, requeriría una increíble serie de casualidades…
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