Días atrás recibimos un texto titulado “Para pensar y repensar”, firmado por dos integrantes de la agrupación Volver al Origen-Espacio de los Pueblos Libres, de Cabildo Abierto. En su nota, Gonzalo Reissig y Pablo Galli afirman que “en este periodo de gobierno fue cuando más militares fueron presos sin procesos que brinden las garantías necesarias, encarcelando a personas enfermas y de tercera edad por hechos que ocurrieron hace cincuenta años”. Y recuerdan que, en aquella época, “los militares salieron a la calle por mandato de políticos ante un ataque a las instituciones y hoy los encarcelan”.
A continuación, comentan que tras “dos plebiscitos, la gente decidió dos veces dar vuelta la página, pero la legisladores que aterrados los llamaron, hoy con otros actores, les dan la espalda y no aceptan la voluntad popular”.
Luego, Galli y Reissiges recuerdan que en el referéndum “Vivir sin miedo”, se propusieron una serie de medidas que fueron rechazadas por la voluntad popular; y señalan que hoy se vuelven a promover algunas soluciones más o menos similares en otro referéndum.
El documento muestra la doble moral que existe entre quienes reclaman el apoyo de los militares cuando los necesitan, para luego olvidarse de ellos –en el mejor de los casos–, o para cuestionar la existencia de las Fuerzas Armadas –en el peor–, cuando pasó el momento de peligro o de necesidad. Compartimos plenamente estos dichos. Pero la doble moral de algunos políticos y actores sociales no termina ahí…
Ha habido legisladores y movimientos sociales que una y otra vez, legislatura tras legislatura, presionaron por todos los medios para que se aprobaran ciertas leyes, hasta lograr su objetivo. Sin embargo, ellos mismos –u otros de su misma ideología–, consideran “laudados” para siempre, temas como el aborto, el matrimonio igualitario, la ley trans o la ley que habilita la venta libre de marihuana. Y no aceptan, de ninguna manera, que otros grupos sociales y otros legisladores propongan la revisión de esas leyes, o bien su derogación.
Estos demócratas de pacotilla, encima, tienen el tupé de tildar de “antiderechos”, “fascistas”, “intolerantes” y otras lindezas a quienes piensan distinto, y a quienes en el justo y perfectamente lícito ejercicio de su libertad de expresión manifiestan ideas contrarias a las suyas.
No menos indignante, es la crucifixión de todo lo religioso en el ámbito público, mientras el Estado promueve sin tapujos –¡y con el dinero de todos!–, ideologías como la de género, cuyos disparatados postulados son cuestionados por un número cada vez mayor de padres, verdaderos rehenes de la educación pública. Así, no se permite emplazar un símbolo religioso como la imagen de la Virgen María en un espacio público como la Aduana de Oribe, mientras se tapiza la avenida 18 de Julio con banderas del arcoíris cada vez que se organiza una marcha de la diversidad…
¿Dónde está el respeto a la diversidad de posturas políticas, filosóficas y religiosas? ¿Por qué unos tienen derechos de reciente invención, y a otros se les niegan sus derechos más fundamentales? ¿Desde cuándo hay orientales de primera y de segunda categoría? ¿Acaso no dice el artículo 29 de la Constitución de la República que “es enteramente libre en toda materia la comunicación de pensamientos por palabras, escritos privados o publicados en la prensa, o por cualquier otra forma de divulgación, sin necesidad de previa censura; quedando responsable el autor y, en su caso, el impresor o emisor, con arreglo a la ley por los abusos que cometieren?
¿Es abuso querer proteger la vida de los seres humanos concebidos y concebidas, aún no nacidos y aún no nacidas? ¿Es abuso opinar que matrimonio solo debe decirse del compromiso estable entre un hombre y una mujer, y no de otro tipo de relaciones entre personas? ¿Es abuso considerar que la hormonización de niños es una forma de abuso? ¿Es abuso querer derogar una ley que facilita el inicio de los jóvenes en el dañino mundo de las drogas, espiral sin fin, con tantas consecuencias negativas para la vida de muchos?
Como católicos que somos, respetamos a todas las personas, aunque discrepemos de sus ideas. Jamás hemos discriminado a nadie por su estilo de vida o por sus convicciones. Por eso exigimos el mismo respeto: porque nos preocupa la doble moral de una sociedad que, mientras se vanagloria de su pluralismo, al menor desvío de lo políticamente correcto, no duda en cancelar –¡sin piedad!– al disidente.
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