El ciclo económico regional tiene mucho que ver con los vaivenes del dólar. Desde mediados de la década del ´70 a esta parte, cada ciclo de apreciación del dólar terminó en una crisis de balanza de pagos en Argentina, Brasil y Uruguay. Así ocurrió en 1982 y en 2002. ¿Será diferente esta vez?
Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, dos destacados economistas norteamericanos, escribieron hace ya una década un libro titulado Esta vez es diferente: ocho siglos de necedad financiera. Reinhart y Rogoff describen con precisión una historia cargada de casos de excesivo endeudamiento que derivan en grandes crisis financieras. En muchos de esos casos, los expertos del momento pretendían demostrar que “esta vez” era diferente, tratando de desacoplar la realidad de turno de la evidencia empírica. En el Uruguay de hoy, escuchamos con frecuencia a las autoridades económicas decir que nos hemos “desacoplado de la región” o que “estamos blindados”. Por tal motivo conviene enmarcar la situación actual dentro de una perspectiva histórica más amplia.
Las economías de América Latina son muy sensibles a los ciclos de apreciación y depreciación del dólar en el mundo, y Uruguay no es una excepción. La paridad del dólar respecto a las principales divisas es tanto o más relevante para nosotros que la tasa de interés que controla la Reserva Federal de los EEUU. ¿Por qué es así?
Si hiciéramos un estado de resultados consolidado del sector privado nacional no-financiero, encontraríamos que los ingresos provienen principalmente de las exportaciones de commodities, las cuales generan dólares. Por otra parte hallaríamos que los costos de producción -en su mayoría salarios, energía comprada al Estado, impuestos e intereses-, son principalmente en pesos.
Esta posición estructural del sector privado nacional lo beneficia ante una eventual depreciación del dólar en el mundo. Dado que el dólar se deprecia, todo lo que se mide en esa moneda tiende a subir de valor, sean otras divisas como el precio de commodities y activos reales. El resultado directo e inmediato es que aumenta el valor de nuestras exportaciones. En segunda instancia comienza a aumentar el valor de los activos domésticos medidos en dólares. Esto provoca un efecto de riqueza en economías dolarizadas como la nuestra, fomentando el consumo y reforzando el impacto positivo sobre la demanda. El aumento del consumo aumenta la recaudación, permitiendo al Estado aumentar el gasto al mismo tiempo que el déficit se reduce, reforzando aún más la demanda. Finalmente, con exportaciones al alza, un consumo robusto y un déficit fiscal que crece menos que el PBI -que resulta en menores tasas de interés-, se generan condiciones atractivas para atraer la inversión privada.
Lo anterior es posible porque al inicio del ciclo los costos en dólares tienden a subir a menor ritmo que los ingresos en esa moneda, consecuencia de la dolarización, la presencia de cierto grado de ilusión monetaria e inercias institucionales.
De esta manera la mejora en los resultados del sector privado tiene un impacto muy positivo sobre la economía en su conjunto. Es como si se produjera una cosecha record a lo largo y ancho de todo el país, beneficiando a todos los rubros de la producción exportadora.
Esto que aparenta ser un circulo virtuoso, resulta en un crecimiento de la economía por encima de la media histórica. Pero esta tendencia normalmente se revierte cuando el dólar comienza a apreciarse nuevamente en el mundo, inaugurando una nueva etapa del ciclo, aquella en la cual los costos en dólares crecen más rápido que los ingresos. El ciclo perdura hasta que el sector privado, ya en terreno de pérdidas, agota su capacidad de financiarlas, momento en el que se entra en una situación de turbulencia. Si en la etapa anterior del ciclo la economía funciona “en piloto automático”, en esta nueva etapa es donde comienza a ser relevante contar con un capitán experimentado, atento a los indicadores y con manos firmes sobre el timón.
Repasamos rápidamente los ciclos anteriores, comenzando con 1981, año en que asume Ronald Reagan la presidencia de los EE. UU. La economía venía con una política monetaria muy contractiva y Reagan le agrega una fuerte baja de impuestos. Esto produce una fuerte y repentina apreciación del dólar en el mundo que tuvo entre sus consecuencias la devastadora crisis del ´82 en toda América Latina. Solo tres años antes, argentinos y uruguayos estábamos disfrutando lo que se dio por llamar “plata dulce”, que describía un boom de consumo, construcción, importaciones, viajes al exterior, entre otros.
Más cercano en el tiempo encontramos el ciclo de apreciación del dólar entre 1995 y 2001 durante la presidencia de Bill Clinton. Igual que dos décadas antes, este nuevo ciclo encontró una región con tipos de cambio, fijos o administrados contra el dólar. Aunque tuvo un impacto menor que en el ´82, desencadenó una crisis que afectó primero a Brasil, luego a Argentina y finalmente a Uruguay.
No es sorpresa, en función del análisis anterior, que la recuperación observada a partir del 2003 haya venido de la mano de un cambio de tendencia del dólar en el mundo. De hecho, y a pesar del default y los Kirchner, Argentina creció a tasas similares a las de Uruguay hasta por lo menos el 2010, año en que muere Néstor Kirchner. A partir de ese momento la economía uruguaya logra desmarcarse de una Argentina que comienza a funcionar en función de los humores de su presidente. Esto fue posible gracias a medidas implementadas luego de la crisis del 2002, que nos dejaron mayor flexibilidad cambiaria, un sistema bancario más sólido y deuda externa financiada a largo plazo.
En 2012 se inauguró un nuevo ciclo de apreciación del dólar, lo que explica en gran parte la desaceleración de nuestra economía (el gráfico muestra claramente la altísima correlación observada entre el precio del dólar en el mundo y las tasas de crecimiento en Uruguay desde el año 2000).
Todavía no sabemos si esta vez va a ser diferente o no. Por ahora el ajuste lo absorbe casi enteramente el sector privado, algo que durará mientras aguanten las empresas. Mientras tanto sigue en aumento la carga del Estado, el déficit fiscal y la deuda pública; tres indicadores que se encuentran en niveles muy superiores a los que se observaban en el año 2000, en los albores de la crisis. El desenlace dramático es evitable si contamos con un gabinete de gobierno convencido del problema y enfocado en resolverlo. El país no puede esperar hasta el primero de marzo para tomar decisiones.
- M. Sc., Instituto Tecnológico de Massachussets, Contador Público.