En la universidad de Aberystwyth, cerca del pequeño pueblo epónimo en el País de Gales, se celebró el año pasado el centenario de la creación de la primera cátedra de relaciones internacionales. Esta joven disciplina académica – carente de las pretensiones científicas de la economía – se nutrió sin embargo de los nefastamente ricos acontecimientos del siglo XX para generar una absorbente literatura que mucho ha contribuido a la comprensión del comportamiento de los países en el marco global.
Rápidamente surgieron dos escuelas principales de pensamiento en contraposición. El “realismo” (inspirado en Hobbes) veía el mundo como un escenario en el cual los países se movían impulsados por egoísmo y afán de conquista como el hombre en su estado natural.
Esta escuela adoptó como estrategia central el “realpolitik”, concepto que describía aquellas políticas de enfoque práctico que tienden a buscar resultados concretos en base a realidades existentes, muchas veces a expensas de consideraciones éticas o solidarias. Una especie de “vale todo” en pos de las metas.
En cambio la escuela del “liberalismo” (inspirada en Woodrow Wilson tras el horror de la primera guerra mundial) depositaba su fe en la naturaleza social del hombre y su propensión a buscar soluciones tendientes a evitar vivir en pie de guerra permanente. El liberalismo fracasó rotundamente durante el período de entreguerras (1919-38), al no poder evitar la segunda gran conflagración (1939-45).
Pax americana
Sin embargo, y a pesar de la Guerra Fría (1947-91) que enfrentó a las dos potencias máximas, la segunda mitad del siglo XX perteneció a la escuela liberal. Las democracias anglosajonas vencedoras de la segunda guerra erigieron las instituciones supranacionales para garantizar una paz duradera sobre la base del crecimiento económico resultante de la gradual apertura comercial de los países.
Tan espectacularmente superiores fueron los resultados económicos de las democracias de mercado comparadas con las dictaduras de planificación central, que éstas implosionaron por peso propio. Pero en el mundo unipolar resultante, ensoberbecidos por su victoria, los adherentes al mercado llevaron su adoración a extremos ridículos, al punto de creer que los mercados financieros se autorregulaban.
De realpolitik a realeconomik
En su libro “Realeconomik” (Yale University, 2011), Grigor Yavlinsky – arquitecto de la transición rusa desde la planificación centralizada hacia el mercado libre – adapta el concepto de realpolitik al contexto económico para explicar la causa oculta de la crisis financiera del 2007 y la recesión resultante. Así definido, el realeconomik se caracteriza por la carencia de toda consideración moral o social en la actividad económica, reflejada en comportamientos irrestrictos en la búsqueda del lucro.
Algo de eso también hemos visto en el proceso de la globalización, con el desplazamiento de la producción y su impacto ambiental a países de bajo costo salarial y débil legislación ambiental. El apetito de los accionistas se sobrepone a consideraciones de lealtad y responsabilidad social para con las comunidades que dieron origen a la empresa y hoy quedan expuestas al desempleo. Otro ejemplo es el desprecio por el medio ambiente y la sustentabilidad de procesos productivos, que hipoteca la calidad de vida de generaciones futuras a cambio del enriquecimiento de las actuales.
Si el realpolitik es del dominio de los gobiernos en sus relaciones internacionales, el realeconomik – en cambio – es del dominio de las empresas multinacionales en su afán de globalización
Si el realpolitik es del dominio de los gobiernos en sus relaciones internacionales, el realeconomik – en cambio – es del dominio de las empresas multinacionales en su afán de globalización. Y con el avance de la globalización la relación de fuerzas entre gobiernos y corporaciones se ha invertido. Tanto en el mundo industrializado donde el proceso democrático ha sido tergiversado por las contribuciones de campaña de las grandes empresas (asegurándose así un gobierno atento a sus intereses), como en el mundo en desarrollo donde la mera relación de fuerza económica establece las jerarquías.
Temas de ubicación
Los últimos rankings mundiales (2019) por PBI sitúan al Uruguay en el puesto 80 con USD59 mil millones. Es decir, hay unos 79 países que nos superan en nivel de actividad económica. Pero si analizamos los rankings de empresas multinacionales por un concepto análogo (ventas anuales), nos encontramos que en el mundo existen unas 200 corporaciones que nos superan en valor, entre ellas 60 de los EE.UU.
A título simplemente comparativo, en nuestra escala nacional de operaciones podríamos situar a Pfizer (farmacéutica), Caterpillar (maquinaria), Anheuser Busch (cerveza) y Christian Dior (modas). En cambio el conglomerado papelero de UPM de Finlandia se ubica bastante por debajo en el orden de los 12 mil millones anuales. La empresa de mayores ventas mundiales es la cadena de supermercados Walmart (514 mil millones) que estaría en el puesto 25 en el ranking de los países.
Las cadenas de valor
Al ilustrar las fuerzas económicas relativas, se insinúa el impacto que pueden tener las decisiones corporativas en materia estratégica y operativa sobre las economías nacionales. La decisión de globalizar a ultranza en función del peso de la mano de obra en la “paramétrica” de costos implicó la creación de inmensas cadenas de valor agregado en los procesos industriales, donde cada insumo debía llegar justo a tiempo (just in time) para no detener la producción. La interdependencia de los procesos se magnifica al tener cada insumo su propia cadena de valor.
El COVID-19 ha demostrado la vulnerabilidad del sistema. La lección es que la estrategia de inventarios debe contemplar la creación de reservas de insumos que permitan autonomía de producción por un lapso prolongado, por si acaso (just in case).
¿La globalización en retroceso?
Puede que la pandemia fortalezca los anticuerpos de la globalización. Bajo la actual presidencia de Trump han crecido las tendencias aislacionistas de la principal potencia económica mundial. El Reino Unido ya abandonó el gran proyecto europeo donde hoy aparecen nuevas líneas de fisura. Para no ir tan lejos, crecen las discordias tanto políticas como comerciales dentro de Mercosur. La actual actitud argentina revela una fuerte prioridad de sus acuciantes problemas internos frente a sus compromisos regionales e internacionales.
En tal caso, tanto los países como las empresas multinacionales deberán repensar sus estrategias en cuanto a modelos de crecimiento. La mayor ventaja que tienen las empresas sobre los países es en el proceso de toma de decisiones. Las empresas poseen una sola cabina de mando y cuando toman una decisión activan todos los recursos disponibles en pos del objetivo.
Los gobiernos, en cambio, deben actuar por consenso y las decisiones económicas de los agentes económicos del país son totalmente autónomas. No existe una meta común sino una multitud de objetivos individuales, muchas veces en contraposición. Los países exitosos serán aquellos cuyos gobiernos puedan trazar y apoyar caminos que conciten el apoyo y la participación de las fuerzas productivas.
(*) Doctorado en Economía por la Universidad de Stanford. Ex Director Ejecutivo del Banco Mundial.