En anteriores oportunidades hemos dicho que la realidad que muestra el país es la de dos bloques políticos enfrentados, con sistemas de valores opuestos y con proyectos a desarrollar diferentes, que impiden implementar políticas de Estado hasta en aquellos problemas que exigen esa coincidencia para darles la continuidad y duración que reclama su complejidad.
Esa evidencia negativa se aprecia en materias de tal importancia como son la seguridad pública, la previsión social, la política tributaria y hasta en las relaciones exteriores.
El atentado al expresidente Donald Trump, felizmente fallido y tragedia recurrente en un país tan poderoso, trae el recuerdo del vil asesinato de John F. Kennedy que todavía nos hace estremecer de indignación. Frente a esa tentativa de magnicidio, las reacciones de los dirigentes políticos del mundo han sido, en forma casi unánime, de repudio a la violencia y de categórico rechazo, sin perjuicio de las diferencias políticas o ideológicas. Así se han pronunciado, entre muchos otros, el representante de la Unión Europea, Joseph Borrel; el canadiense J. Trudeau, Viktor Orban, Jair Bolsonaro, Javier Milei e infinidad de líderes políticos y también Lula Da Siva, Andrés López Obrador, Nicolás Maduro y Cristina Kirchner. Sin embargo, Miguel Díaz Canel, el títere cubano de los Castro, dijo textualmente: “El negocio de las armas y la escalada de violencia política en los Estados Unidos propician incidentes como el que ha tenido lugar en ese país”.
La frialdad del mensaje, que omite toda condena o repugnancia a la cobardía del agresor, sin la menor alusión a la figura del mandatario agredido, pone en evidencia que las diferencias políticas están muy por encima del sentido humanitario en la mente del cabecilla cubano.
Nuestro presidente, Dr. Lacalle, ha expresado también su condena al salvaje atentado, lo que supone también el sentir solidario de toda la coalición de gobierno. En cambio, no se ha conocido manifestación alguna de parte de los integrantes de la fórmula frenteamplista, pues ni Yamandú Orsi ni Carolina Cosse se han pronunciado al respecto.
Tampoco ha existido señalamiento alguno de parte del Pit-Cnt, tan propenso a acompañar manifestaciones de organizaciones sociales, o de los corruptos sindicatos argentinos, o de fechas celebratorias de personajes o acontecimientos de izquierda.
Nadie niega la controvertida personalidad de Donald Trump, a quien se califica de ultraderechista o fascista y se cuestiona su gobierno y su discutible accionar político. Sin embargo, salir indemne por milagro de un atentado contra su vida, con el puño en alto y aceptando el desafío, es posiblemente una carta de triunfo.
Conocidos son, por su magnitud histórica, los asesinatos de los presidentes estadounidenses Abraham Lincoln en 1865, de James Garfield en 1881, de William Mac Kinley en 1901 y de John F. Kennedy en 1963. También hubo un intento de asesinato contra Ronald Reagan en el año 1981, apenas dos meses después de haber asumido la presidencia de los EE.UU., en cuya ocasión sentimos a un dirigente expresar que en aquel país a los mandatarios no se les derroca, sino que se les asesina.
Independientemente de ese juicio, que no era solo una boutade, se ha de destacar, en vista de las reacciones diferentes de nuestras colectividades en temas de tanta notoriedad, la imposibilidad de que pueda existir una política de Estado en materia de relaciones exteriores, cuando el Frente Amplio –al estilo kirchnerista– acompaña a Cuba, a Venezuela, a Nicaragua por ejemplo, y los integrantes de la Coalición Republicana no comparten que se les pueda imponer ese sesgo.
La solidaridad expuesta frente al atentado del expresidente Trump se le expresa a un país que, por encima de cuestionamientos, le ha señalado al mundo su irrenunciable destino de libertad.
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