Occidente viene presenciando desde hace años el ejercicio de una forma de libertad algo excéntrica, que se aleja visiblemente de ese conjunto de valores que tienen su raíz en esa cultura greco-romana que sirvió de pilar a lo que todavía llamamos “civilización occidental”.
Esta civilización se construyó por más de dos milenios de forma gradual, y desde abajo hacia arriba. Las familias se fueron agrupando en tribus y las tribus fueron formando pequeñas ciudades. En el Peloponeso, estas polis se fueron asociando para defenderse del enemigo extranjero. Es así que comenzaron a desarrollarse las formas modernas de gobierno y se fueron moldeando los principios que hoy ostentamos orgullosamente. Uno de ellos es la libertad.
El cuidado por el equilibrio y las proporciones en la antigua Grecia permitió balancear los objetivos de libertad con otros valores humanos esenciales, como es el caso de la aspiración a la justicia, a la seguridad. En resumen, una vida digna, que los gobernantes de la polis debían procurar para sus ciudadanos.
Hasta hace relativamente poco, estábamos bajo la impresión que nuestra civilización había llegado a la cima de la perfección. Incluso algún aventurado cientista político llegó a declarar “el fin de la historia”, refiriéndose al triunfo de un supercapitalismo desenfrenado, por sobre las alternativas existentes de ordenamiento económico y social. Los vientos de la euforia de haber “vencido”en la Guerra Fría y el consecuente redireccionamiento de la inversión en infraestructura y defensa hacia un libertino hedonismo consumista, trajeron las tempestades actuales. Este caldo se venía cocinando desde hace tiempo, pero la pandemia ha dejado expuestas varias grietas en la construcción libertaria de las últimas décadas.
Estamos viviendo en una sociedad en la que un niño prepuber tiene derecho a pedir al Estado que le mutile los genitales y lo provea de inyecciones hormonales en un intento por jugar a los dioses y cambiarle el sexo. Pero esa misma sociedad que garantiza tal derecho, no permite en cambio que un grupo de camioneros canadienses se exprese libremente contra la imposición estatal de que le inyecten una vacuna producida privadamente y que fue impuesta sin oportunidad de ser testeada apropiadamente. En el primer caso el derecho del menor de edad prevalece por encima de cualquier otra consideración. En el segundo caso, mayores de edad son subyugados por un Estado solo nominalmente defensor de las libertades individuales.
Es la misma sociedad que defiende una libertad de prensa a ultranza, mientras esta garantice la difusión de ese conjunto de valores que se nos quiere imponer a fórceps y que se la edulcora con lo de políticamente correcto. Si alguien opina diferente a ese pensamiento único, debe ser “bloqueado”. Basta repasar los múltiples programas de televisión en nuestro país que en los últimos dos años destrozaron, y hasta humillaron públicamente, a todo aquel que osó dudar con la versión de la pandemia impartida por la OMS, la OPS, Bill Gates y toda la caterva de serviles subsidiarias y agentes locales. Algunos periodistas avezados empezaron a percatarse del error y desde hace algunos meses vienen dando un giro. Pero en el ínterin, todo aquel que se permitió diferir con la visión dominante debió circular con una “letra escarlata”, como en el cuento de Hawthorne. Extraño concepto de libertad.
¿Cuál es entonces la clavija que marca que un tema entra dentro del ámbito de libertad y otro no? ¿Quién maneja esas clavijas? ¿Alguien cree seriamente que no existen fuertes intereses económicos por detrás? Son pocos los que advierten que la libertad es un valor, pero el liberalismo no deja de ser una ideología, tal como lo el marxismo. Ambas tienen en común que no resultan de una evolución natural de la sociedad, sino que son construcciones humanas impuestas desde el Poder.
Confundir libertad con liberalismo ha sido el gran error de los últimos treinta años. Occidente confundió la victoria de la libertad, esa lucha de los Lech Walesa, con la imposición de una ideología neoliberal que poco había incidido en la victoria. Es justamente por ello que hoy tenemos un conflicto en Ucrania que casi nadie entiende y que tiene su raíz en esa gran confusión interesada que se nos impuso al final de la Guerra Fría.
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