El 19 de abril de 2023, en la sección “El Mirador de Próspero”, La Mañana publicó una interesante cita de Konrad Kellen, extraída del prefacio de “Propaganda: la formación de las actitudes de los hombres”, de Jacques Ellul (1965). Kellen sostiene que para Ellul, los más influenciados –e influenciables– por la propaganda moderna son, en la práctica, los intelectuales. Lo cual es paradójico, porque en teoría, la educación debería ser el mejor antídoto contra la propaganda. Kellen sostiene además que la educación condiciona la mente de las personas con una gran cantidad de información: a ese fenómeno, él lo llama prepropaganda. Como, además, los intelectuales son quienes absorben mayor cantidad de información, quienes tienen mayor necesidad de opinar sobre todo y quienes se consideran más capaces de juzgar por sí mismos, necesitan de la propaganda.
Ahora bien, una cosa es “educación” y otra, “educación moderna”. Santo Tomás de Aquino, sin ir más lejos, definía educación como: “conducir y promover a alguien hasta el estado perfecto de hombre en cuanto hombre, que es el estado de virtud”. Educar era para él ayudar a otro a adquirir virtudes, a hacerlas parte de su naturaleza. Este concepto de educación es muy distinto a la mera instrucción.
En efecto, la mera instrucción o ilustración, no sólo no es un antídoto contra la propaganda, sino que facilita su absorción por parte de los intelectuales. Este sistema –vigente desde hace doscientos años con muy pocas variantes– divide la realidad en materias que el alumno debe memorizar y/o dominar. Se diseca la realidad en compartimentos estancos y en sus aspectos particulares, pero sin una síntesis final que permita pasar de los particulares a los universales en una cosmovisión realista integral.
La escritora inglesa Dorothy Sayers en su conferencia “Las herramientas perdidas del aprendizaje”, advertía en 1947 que “si queremos producir una sociedad de personas educadas, capaces de preservar su libertad intelectual en medio de las complejas presiones de nuestra sociedad moderna, debemos hacer girar la rueda del progreso unos cuatrocientos o quinientos años hacia atrás, hasta el momento en que la educación empezó a perder de vista su verdadero objeto, esto es, hacia fines de la Edad Media”.
Sayers –que trabajó durante muchos años en una prestigiosa empresa de publicidad londinense– se sorprendía al ver que la gente se había “vuelto influenciable por la publicidad y la propaganda masiva, a niveles inauditos e inimaginables”. Se sorprendía además de la incapacidad que tenían las personas de su tiempo para entablar debates serios, para refutar argumentos, para moderar debates o para definir los términos de un texto o resumir… Ella sostenía que el gran defecto del sistema educativo moderno era que fallaba “en lo principal, esto es en enseñar a los alumnos cómo pensar: aprenden todo, excepto el arte de aprender. Es como si le hubiéramos enseñado a un chico, mecánicamente y empíricamente, a tocar una melodía en el piano, pero que nunca le hubiésemos enseñado las escalas, o cómo leer música”.
Y es que memoria no es conocimiento. Instrucción no es educación y menos aún sabiduría. Datos no es igual a información y tampoco capacidad de utilizar esa información para decidir. Para comprender lo aprendido, para poder procesar los datos sueltos y transformarlos en información útil, existe –afortunadamente– otro modelo educativo…
Si bien hoy muchos consideran que la educación clásica es un método anticuado, otros no sólo lo están usando, sino que están obteniendo con él resultados asombrosos. Por tanto, si queremos recuperar la capacidad de pensar y liberar las mentes de las nuevas generaciones de los influjos de la propaganda, no hay más remedio que volver a la educación en artes liberales. Una educación donde las materias no son más que un insumo para integrar saberes en una cosmovisión realista que culmina en los universales.
En suma, estamos de acuerdo con Kellen y Ellul en que la educación moderna no es un antídoto, sino un acelerador de la absorción de la propaganda por parte de los intelectuales de nuestro tiempo. Pero creemos que la causa es la educación moderna, no la educación a secas. Para librarnos de este problema, necesitamos volver a un modelo educativo capaz de formar hombres libres, capaces de pensar y decidir libremente su destino. Eso sí sería, a nuestro juicio, una auténtica transformación educativa.
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