“Todos los que conocen la historia de nuestro pasado saben que La Mañana nació en el ámbito nacional con un conjunto de grandes objetivos, entre ellos constituirse en fiel intérprete de las inquietudes y reclamos del sector rural. Sus fundadores y conductores fueron hombres de campo, algunos de ellos dirigentes de singular prestigio en aquellas épocas difíciles para la agropecuaria”.
Dr. Alberto Gallinal, La Mañana, 1 de julio de 1977.
El desarrollo del agro en nuestro país no fue casual. Y más allá de que se reivindique la figura de Hernandarias como el fundador del Uruguay ganadero, no se puede eludir el papel que cumplieron aquellos pioneros que modernizaron la ganadería en Uruguay a lo largo de su historia.
En ese sentido es importante rescatar la importancia que ha tenido el patrimonio humano en nuestra industria agropecuaria, porque fue gracias a la iniciativa de aquellos hombres y mujeres que componen la familia rural, que fue posible desarrollar la marca país que hace reconocibles nuestros productos en el mundo entero.
Así, desde la segunda mitad del siglo XIX, fueron apareciendo distintos precursores, como, por ejemplo, Domingo Ordoñana quien fuera además uno de los fundadores de ARU, o Pedro Manini Ríos, quien fuera además uno de los fundadores de la Federación Rural, que comenzaron a delinear las características de lo que sería más tarde la producción ganadera moderna. Y de esa forma ya desde 1930 en adelante la producción trató de adecuarse a las exigencias de la industria que requería de un tipo determinado de animales más jóvenes y de determinado genotipo.
En este contexto de modernización del agro se fue generando una cultura rural familiar como base, desde donde se proyectó el mejoramiento ganadero, agrícola, en definitiva, productivo, que ha llevado a Uruguay a entrar en mercados de alta calidad. Por otra parte, este desarrollo fue el motor del crecimiento del interior de nuestro país.
Sin embargo, en los últimos años diversas circunstancias –algunas ajenas, como el clima, otras provocadas por ineficientes políticas, como el atraso cambiario– ponen en riesgo el mermado capital humano que constituye nuestra mayor riqueza. Porque no hay que olvidar que es allí donde reside el verdadero conocimiento agropecuario, no sólo basado en los libros, sino principalmente en la práctica, desarrollado mediante el diario aprendizaje que implica el trabajo en el medio rural.
Además, en un mundo en que la producción de alimentos se vuelve un sector estratégico, hay que mirar con preocupación lo que viene sucediendo en la industria frigorífica donde la concentración por parte del Grupo Minerva Foods alcanza ya la categoría, casi podríamos decir, de monopolio.
Esto nos lleva a recordar la situación que vivió el país a principios del siglo XX con la concentración de la industria frigorífica por capitales ingleses y norteamericanos y que, tras provocarle daños y pérdidas al sector ganadero durante años, se buscó el modo de revertir esta situación, fundando en setiembre de 1928 el Frigorífico Nacional, que fue administrado por el Estado y los productores. Este fue considerado el primer paso para proteger a la industria y al trabajo nacional.
Escribía con encomiable vigencia sobre el tema el Dr. Alberto Gallinal en la edición especial por el aniversario de 60 años de La Mañana: “La aparición de nuestro diario en el año 1917, encuentra al país en pleno desarrollo ganadero y en forma especial la industria frigorífica debido a que en ese entonces nos encontrábamos en plena guerra mundial. Nuestro país conjuntamente con Argentina fue uno de los principales abastecedores de las grandes fuerzas movilizadas en aquella conflagración, que contribuyó sin duda a nuestra creciente industria. En ese entonces todo el comercio de exportaciones de carne en el Río de la Plata estaba dirigido y controlado por poderosos trust norteamericanos e ingleses. Estos grandes capitales absorbieron prácticamente la totalidad de las plantas frigoríficas instaladas en el país. Esta situación perjudicaba enormemente a los productores de esa época, ya que imponían los precios de los ganados que arribaban al mercado nacional. Bastaba solamente que los frigoríficos se pudieran de acuerdo en la fijación de las cotizaciones, para que los remitentes sin otra alternativa, se sometieran a las condiciones impuestas, dado que volver con sus haciendas hacia sus establecimientos les ocasionaba enormes pérdidas”.
Lamentablemente, poco más de un siglo después de estos sucesos, nos encontramos con una situación que puede resultar similar. Y como ya nos han enseñado nuestros mayores, delegar un negocio estratégico para nuestro país en manos foráneas es un craso error que terminaremos pagando caro.
Por otra parte, no se puede obviar que para cuidar el actual desarrollo agropecuario hay que cuidar el patrimonio humano rural. Porque en una época en que la concentración de capitales puede poner en jaque nuestra producción y en que la cultura globalista les enseña a los jóvenes a alejarse del campo y del esfuerzo, se hace imprescindible proteger a nuestra población rural.
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