El próximo domingo Emmanuel Macron y Marine Le Pen se enfrentarán en la segunda ronda, instancia electoral de la cual emergerá el próximo presidente de Francia.
Como ya viene ocurriendo en otras partes del mundo desarrollado, esta elección no es entre dos partidos tradicionales. Tampoco se puede enmarcar dentro del tradicional esquema de izquierdas y derechas y, mucho menos, entre las grotescas caricaturas que de los candidatos hace una propaganda mal intencionada para captar incautos. Prueba de ello es que a pesar del llamado del izquierdista Melenchón a votar por Macron, la mayoría de sus votantes en primera vuelta optarían, según los sondeos, por votar en blanco o anulado.
Gary Gerstle, profesor de historia en la Universidad de Cambridge, explica muy bien este fenómeno en su último libro, titulado “El ascenso y la caída del orden neoliberal (1970-2020)”, según el cual presenciamos el surgimiento de un nuevo mundo; uno que sucederá al orden político neoliberal que, como tal, está muerto. Para Gerstle, el neoliberalismo es un credo que además de valorar el libre comercio de bienes, la libre circulación de capitales, personas e información y celebrar la desregulación, promueve el cosmopolitismo como valor cultural. La contracara es que la resultante globalización económica, regulatoria y cultural ha demostrado por un lado haber sido demasiado permisiva con la desigualdad económica, y por otro ha debilitado las organizaciones sindicales que protegen los derechos de los trabajadores occidentales. En verdad, un proceso con tales características solo pudo consolidarse –según Gerstle– luego de la salida de escena del comunismo como orden político y económico alternativo.
Según el politólogo francés Jerome Fourquet, el ascenso de Marine Le Pen en la política francesa tiene mucho que ver con el mismo proceso descripto por Gerstle. En la década de los ´80 Francia empezó a mostrar los primeros síntomas de un proceso que denomina “La gran metamorfosis”, cuando empezaron a producirse los primeros cierres de plantas automotrices, dando fin al período de los “Treinta Años Gloriosos” que siguieron al fin de la Segunda Guerra Mundial.
Bastante más adelante, en 2005, los ciudadanos franceses rechazaron la Constitución Europea en un referéndum, a pesar de que contaba con amplio apoyo de los medios y dentro del sistema político. Por supuesto, el resultado fue ignorado por la “intelligentsia” en Bruselas, en un rapto de “calidad democrática”.
En “El archipiélago francés”, Fourquet describe una Francia totalmente fragmentada, ganada por lo que denomina una secesión de las élites, dividida por el empoderamiento de nuevas categorías populares y debilitada por el establecimiento de una sociedad multicultural. Esto hace que la usual división entre la Francia urbana y la periférica (los “banlieus”) no sea más que una simplificación. Fourquet va más allá, resaltando que esta falla no solo es visible dentro de las grandes metrópolis, sino que en la actualidad alcanza incluso a las ciudades medianas. “El grado de archipelización de la sociedad francesa que observamos es la consecuencia de fenómenos arraigados desde hace treinta o cuarenta años y que no serán tan fáciles de combatir”, afirma el intelectual francés.
En suma, la elección del próximo domingo en Francia no es entre izquierdas y derechas sino entre dos avezados dirigentes que trascienden las etiquetas. Emmanuel Macron ya no es aquel imprevisto candidato que proveniente del mundo empresarial –y en particular del financiero– que sorpresivamente accede a la Presidencia de Francia, subestimado por muchos que lo consideraron un inexperto outsider. Lentamente, en el ejercicio de la Presidencia, fue mostrando condiciones de gobernante y últimamente mostró gran preocupación por la crisis del este europeo, que desembocó en la invasión de Rusia a Ucrania. Seguramente algunas drásticas medidas, como la dura represión de los “chalecos amarillos” (gilets jaunes), le van a jugar en contra.
Marine Le Pen ha ido develando dotes de experiente estadista, con una imagen de dirigente serena, que contrasta con el turbulento Frente Nacional fundado por Jean Marie Le Pen, su padre, al cual expulsó del partido por sus pocas felices manifestaciones. El partido rebautizado por ella como Agrupación Nacional está integrado por un 29% de jóvenes y más de un 50% de trabajadores asalariados. Time la ha presentado como una de las 100 personas más influyentes del mundo.
Nadie ha afirmado que el balotage del próximo domingo sea demasiado reñido, ni un final de bandera verde. Pero en una nación como Francia, con una ciudadanía del nivel cultural de un pueblo que supo captar el patriotismo y la profundidad del alma de Charles De Gaulle, el resultado es imprevisible.
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