¡Sean los orientales tan ilustrados como valientes!
Este mandato imperativo encarnó nuestro prócer desde siempre, consciente de que no había otra manera de independizarse. Con el mismo espíritu y vocación, Abraham Lincoln en plena guerra civil en 1863 creó por ley la Academia Nacional de Ciencias. Era consciente de que por más que ya habían logrado su independencia política 87 años antes, les faltaba su independencia económica y no había otro camino que invertir en la industria del conocimiento para hacer despegar al país. Esta era su principal motivación y no liberar esclavos, como muchos piensan, sino que, por el contrario, los utilizó para dar origen a su propósito. Artigas, casi cincuenta años antes, en plena revolución oriental en 1816 funda la Biblioteca Nacional, semillero y germen de las grandes transformaciones culturales y personales de nuestro país.
Curiosas similitudes, ambos federalistas, humanistas y con una gran visión de futuro. Si volvieran, harían la reivindicación de lo mismo.
Aunque José Gervasio Artigas no estaba directamente involucrado en el desarrollo científico de la Ilustración, su adopción de principios ilustrados como la razón, la igualdad y la justicia influyeron en su enfoque político y social. La Ilustración promovió el pensamiento racional y crítico, así como la aplicación de la ciencia y la razón en la mejora de la sociedad. Aunque Artigas no era un científico, su defensa de la igualdad de derechos, la participación popular y la autonomía regional reflejaban los ideales ilustrados que buscaban el progreso social y político a través del pensamiento racional y la aplicación de principios universales. En este sentido, se puede ver en Artigas una manifestación de los valores y principios de la Ilustración, aunque su enfoque estaba más centrado en la política y la lucha por la independencia que en el desarrollo científico en sí mismo.
La relación entre José Gervasio Artigas y la ciencia se puede establecer a través de su visión de la educación como un medio para el progreso y la participación ciudadana. En primer lugar, Artigas reconoció que la educación científica era esencial para el avance de la sociedad. Promover la alfabetización y la educación básica no solo permitía a las personas comprender mejor el mundo que los rodeaba, sino que también sentaba las bases para una comprensión más profunda de los principios científicos y tecnológicos.
Además, el énfasis de Artigas en la igualdad de oportunidades educativas también tenía implicaciones para el desarrollo científico. Al brindar acceso a la educación a todas las personas, independientemente de su origen socioeconómico, se fomentaba la diversidad de perspectivas y talentos en el ámbito científico. Esto podía llevar a una mayor innovación y descubrimiento en todos los campos científicos.
Por último, la promoción de Artigas de una sociedad libre y justa, basada en principios de igualdad y participación ciudadana, también podía contribuir al avance de la ciencia. Una sociedad donde todos tienen voz y acceso a la educación está más inclinada a apoyar la investigación científica y a valorar el conocimiento científico como un bien común que beneficia a toda la comunidad.
En resumen, la visión de José Gervasio Artigas sobre la educación como un motor del progreso y la participación ciudadana tiene implicaciones directas para el desarrollo científico al fomentar la alfabetización científica, la igualdad de oportunidades educativas y una sociedad que valora y apoya la investigación científica.
Esa línea de pensamiento y acción se continúa hasta el día de hoy en Estados Unidos, pero no pasó lo mismo acá, donde recién ahora, con la reforma educativa, se encaró diligentemente el tema. Los resultados están a la vista y esta es la principal causa de nuestro estancamiento. En El Uruguay que nos debemos, nuestro querido Ricardo Pascale hace profunda argumentación de lo estratégico de invertir más y mejor en ciencia, tecnología e innovación. Y en su otro libro, Del freno al impulso, dice: “Hace más de un siglo reinventamos la escuela de una sola habitación y creamos escuelas tipo fábrica para la economía industrial. Hoy es prioritario volver a imaginar las escuelas para el siglo XXI. Necesitamos centrarnos más en enseñar la habilidad y la voluntad de aprender y traer al aula tres ingredientes poderosos de la motivación intrínseca: el juego, la pasión y el propósito. Nuestros chicos deben aprender conceptos y creatividad más que hechos” (página 178).
La educación tiene que hacer ese cambio: preparar a los niños y jóvenes para poder inventar su trabajo, pudiendo innovar y así crear valor para ellos y para el país.
En suma, de la misma manera que los uruguayos supimos unirnos para recuperar la democracia y el poder político en los años ochenta, deberíamos volver a unirnos para recuperar el poder económico que hemos perdido a partir de los cincuenta. Apoyemos de una vez por todas esta reforma educativa basada en procesos de aprendizaje con metodologías activas que está logrando el despertar de un nuevo Uruguay, natural siempre, y además innovador y tecnológico.
Juan Ignacio de Lisa
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