Es condición peculiar de la muerte de estos hombres ilustres que, en la impresión que nos causa, se mezclen paradójicamente la sensación de una ausencia irreparable y la de una presencia persistente y triunfal, que la muerte no es capaz de aventar con sus alas de sombra. Tal en este caso. Río Branco ha muerto; pero, señalando al histórico palacio que fue como el capullo de su actividad extraordinaria, puede decirse con la frase famosa que “todavía está allí”. “Todavía está allí”, por la segura permanencia de una política internacional de equidad, de concordia, de solidaridad americana, que ya no vacilará en las relaciones del Continente, como no vacilan las cosas que giran sobre su eje o descansan sobre sus quicios. “Todavía está allí”, por el desenvolvimiento incontrastable de los destinos de un gran pueblo, que él completó en sus delimitaciones geográficas y orientó en sus rumbos nacionales, con el impulso definitivo de su mano titánica. “Todavía está allí”, por la renovación de su consigna y de su ejemplo en discípulos de orden superior, a quienes toca continuar su obra y en quienes la dulce persuasión de su memoria augusta será la más eficaz energía de consecuencia y de perseverancia. “Todavía está allí”, ¡y estará siempre! Y frente a la maravillosa bahía, pórtico inmenso de un mundo de encantos y opulencias, el viajero que vea levantarse la vigilante majestad del Corcovado, del Pan de Azúcar, del Tijuca, verá desplegarse también la gran sombra tutelar, no tendida é indolente, como la del gigante deitado, sino de pie, erguida de toda su talla, como el faro puesto en las cumbres para señalar un derrotero inmutable de justicia y civilización.
Rodó y el Brasil. El tema de las vinculaciones de Rodó con el Brasil, tema cuya importancia no condice con la escasa cantidad de los testimonios que permitan documentarlo, debe ser encarado, principalmente, a partir de tres piezas fundamentales. Todas ellas nos ponen en presencia del Rodó orador; las tres lo muestran, si no en el campo exclusivo de lo político, en relación a un hecho político de verdadera significación: el tratado de límites Merín-Yaguarón entre los Estados Unidos de Brasil y la República Oriental del Uruguay, tratado que culminara el 7 de mayo de 1910 con el canje de las ratificaciones efectuado en Río de Janeiro. Conviene insistir desde ya en que, a cambio del ensayista cuidadoso, del escritor de gabinete, orfebre desvelado de la palabra y de la forma, hemos de recuperar para la atención de nuestro público una faceta poco transitada de José Enrique Rodó; faceta que, por lo común, ha escapado a la consideración de sus críticos, pero que nos permite vislumbrar, en la polivalente personalidad del escritor, excelencias aun no suficientemente valoradas. Porque, en efecto, si el interés de la crítica se ha encaminado hasta ahora, y en forma preferente, a su obra escrita o, mejor, a la obra que encuentra su destino y su permanencia en la página impresa, no menos digna de cuidado es esa otra forma de expresión, la oratoria, que José Enrique Rodó explayó, si no en forma abundante siempre señera, en el transcurso de tres legislaturas y en múltiples circunstancias de su vida pública. Y cuando, por fin, llegue la ocasión de escribirse el ensayo, ya impostergable, sobre el Rodó orador, el Rodó político y sociólogo –pues no otras que la sociología y la política son, fundamentalmente, el contenido de esa su oratoria– las tres piezas que reclaman ahora nuestra consideración habrán de ocupar un sitio de bien ganada prioridad.
De esos tres discursos, dos, los dos primeros, fueron pronunciados por José Enrique Rodó; el tercero, que materialmente quedó en el plano de los borradores, no llegó a ser pronunciado. A la condición de inédito de este último –cuarenta años después y en el primer número de la Revista del Instituto Nacional de Investigaciones y Archivos Literarios de Montevideo vieron por primera vez la luz, en forma orgánica, aquellos borradores– puede sumarse la virtual condición de inédito de los otros dos; porque recogidos en publicaciones periódicas de su época y –es el caso del segundo– en el Diario de Sesiones de la Cámara de Representantes, nunca posteriormente, ni en vida de Rodó ni después de su muerte, fueron reproducidos (Texto de José Enrique Etcheverry).
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