Un conocido precepto de administración enseña que para resolver un problema lo más importante es poder reconocer que el problema existe. Si seguimos atentamente la discusión pública acerca del nivel del tipo de cambio en Uruguay, podemos advertir rápidamente que el BCU aún no ha admitido la situación en la que ha embarcado a la economía, por lo que todavía estamos lejos de evaluar posibles soluciones.
En efecto, mientras la mayoría de los agentes económicos reclama sobre un atraso cambiario cada vez más evidente, el BCU sigue con su mira puesta en bajar la inflación, subiendo las tasas de interés en un intento de incidir sobre expectativas que considera desancladas. Esto lo explicó claramente el Ec. Javier de Haedo en su columna en El País el lunes pasado, sosteniendo que “se equivoca el BCU” ya que “las expectativas no están desancladas” y advirtiendo que lo que ocurre es que el anclaje de expectativas “no coincide con el que el BCU pretende”. Cualquier navegante sabe cuán indeseable es quedar mal anclado en medio de una tormenta; puede ser incluso tan peligroso como quedar al garete.
Resultaría más sencillo reconocer el problema si todos los agentes compartieran un mismo indicador para medir el grado de desalineamiento cambiario. Nuevamente aquí el BCU utiliza un modelo interno –al que llaman “modelo de tipo de cambio de fundamentos”, como si existiera una alternativa “infundamentada”– que resulta difícil de comprender para un observador no experto en temas económicos, por lo cual no cumple la función que debería tener un indicador. Pero si al menos este intrincado indicador arrojara resultados similares a los de un simple cálculo de tipo de cambio real, podría dejarse pasar como un berretín de académicos con demasiado tiempo. El problema es que su medición pareciera no encenderles ninguna luz de alarma, como un piloto que aterriza por instrumentos en un día diáfano sin observar que la pista está corrida un kilómetro… Es posible que la raíz del problema se encuentre que hay demasiada gente y tiempo para hacer modelos, en lugar de recorrer el territorio y observar la realidad directamente.
También se aprecia cierta disonancia en lo que refiere al verdadero origen de las ventas de dólares que han provocado un desplome en su cotización. Por un lado, el equipo económico sostiene con firmeza que hasta ahora no se han observado ventas especulativas de dólares por parte de agentes del exterior. No obstante, los agentes de mercado comentan por estos días que bancos extranjeros que operan en plaza han estado activos vendiendo dólares por cuenta de fondos extranjeros para comprar Letras de Regulación Monetaria. ¿Hay o no hay entrada de fondos de afuera? ¿Quién está comprando esos dólares?
Un argumento manejado por las autoridades es que las mayores ventas de dólares se explican por un nivel récord de exportaciones. Efectivamente, en el acumulado del año hasta setiembre, estas crecieron un 30% respecto al mismo período del año anterior. Pero, ¿y las importaciones no subieron? ¿O el precio de los insumos no aumentó al mismo ritmo que los precios de exportación y en algunos casos mucho más? No podemos ignorar tampoco que el ingreso de divisas por turismo se encuentra mil millones de dólares por debajo del promedio prepandemia. De cualquier manera, el indicador correcto para medir la presión neta sobre el tipo de cambio es el saldo de la cuenta corriente, que al menos –hasta el segundo trimestre del año– se encontraba estable en el entorno de -1.5% del PBI en términos anualizados. Hablar solo de las exportaciones implica un retroceso en la transparencia que ha caracterizado hasta ahora a las autoridades económicas.
A la confusión anterior se agregan las minutas del COPOM que desnudan a veces cierto grado de ambigüedad sobre el verdadero significado del concepto de “libre flotación”. A modo de ejemplo, en el comunicado del 6 de junio pasado se informaba que en el período bajo análisis no se habían concretado intervenciones del BCU “en los mercados spot o plazo, más allá de las ventas forward pactadas con empresas públicas”. ¿Cómo debemos leer esto? ¿Las ventas de dólares forward a las empresas públicas no son ventas de dólares? ¿No es esa una intervención? ¿Por qué es que estas operaciones no se transparentan y no se fuerza a las empresas públicas a comprar dólares en el mercado?
En fin, lo único cierto es que el tipo de cambio nominal se viene desplomando y que las continuas subas de tasas abren una nueva temporada de caza para los especuladores. Esto solo tenderá a agudizar el problema y para cuando los modelos del BCU logren ajustarse a la realidad, la dimensión del desfasaje será probablemente mayor.
Es harto sabido que una política de suba de tasas de interés en una economía dolarizada y con total libertad cambiaria produce apreciación cambiaria. Si, además, los agentes perciben que el objetivo es bajar la inflación a toda costa, percibirán una apuesta unidireccional que los alentará a vender dólares. Si a esto agregamos que el BCU facilita la entrada y salida de estos fondos con mecanismos de cambio “a medida del inversor” y que el BROU está prácticamente ausente del mercado de cambios, entonces habremos fabricado un nirvana para la especulación. Por algo Jamie Dimon estuvo visitándonos; se habrá preguntado cuál es el modelo que utilizamos dentro de nuestro BCU, de la misma manera que los secuaces de Bill Gates vinieron a aprender cómo producimos carne de verdad.
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