Los años 50 fueron una década decisiva no solo para Brasil, sino también para toda América Latina. Bajo la presión de graves problemas sociales y económicos, los líderes latinoamericanos empezaron a volcarse hacia los nuevos Estados postcoloniales independientes. Pero si bien encontraban similitudes estructurales con estos países, también los percibían como rivales en la competencia global para captar la atención del Primer Mundo. Dado que la mayoría de las naciones latinoamericanas habían alcanzado la independencia a principios del siglo XIX, la región se diferenciaba en este aspecto de los nuevos Estados independientes y poscoloniales que surgieron en África y Asia en la década de 1960. Debido a este legado histórico, las estructuras políticas e institucionales de América Latina eran comparativamente sofisticadas. Brasil, por ejemplo, podía preciarse de contar con un servicio diplomático profesional, una red de universidades y una economía semiindustrializada. Al menos en su autoimagen, Brasil partía de un nivel diferente.
El giro de la política exterior brasileña hacia el bloque Oriental y los países no alineados se inició durante la presidencia de Juscelino Kubitschek, que llegó al gobierno en 1956. En 1958, Itamaraty (el Ministerio de Asuntos Exteriores brasileño) abrió negociaciones comerciales con varios países de Europa del Este –Polonia, Checoslovaquia y Hungría–, así como con la República Democrática Alemana. Y a pesar de las protestas de Estados Unidos, Kubitschek restableció las relaciones comerciales con la Unión Soviética a finales de 1959. Este reposicionamiento no solo tenía una motivación ideológica: los responsables políticos brasileños estaban muy preocupados por la creación del Mercado Común Europeo y sus repercusiones en la proyección comercial de América Latina. Así, al cerrarse las opciones políticas con los socios tradicionales, hubo que buscar nuevas asociaciones. El cambio de política estuvo motivado, en primer lugar, por la necesidad de diversificar la base económica de Brasil y sus relaciones económicas tanto a nivel regional como mundial. Sin embargo, Kubitschek también quería posicionar a su país como “mediador entre el primer y el tercer mundo”, y expresó sus aspiraciones de convertirlo en líder del grupo de países emergentes del Tercer Mundo. Los dirigentes brasileños razonaban que la historia del país y su carácter comparativamente avanzado convertían a Brasil en el candidato ideal para desempeñar ese rol regional, análogo al de India en Asia.
Extraído de “Brasil y el movimiento No Alineado”, de Stella Krepp, publicado en “América Latina y la Guerra Fría Global” (University of North Carolina Press, 2020)
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