No son lejanos los tiempos en que los economistas locales se deshacían en alabanzas hacia el modelo chileno. Esta profesión de fe llegó a convertirse en un bien ganancial de esas izquierdas y derechas autodefinidas “moderadas”, que dominaron también los gobiernos uruguayos desde 1985 hasta hoy. De esta manera, la convergencia ideológica hacia el proyecto neoliberal promovido y financiado por las economías centrales, logró en nuestro país la inverosímil proeza de convertir en indistinguibles los discursos de Bensión, Astori y sus sucesores. Como para que no queden dudas del genuino apego de este arco intelectual al valor de la libertad, cabe evocar que Friedrich Hayek, pope máximo del credo neoliberal, llegó a afirmar que hubiera preferido un dictador económicamente liberal a un gobierno democrático, pero económicamente menos liberal.
La semana pasada en El País, el economista Agustín Iturralde habló de que en algunos aspectos habría que “chilenizar el Uruguay”. Se refería más que nada a las políticas de apertura comercial y el manejo macroeconómico que normalmente se asocian al gran crecimiento material de Chile en las últimas décadas. El argumento implícito es que una buena economía permitiría un mejor reparto, el pilar central de la doctrina del derrame o “trickle-down economics”. El problema es que luego de cuatro décadas de aplicación de estas políticas, la evidencia demostró que no lograron colmar las expectativas de desarrollo socioeconómico prometidas o esperadas. En efecto, el derrame fue en realidad un goteo y no alcanzó para recoger a aquellos que el progreso tecnológico y la globalización dejó tirados por el camino. Los indicadores de desigualdad lo demuestran no solo en Chile, sino en todos los países que aplicaron similares políticas.
Esto viene demostrando sus consecuencias políticas, y los partidos políticos tradicionales que se dejaron encandilar por estas falsas promesas vienen sufriendo desde hace tiempo sus consecuencias en las urnas. A su vez, esto provoca una virulenta reacción de los partidos que estaban cómodamente apoltronados dentro del ring político y que ven irrumpir en el mismo nuevos movimientos y partidos que intentan canalizar ese descontento de la ciudadanía, y para colmo de colmos, ¡osando presentar proyectos de ley! Esta es quizás la peor forma de chilenización, ya que no se le escapa a nadie que la violencia que sufrió Chile hace un par de años hubiera sido evitable si el sistema político “establecido” y “respetable” hubiera tenido el reflejo antropológico de autopreservación y se hubiera dado cuenta que algo había que cambiar.
Pero este modelo neoliberal logró institucionalizarse y enraizarse en el marco jurídico-institucional-burocrático, al mismo tiempo que fue adoptado por una elite intelectual que asoció exprofeso la ansiada libertad política con un libertinaje económico que nunca se había experimentado. Los resultados están a la vista. No se necesitaba un Nobel para anticipar que este experimento resultaría en un gran aumento en los niveles de desigualdad.
La contracara de esta chilenización del sistema político es la creciente y preocupante deshumanización de nuestra sociedad. Prueba de ello es que hasta para discutir el problema más concreto, debemos recurrir al nivel de los dioses. De golpe, una discusión que es económica, como es el caso de la recientemente aprobada ley forestal, pasa a ser objeto de la arenga por parte de mercachifles trepados a pedestales mediáticos y que no hacen más que defender sus vigorosos intereses comerciales. Como avezados ilusionistas, nos distraen con el tan sagrado como manoseado principio de la libertad. Apelan a Artigas… a Jefferson… a pesar de que sus verdaderos referentes son los Stuart Mill, ese gran facilitador intelectual de esa UPM del siglo XIX que fue la Compañía Británica de las Indias Orientales. Más honesto intelectualmente sería si reconocieran la labor de Drake…
Lo que sí resulta perturbador es percatarse que detrás de estos tediosos sermones se oculta la insensibilidad a lo que debería ser lo más importante: el ser humano, su familia, y esa familia extendida que es la Nación. Es poco lo que comprenden sobre el significado histórico del Protector de los Pueblos Libres, un hombre que nunca se hubiera degradado para defender a las multinacionales de la época… que por cierto existían y eran muy poderosas.
Esta chilenización pasa también por olvidar que la economía es un instrumento creado para servir al ser humano y no al revés. Siguiendo el camino trazado por la Rerum Novarum, Fancois Perroux definía al desarrollo como la combinación de las transformaciones mentales y sociales de una población que la vuelven apta a hacer crecer, de forma cumulativa y durable. En efecto, para el economista francés, no era posible desarrollo económico sin desarrollo social.
Los que siempre pagan la cuenta del desorden y los berrinches son las familias de escasos recursos y las pymes, cuyos locales son los menos protegidos y por tanto las primeras víctimas del vandalismo. Rápidamente pierden su capital y las familias ven descender de golpe esos peldaños que les había llevado décadas escalar. Es allí cuando desde el extranjero llegan los jets cargados de espejitos de colores, medallas y rankings, para iniciar un nuevo ciclo de “estabilización y crecimiento”. Los rebeldes de otrora pasan ahora a ser los gerentes del nuevo proceso, bendecidos normalmente por el FMI.
¡Que el 2022 nos encuentre unidos para construir todos juntos nuestro Uruguay!
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