El estilo de vida actual, con el predominio de los ritmos vertiginosos y la multiplicidad de estímulos, tiende al olvido de valores de la vida humana que merecerían atención y cultivo y determinan un predominio de la ansiedad, el desorden y la superficialidad. Lo artificial ha inundado lo natural y no siempre con resultados favorables.
Una de esas condiciones, suficientemente valiosa como para ser atendida y que nuestra cultura ha echado al olvido, es la naturalidad.
La conducta natural
Llamamos naturalidad a la modalidad propia de la persona sin subterfugios, trasparente en las intenciones, de mirada clara y directa, y de conducta llana y sin afectaciones.
La naturalidad es un modo de comportamiento que, por su esencia esclarecedora, conduce a la solución de la mayoría de los conflictos humanos, nos evita errores del pensamiento y de la acción y nos libera de nudos existenciales que nos quitan libertad. Está exenta de complicaciones, de lo innecesario, lo artificial y lo falso, y hace que nuestras energías se encaucen en caminos de eficiencia y nos libra del desgaste mental.
Y podemos señalar, como sus componentes esenciales, la objetividad, la flexibilidad, la serenidad y la apertura social.
Las cosas tal cual son
La persona objetiva asume las cosas como son, con realismo y aceptación de la realidad, simplemente, sin deformarlas ni acomodarlas a sus deseos. Y es de un lenguaje claro, sencillo y sincero, sin rebuscamientos ni complicaciones. O sea: está exenta de una perspectiva egocéntrica subjetivista o fantasiosa.
Los jóvenes hoy expresan esto diciendo: “Es lo que hay”. Y no estuvo lejos del acierto quien expresara: “la única verdad es la realidad”.
Comienza un camino genuino quien se acerca a las coas sin prejuicios ni preconceptos, con una mirada limpia que se deja impresionar por la realidad.
La mentalidad flexible
La persona de flexibilidad mental posee una mentalidad ajena a esquemas rígidos, atiende a otras opiniones, y es capaz de incorporar nuevas posiciones y rectificar sus errores.
Está abierta al cambio y a la aceptación de la diversidad, alejada del dogmatismo. No atiende a nimiedades, es de espíritu amplio y comprensivo de las limitaciones cuando las cosas no están tan bien cuanto debieran.
Sabe que toda regla tiene su excepción y cuando se trata de normas y prescripciones no se aferra a la letra, sino que es capaz de interpretarla según el espíritu de la ley.
Sostener la paz interior
La actitud serena es el polo opuesto a la de la ansiedad. Tiene la capacidad de evitar que los afectos invadan la razón. Y no es “espontaneidad descontrolada”, que confunde naturalidad con impulsividad.
No “pierde la cabeza” ante las situaciones críticas; está dispuesta a tolerar las emergencias y a encontrar soluciones. No queda adherido a la crisis presente ni responde con la reacción irreflexiva, agitada y ansiosa, sino que tiene una visión prospectiva de ir construyendo para el futuro. “Mira para adelante”.
La serenidad nos libra de entrar en callejones sin salida y con desgaste innecesario. En síntesis: piensa como corresponde antes de actuar y mantiene la calma en medio de la dificultad. Pero su equilibrio no consiste en asumir una actitud distante, racional y no comprometida, sino que supone aceptar todo aquello que es imposible cambiar, mantener la conciencia de la situación presente y cambiar cuanto sea posible y conveniente.
Esa entereza, capaz de sostener la paz interior, supone seguridad y es un valioso indicio de salud mental.
El espíritu abierto a los otros
Todos los rasgos mencionados determinan una valiosa actitud del carácter: la apertura social. Denota esa disposición quien establece vínculos con facilidad y no muestra actitudes defensivas ni de desconfianza hacia los otros.
Posee una disposición benevolente. Más bien percibe los rasgos positivos del prójimo, los aprecia y no se focaliza en los defectos y genera un buen clima, En lo posible se lleva bien con todos, recordando que “el sol sale para todos y la lluvia cae sobre los campos de justos e injustos” sin discriminación.
La naturalidad vive en la atmosfera de la verdad. Y justamente el factor más tóxico que impregna el aire de nuestra vida pública actualmente es la artificialidad, la falta de confiabilidad y de sinceridad. Hoy tienen primacía todas las variables de la mentira y la inautenticidad: la falsedad de las intenciones, la traición de los pactos, la falta de transparencia y la simulación. Casi la totalidad de los políticos han perdido la confianza de la población. Hasta autoridades de máximo jerarquía denotan un nivel lamentable de carencia de envergadura y de lenguaje chabacano. Y pasamos vergüenza ante el mundo, mostrándonos “un país de locos”.
Adolecemos de una falta de valoración de lo genuino, de lo auténtico, de lo correcto. Y el escenario público se va pareciendo cada vez más a la pobre vidriera de un cambalache (1). Se hace necesaria la convicción de que sin confianza y sin respeto es imposible la vida social.
Donde haya naturalidad en la conducta habrá salud psicológica en las personas y calidad en los vínculos.
(1) No pudo haberlo dicho mejor el verbo porteño:
Igual que en la vidriera irrespetuosa
De los cambalaches se ha mezcla’o la vida
Y herida por un sable sin remaches
Ves llorar la Biblia junto a un calefón
(E. Santos Discépolo)
(*) Licenciado en Psicología (UBA). Fue profesor de Psicología Social y Psicología de la Personalidad y director de la Carrera de Postgrado en Psicología Clínica (UCA).
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