En el último día del año el BCU subió su tasa de interés de política monetaria, llevándola a 11.50% y completando un alza acumulada de 700 puntos básicos desde agosto del 2021, cuando la tasa se ubicaba en 4.5%. ¿El objetivo? Avanzar hacia una inflación más baja, el “mayor reto” del BCU según el presidente de la institución. Evidentemente ni el problema del endeudamiento familiar, ni el de las elevadísimas tasas de interés al consumo presenta tal nivel de complejidad.
Pero en atención a la importancia que el BCU le asigna al cumplimiento del objetivo inflacionario, el resultado es en el mejor de los casos mediocre. Efectivamente, la inflación anualizada alcanzó 8.5% en noviembre, por encima del 8% de 2021. Si bien tuvieron un rol los factores externos, como la suba en el precio de los alimentos y la energía, todo indica que el alza en las tasas de interés tuvo poco efecto en bajar la inflación. Esto es algo que le fue advertido oportunamente al BCU por reputados economistas locales con experiencia práctica en el tema. Sin embargo, el BCU siguió su camino, aunque cabe destacar que esto ocurrió con el voto contrario del Dr. Ignacio Berti, representante de la oposición en el directorio del ente. El único resultado visible para los agentes económicos ha sido que el dólar se desplomó.
De esta manera, cualquier ciudadano con capacidad de ubicar el punto inicial y el final dentro de un par de ejes cartesianos, estaría en condiciones de trazar una recta y estimar el efecto de la tasa de interés (eje de las x) sobre la inflación (eje de las y), sin necesidad de presumir de sofisticados conocimientos de econometría, como sí hacen algunos iluminados cuando no logran explicar lo inexplicable en lenguaje llano.
Probablemente el BCU disponía de algún modelo econométrico que marcaba que la inflación cedería ante la suba de las tasas de interés. Si ese es el caso, se impone confrontar ese modelo con la realidad para poder identificar qué es lo que falló, presumiendo que fue el modelo el que falló y el desenlace no fue resultado de una política deliberada de atrasar el tipo de cambio. Si vamos a jugar a imitar a la Reserva Federal, hay que hacerlo mejor, difundiendo y contrastando con mayor rigor y apertura los modelos utilizados y los supuestos sobre los cuales se asientan.
Llamativamente, el último comunicado del Comité de Política Monetaria del BCU informa que los canales de transmisión de la política monetaria “están funcionando”, sin decir nada sobre cuáles son esos canales, sobre cómo ha incidido o no cada uno, ni siquiera ofreciendo alguna explicación plausible de por qué no ha bajado la inflación tras haber multiplicado la tasa de interés por dos veces y media. Los agentes se merecen una explicación un poco más detallada por parte de una institución que alberga el más numeroso y preparado departamento de estudios económicos del Estado uruguayo.
Si esta política fuera el resultado de análisis y diagnósticos razonados teniendo en cuenta las idiosincrasias locales, sería más fácil de corregir. Pero desafortunadamente, son el resultado de años de cortar y pegar políticas impuestas por organismos multilaterales y que hoy hacen agua ostensiblemente hasta en el mismo mundo desarrollado que las pergeñó. “Algunos comentaristas, convencidos de que el dolor económico es la clave para combatir la inflación, no dudan en apostar por una recesión. Cuanto más rápido y violento, mejor, argumentan, aparentemente sin tener en cuenta el riesgo de que el remedio sea peor que la enfermedad.”, escribió la semana pasada Joseph Stiglitz en Le Monde, criticando las políticas contractivas como herramienta para combatir el brote inflacionario actual.
Pero, ya que algunos cometen el grueso error de descartar las opiniones de Stiglitz como demasiado “heterodoxas”, conviene repasar las opiniones de otros economistas considerados más moderados, pero que van por carril similar. Concretamente, es de destacar lo que escribió Olivier Blanchard hace unos días, afirmando que “la inflación es fundamentalmente el resultado del conflicto distributivo entre empresas, trabajadores y contribuyentes”. Según el ex economista en jefe del FMI, los mecanismos más aceptados en la actualidad para resolver el problema inflacionario son: aplicar una contracción fiscal para enfriar la economía, subsidiar los costos de la energía por un tiempo –lo que implica un ajuste fiscal en el futuro–, o pasarle el problema al Banco Central para que este aplique una política monetaria restrictiva. Cualquiera sea la combinación de políticas elegidas, el enlentecimiento de la economía obliga a las empresas a aceptar precios más bajos y a los trabajadores salarios menores.
Sin embargo, Blanchard entiende que estos instrumentos constituyen una forma muy ineficaz de afrontar los conflictos distributivos. “Se puede y debe soñar con una vía de negociación entre los trabajadores, las empresas y el Estado, en la que se alcance el objetivo sin que se dispare la inflación y se haga necesaria una dolorosa desaceleración”, concluye el economista francés, admitiendo que un proceso de este tipo requiere de un nivel de confianza difícil de encontrar hoy en día en nuestras sociedades.
Justamente con ese objetivo en vista es que en abril de 2021 el senador Guido Manini Ríos llamó a convocar al Consejo de Economía Nacional. “¿No será hora de sentarnos todos en ese gran Consejo de la Economía Nacional y buscar soluciones a esos grandes problemas?”, expresó entonces el líder de Cabildo Abierto, cuando los problemas ya se iban haciendo visibles.
La Mañana se hizo eco del planteo, y desde esta misma página editorial planteábamos que el CEN podría convertirse en una gran contribución para lograr una estabilidad social y económica que permita llevar adelante las reformas estructurales necesarias. Siempre se está a tiempo cuando se trata de procurar consensos en la política, la economía y la sociedad.
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