Los optimistas creen que las reformas de la década de los noventa –mejora en la política macroeconómica, mayor apertura y más democracia– han encaminado al mundo en desarrollo hacia un crecimiento sostenido. Muchos analistas predicen que el crecimiento será más favorable para los países pobres con poblaciones jóvenes y con acceso a tecnologías baratas procedentes del extranjero.
Mi lectura de la evidencia me hace ser más cauteloso. Sin duda, es motivo de celebración que se hayan desterrado las políticas inflacionarias y que la gobernanza haya mejorado, en general, en gran parte del mundo en desarrollo. Pero, en general, se trata de aspectos que contribuyen a mejorar la resistencia de una economía a las crisis y a evitar un colapso económico. Pero para impulsar y mantener una elevada tasa de crecimiento se necesita algo más: políticas orientadas a la producción que estimulen los cambios estructurales en curso y fomenten el empleo en nuevas actividades económicas, sobre todo en las industrias manufactureras. El crecimiento basado en la llegada de capitales o en el auge de las materias primas tiende a ser efímero. El crecimiento real requiere la creación de un sistema de estímulos y sanciones que induzcan al sector privado a invertir en nuevas industrias, en las cuales de otro modo no lo harían, y hacerlo con un mínimo de corrupción y una preparación adecuada.
La gran pregunta para la economía mundial es si los países avanzados con dificultades económicas serán capaces de hacer espacio a las naciones en desarrollo que están creciendo más rápidamente. Gran parte del crecimiento de estos últimos vendrá de la mano de las industrias manufactureras y de servicios en las que los países ricos han sido tradicionalmente dominantes. Las consecuencias para el empleo en el Norte serán problemáticas, especialmente en el contexto de la escasez de puestos de trabajo bien remunerados. Es posible que sea inevitable un conflicto social considerable, que amenace el apoyo político a la apertura económica. En consecuencia, será fundamental rediseñar las normas del comercio mundial para ofrecer un espacio político adecuado tanto a las naciones ricas como a las más pobres.
Dani Rodrik, en “Hablemos claro sobre el comercio mundial”, Princeton University Press (2018)
TE PUEDE INTERESAR