El psiquismo humano está dotado de diferentes funciones, como la inteligencia, la imaginación, el sentido moral, etcétera. El desarrollo de cada función es relativamente independiente del de las otras: unas pueden desarrollarse y otras estancarse. Así, la evolución de una personalidad va atravesando etapas cuyo ordenamiento no se puede saltear.
Una de esas funciones es el sentido político, componente esencial de toda persona suficientemente sana y normal, y muestra diferentes etapas de desarrollo.
Pero ¿qué significa “tener sentido político”? Para los griegos, la polis era la ciudad, lo que hoy para nosotros es la sociedad, de modo que política significa “la vida en sociedad” y su cuestión fundamental consiste en responder a la pregunta ¿cuál es la forma de organización social que permita vivir una vida digna, verdaderamente humana? Eso significa que la finalidad primordial de la acción política es la erradicación de la exclusión social (pobreza, indigencia, etcétera) y todos los otros objetivos tienen sentido en cuanto constituyen medios para alcanzar ese objetivo esencial. De ahí el alto valor que nuestra cultura milenaria le asignó siempre a la política.
El sentido político consiste en la percepción de esa realidad que trasciende nuestra individualidad. Es darse cuenta de esa comunidad humana dentro de la cual transcurre nuestra existencia. Implica un sentimiento de pertenencia, de que no somos solo habitantes sino también ciudadanos, que los sucesos sociales no nos resultan indiferentes sino significativos, que nos incumbe no ser espectadores sino actores de las decisiones que nos afectan. El elemento esencial del sentido político es la participación.
Sentido político infantil
Lo propio del desarrollo normal de una persona es que las diferentes áreas de su personalidad vayan evolucionando en forma concordante con la etapa vital que corresponde. Pero, como dijimos, no siempre es así: la capacidad política puede quedar subdesarrollada y estacionada. En tal caso, la persona sigue viviendo la realidad política con modalidades que corresponden a una etapa psicológica infantil. A veces encontramos una actitud hacia la política tan inmadura y regresiva que podríamos llamarla “anterior al sentido político”. Es la del individuo que está tan ajeno a la política como el niño a las cuestiones que están más allá de sus capacidades. Se desentiende y no participa. “No cree en la política” y “no quiere mezclarse con ella”.
Y en el sentido político infantil podemos encontrar dos modalidades. La del que asume esa actitud por carencia. Es ajeno a la política como si una falta básica le impidiera sentir algo (interés, curiosidad, etcétera) hacia ese terreno, como quien está frente a un idioma que no conoce.
La otra es una actitud por resistencia. Posee un prejuicio antipolítico, y no está dispuesto a revisar su posición.1 Es una actitud impermeable, con elementos emocionales e irracionales subyacentes, propia de la terquedad de un carácter infantil.
La expresión patológica del sentido político infantil es el autoritarismo. Todo colectivismo supone la dilución de la individualidad de los habitantes en una masa sometida a la concentración del poder en manos de un líder y el verticalismo y la obediencia ciega son sus rasgos diferenciales. Y supone en los súbditos conflictos de baja autoestima y pasividad.
En muchos casos, la modalidad del sentido político infantil se caracteriza por ser una acción dependiente del apoyo exterior (de un líder, de un partido o de una ideología), sin autonomía propia. Es básicamente insegura y dependiente, falta del compromiso personal de quien se siente responsable y participante de la comunidad. Puede mostrar una adhesión fervorosa, pero donde predomina la sumisión y la idealización de un líder o de un partido con “devoción religiosa”. En los actos proselitistas, su actitud no se diferencia mucho del entusiasmo en un evento deportivo.
Una de sus expresiones más frecuentes son los prejuicios. El prejuicio consiste en un juicio de origen incierto que no estoy dispuesto a revisar. “Nunca vi a un turco, pero ya sé que son tramposos”.
¿A qué se debe la invulnerable obstinación del prejuicio? Las investigaciones psicosociales han demostrado que cumple una función defensiva de índole emocional muy significativa para la persona, y por eso se utilizan en él mecanismos mentales muy primitivos. La persona es poco tolerante de la ambigüedad y con el prejuicio opta por categorizaciones con las que simplifica la realidad, y esto le evita el esfuerzo de pensar y distinguir: necesita definición y términos claros, aunque no respondan a la realidad.
Las personas prejuiciosas sean propensas a las fuertes afiliaciones institucionales: allí encuentran seguridad y con frecuencia se convierten en “hinchas fanáticos” de un club o de un partido, o superpatriotas, o “liberales empedernidos” o izquierdistas irreductibles”…
Las ansiedades profundas las hacen temerosas del cambio, de la ambigüedad y del desorden, y para ello se aferran a sistemas autoritarios. En síntesis: en la esencia de la mentalidad política infantil se harán presentes los siguientes factores predominantes. Las funciones mentales se hacen prescindentes de las reglas elementales del pensamiento lógico.
La inseguridad de base lleva a la necesidad del uso de mecanismos defensivos que la neutralicen y la unanimidad le brinda una sensación de fortaleza. Las consecuencias naturales de esta actitud son el dogmatismo y la intolerancia.
El colectivismo es aquello que recapitula en el área social la esencia del sentido político infantil y el mecanismo de negación de la realidad es su rasgo más característico.2
Sentido político adolescente
A la mente juvenil le surgen cuestionamientos de la vida social. Y se pregunta: “Hay males en el mundo, ¿qué hace la sociedad que no ayuda?, ¿qué hacen los gobiernos contra la injusticia?”. Muchos optan por el resentimiento crónico, el idealismo revolucionario, la intelectualización ideológica, etcétera, pero todas son formas adolescentes de proyección de sus conflictos irresueltos del ámbito familiar.
Su actitud es una clara transferencia de problemas con la autoridad paterna. Como compensación, llevado por el idealismo y la abundancia de la imaginación, fácilmente se enrola en utopías con algún contenido épico. Se identifica con figuras de héroes salvadores que le crean sensaciones de poder. Y suele haber allí matices aristocráticos, ya que su discurso presenta a un grupo de redentores que viene a salvar al pueblo oprimido.
En las utopías, el mundo debe someterse a los sistemas, cuando lo lógico sería que los sistemas se adecuaran a la realidad de la gente. Por otro lado, el problema de las revoluciones está en que suponen que una elite revolucionaria, en nombre del pueblo, asumirá un poder que luego, por mérito de la lucha, se sentirá con derecho a manejar a discreción. Y cuando llegan al poder son opresores.
El “revolucionario puro”, a ultranza, es la expresión patológica del sentido político adolescente.
La palabra revolución resulta tentadora, porque promete soluciones rápidas. Pero hay que atender a los costos y los riesgos de una aventura incierta. ¿Existe la certeza de que la nueva sociedad será más democrática? La experiencia nos muestra que, en general, en los sistemas revolucionarios que conocemos, el costo ha sido mayor que el beneficio.
Por otro lado, la modalidad del espíritu que anime a la revolución será lo que hará que corresponda a un nivel adolescente, o aún infantil, o a un nivel adulto. El nazismo ya desde un comienzo perteneció a una mentalidad patológica. El marxismo inicial presentó en parte un nivel emocional adolescente, pero con el régimen estalinista desembocó en una franca regresión infantil, como todo colectivismo. Gandhi y Mandela, en cambio, pertenecen a un nivel admirablemente maduro.
La manera de medir la genuinidad de una revolución es revisar si en las motivaciones predomina el espíritu de lucha y destrucción (luchar por la lucha en sí misma, y para eso crear un enemigo, etétera), o el de reconstrucción generar desarrollo).
Sentido político adulto
La vida de una personalidad sana se apoya en tres pilares fundamentales: autonomía mental, libertad y solidaridad. Por eso, en el terreno político, la persona adulta normal es capaz de revisar sus motivaciones profundas. Ha llegado a la acción política porque se ha dado cuenta que la participación es ineludible, que no basta cambiar algunas instituciones o actuar individualmente, sino transformar el conjunto de las estructuras de la comunidad nacional. Para ello es necesario alcanzar el poder, pero el poder para mandar y mandar para servir, gobernar para obedecer a las necesidades de todos.
Además, requisito esencial de la madurez política es la capacidad de escuchar, porque sin ella no hay diálogo, y sin diálogo no hay democracia.
El nivel más alto de un sentido político adulto y maduro se traduce en lo que llamamos participación democrática. La democracia no es un sistema perfecto ni resuelve todos los problemas ni siempre cumple con todos los objetivos. Pero es el mejor sistema que tenemos, es perfectible y “lo estamos construyendo cada día”.
Los ciudadanos no delegan livianamente sus derechos para desentenderse, “votar e irse a su casa”, sino que eligen para que se los represente y para poder participar activamente y tener derecho al protagonismo y al control. Tenemos derecho a participar de las decisiones que nos afectan, porque “lo que afecta a todos debe ser aprobado por todos” (Graciano, Libro VI, Canon 1913).
Una personalidad políticamente madura actúa con una convicción basada en dos principios: Que antes que los sistemas y organizaciones políticas están las personas, y estas deben ser la preocupación primordial de los gobiernos. Y que son los más vulnerables los que necesitan de la protección de los gobiernos. Hay urgencias sociales que requieren preferencia y es para dar respuesta a ellas que se eligen los gobiernos. La justicia consiste ante todo en que todos los habitantes sin excepción tengan satisfechas sus necesidades básicas. Con exclusión social no hay democracia.
La adecuada concepción de la autoridad pareciera ser el tema clave de la madurez del sentido político. Existen dos géneros de autoridad. Una es la autoridad racional3 (sana, legítima) en la que los intereses del que manda y del subordinado son coincidentes. Otra es la actitud autoritaria (irracional, ilegítima) que tergiversa el sentido del poder usando su fuerza en perjuicio del subalterno
A su vez, las actitudes con las que el subordinado responda a la autoridad pueden ser diversas. Llamamos conciencia heterónoma a la voz internalizada de una autoridad a la que debemos complacer y tememos desagradar. Esto me somete y, por tanto, me debilita.
Muy diferente es la conciencia autónoma, que brota de nuestra condición humana, hace que nos reconozcamos como humanos y sirve a nuestro desarrollo.
Cuando obedezco a mi conciencia heterónoma me someto, y cuando obedezco a mi conciencia autónoma soy libre.4 Soy libre si soy capaz de desobedecer a la autoridad arbitraria y, en ese caso, la desobediencia requiere fortaleza.5
Los autoritarismos, fomentan la obediencia que es sometimiento y prohíben la desobediencia que es autonomía.
Reflexiones finales
Cuando una persona no ha resuelto adecuadamente las cuestiones que corresponden a cada una de las etapas de su desarrollo y arrastra problemas emocionales mal resueltos, la vida política le resultará absolutamente indiferente y se sentirá desligada de todo compromiso. O se aferrará a una ideología que la exima de pensar por sí y se someterá a ella asumiendo una actitud dogmática. O su esfera política se llenará con figuras idealizadas, salvadores providenciales que supuestamente traerán la solución de todos los problemas y nos eximen del compromiso personal. O la persona se sentirá embarcada en una tropa heroica de adalides que se erigen en conductores de una masa para mostrarle el camino que ella debe seguir… todo ello para evadirse de la realidad. Es muy difícil que no transfiera sus problemas irresueltos al campo de la política.
Como contraparte, la concepción democrática y republicana constituye la traducción esencial del espíritu político maduro en el terreno social.
(*) Licenciado en Psicología (UBA). Profesor y ex director de la Carrera de Postgrado en Psicología Clínica (UCA).
1 Ver: “La política no me interesa” en “Política para todos” M. A. Espeche Gil – H. Polcan
2 El colmo del sometimiento y la dependencia infantil a la figura paterna, la más abyecta y de más horrorosas consecuencias, ha sido la actitud impersonal y la “obediencia de cadáver” de Adolf Eichmann. En su juicio en Jerusalén dijo reiteradamente que “él cumplía con su deber, no sólo obedeciendo órdenes, sino que lo hacía en su condición de ciudadano fiel cumplidor de la ley”.
3 Ver en E. Fromm “Sobre la desobediencia y otros ensayos” (Paidós – Studio) Buenos Aires.
4 El tema, aquí resumido, puede verse más in extenso en M. A. Espeche Gil, H. Polcan y otros “Política para todos” Cap. VIII El fenómeno del autoritarismo pág. 105 et seq. (Edit. SB)
5 H. Polcan: “Antígona. Una Psicología del autoritarismo” (Rev. Arg. de Med. Psicosomática” – Nº 48 – 49).
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