La Navidad y Reyes conforman una unidad histórica; son dos hechos con un mismo significado, envueltos en un mismo sentido: un niño desvalido, desprotegido, pobre, perseguido, es el Dios encarnado en las vicisitudes humanas. Jesús plenamente Dios y plenamente hombre. Un Misterio incomprensible desde la perspectiva del poder dominador, desde la racionalidad pura. La noche de Reyes nos enseña eso: Dios está ahí, todavía en silencio, en susurro, como la primavera está en el pequeño grano de la simiente, callada y segura de la victoria, escondida bajo la tierra invernal y sin embargo más poderosa que toda la oscuridad y el frío.
La fiesta de Reyes nos dice: Dios está ahí, ha entrado en la historia y en la angostura de nuestro corazón. Está ahí. Se lo rechaza o se lo sigue. Esta ahí en la extrema vulnerabilidad de un niño.
“La expresión del no poder por sí, son los niños”
Es la fiesta del niño. Sujeto histórico tan degradado y lacerado por muchas sociedades contemporáneas. El juguete que reciben muchos niños es una historia sin destino. “El criterio esencial para juzgar al poder, al uso del poder, el valor del poder lo constituye en última instancia la protección de los seres que son por sí impotentes, de los más débiles. El poder se juzga desde el no-poder y la expresión del no poder por sí, son los niños. Y por analogía, de todo aquello que de algún modo se aproxima a la niñez”. (Methol Ferré, Cuadernos de Marcha, 1993).
Una comunidad social mide su verdad por el lugar que ocupan los niños y los ancianos en sus prioridades. En Belén se da la gran paradoja de la historia (insoluble para cualquier filosofía de la historia) de que el Infinito, la suprema Transcendencia, el Dios inaccesible, queda “encerrado” en un niño desprotegido, pobre, guarecido en un establo misérrimo. Si en la época Antigua este hecho, para unos era un escándalo y para otros una locura; hoy, para la cultura contemporánea es una especie de alucinación mítica, sólo “respetable” por su tradición de siglos.
Los Reyes y su novedad
Reyes, como una segunda Navidad tiene una característica nueva, que no se percibe en la primera. No sólo Dios ha venido hacia nosotros, sino que en virtud de este acontecimiento, los hombres se han puesto en movimiento, los hombres van hacia Aquel que ha venido a ellos.
Los tres reyes magos (símbolo de algo que no sabemos si eran tres y si realmente eran reyes) nos remiten al misterio de ese día. Estos primeros hombres, venidos desde tierras lejanas a través de todas las peripecias del viaje, peregrinos errantes, y vagabundos de la esperanza, van en la búsqueda de un salvador, un niño que ha llegado.
Una estrella los guiaba, esa intuición suprema que nos conduce a la verdad, hacia la cuna de Belén. Por lo tanto, la fiesta de Reyes es la fiesta del viaje feliz del hombre que busca a Dios en la peregrinación de su vida y que finalmente lo logra. En esta fiesta de Reyes podemos leer nuestra propia transición en la vida, los acontecimientos de nuestra peregrinación en la historia. Porque, ¿acaso, no somos todos nosotros peregrinos en camino, hombres que no tienen un lugar fijo, aun cuando nunca hayamos abandonado nuestros lugares habituales?
Estamos en perpetuo tránsito en este pasaje inexorable de los días y de los años. El viaje continúa y nunca volvemos al mismo sitio. Y el camino prosigue a través de la infancia, la juventud, la madurez, a través de pocas fiestas y de la monotonía diaria, a través de lo sublime y lo miserable, a través de la pureza y la culpa, a través del amor y el desengaño, prosigue siempre, irresistiblemente desde el amanecer de la vida hasta el ocaso. Prosigue tan irresistible e inexorablemente, que muchas veces no nos damos cuenta de ello.
¿Pero, hacia dónde apunta este viaje?
Los Reyes Magos lo sabían. No podemos transitar a ciegas. Hay que salir a caminar para confirmar una experiencia u otra. Según la mirada, Belén es una confirmación o una negación. Pero hay que permitirse salir a buscar el camino de los Reyes Magos.
Siempre seguir a la estrella o la intuición profunda, tiene sus obstáculos o sus contratiempos. Pero la perseverancia es una virtud esencial para la vida del hombre. Ser fiel a lo que se ha intuido para siempre.
Los Reyes Magos se han abierto a la confianza de un camino y un llamado. Al llamado de la luz de una estrella. Pues su corazón ha peregrinado hacia Dios, mientras que sus pies corren hacia Belén. Buscaban al Salvador de la historia, pero El los dirigía ya, cuando le buscaban. Los Reyes son de los que ansían el Salvador con hambre y sed de justicia. Venidos de tierras lejanas buscan al Dios vivo desde la geografía de sus corazones. Marchan por caminos difíciles, pero a los ojos de Dios es el camino directo hacia Él, puesto que le buscaban con lealtad.
Saben por experiencia que la vida es cambio y llena de imprevistos, pero el corazón de estos viajeros no se deja intimidar. En Jerusalén reciben de los sabios de la ley respuestas desabridas y del rey Herodes un insidioso encargo. Los Reyes no escuchan tanta mezquindad. Ellos siguen a la estrella porque su corazón es bueno y está lleno de buenos deseos.
Cuando, finalmente, llegan al establo de Belén y ven a ese niño despojado de toda seguridad, rodeado de pastores pobres, envueltos en pañales y acostados en un pesebre (Lucas 2, 7), sintieron que estaban ante la infinita ternura de Dios, un niño, el Niño Dios. Aquí empezaba una nueva medida de la historia. Dios asumía desde la soledad y la pobreza más absolutas la condición de hombre pleno. El Misterio del cristianismo: la encarnación de Dios.
Los Reyes llegan y se arrodillan, hacen lo que siempre hacían, lo que ya hicieron durante la búsqueda y el viaje, presentan el oro de su amor, el incienso de su adoración, y la mirra de sus dolores ante el Niño Dios, el rostro visible del Dios oculto.
El mensaje de los Reyes Magos
El Mensaje es la fidelidad a un camino, seguir las intuiciones fundamentales de la vida, aquellas estrellas con sus signos que nos marcan los senderos de fecundidad vital. ¿No brilla secretamente la estrella en el firmamento de nuestros corazones? ¿Es pequeña, es lejana? Pero está presente. El viaje de la vida es tenso, incesante, a veces hasta parece interminable. ¡Pero, la estrella está allí!
Hoy existen hombres, como los sabios de aquella época, que conocen el camino de Belén, y no van. Hoy hay hombres poderosos, como Herodes, para quiénes la sola noticia de un Salvador que viene a traer la paz al mundo, supone una perturbación de sus planes políticos; algunos hombres que buscan, como Herodes, la muerte del Niño Dios, en el desvalimiento mortecino de millones de niños.
Los Reyes Magos nos llaman a regalarle a cada niño lo único real: la seguridad de una vida digna, en comunión de paz y solidaridad. Cada niño en cada rincón del mundo es la imagen viviente del Niño Dios de Belén.
En muchos lugares de la historia contemporánea existe la cultura de la muerte y el desaliento. Nosotros, Reyes Magos actuales, el único regalo que impostergablemente tenemos que dar, es asumir radicalmente la lucha por la cultura de la vida en cada niño que está y en cada niño que vendrá.
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