No hay duda de que la actual pandemia que padecemos sacude al mundo en forma frontal. Y lo hace en dos escenarios.
Uno real, el de la salud, el que reportan todos los medios y que día a día van consignando el número de contagiados y de fallecidos en nuestro país y en el resto del mundo. Mostrando en algunos casos guarismos que causan alarma. Con sus avances y sus retrocesos. Información muchas veces numérica que así lanzada a secas, en forma escueta, carente de análisis complementario, golpea duro en el imaginario público. Por ejemplo, cuando se manejan abultadas cifras de nuevos contagios y de muertos, se omite con frecuencia proporcionar las cifras al número de habitantes que posee el país o la región donde está encuadrada la noticia.
El otro escenario, corolario del primero, es intangible y golpea directamente en la economía, sobre todo en su expresión bursátil. Ya sea por las empresas que han cerrado temporariamente sus puertas, lo que ha dejado mucha gente inactiva en bastos sectores. Ya sea por la angustia que genera la sensación que se van a perder muchos puestos de trabajo. Y esto incide de manera decisiva en ese factor sicológico, que domina cada vez más la economía moderna.
La OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) afirma que la pandemia actual trae consigo la tercera y mayor crisis económica, financiera y social del siglo XXI, después del 11-S y la crisis iniciada y difundida por el mundo con la quiebra del Lehman Brother’s en 2008. Querer comparar esto con la Gran Depresión parecería ser una exageración, ya que sería impensable que las autoridades actuales repitieran el error de Herbert Hoover, quien ante la debacle provocada por la crisis del ´29, mantuvo al Estado dogmáticamente ausente.
Si bien la OCDE aboga por una coordinación internacional en el campo sanitario, instando a los organismos reguladores como la Agencia Europea de los Medicamentos y la similar de Estados Unidos a trabajar en forma conjunta, hace especial hincapié en la coordinación de políticas económicas. Es imprescindible asegurar un colchón financiero “aquí y ahora” con el objetivo de amortiguar la crisis y acelerar la recuperación.
Hay que socorrer en forma inmediata a los trabajadores amenazados por el desempleo y a las empresas presionadas por los pagos más inmediatos.
Pero para la OCDE, lo más primordial es la regulación y supervisión financiera con el objetivo “de obtener mejores resultados en la vigilancia, el diagnóstico de tensiones emergentes y en la adopción de medidas reguladoras…”.
Por último, la institución para la cooperación subraya “de forma crucial el re-establecimiento de la confianza publica, que supone resolver problemas previos a la crisis del coronavirus…”.
El día después ya llegó. Es hora de las decisiones. Tiempo para que el Estado se pertreche asegurándose liquidez en los mercados internacionales de financiamiento, mientras los mismos sigan abiertos. Tiempo para que la banca privada y pública coordinen acciones teniendo en cuenta la cada vez más desesperante situación de familias y empresas. Tiempo para que las burocracias aceleren sus procesos teniendo en cuenta que a la intemperie hace cada vez más frío. Tiempo para que los reguladores se den cuenta que sus regulados pueden llegar a desaparecer, con nota de “sote” y todo.
Tiempo para que todos unamos fuerzas detrás de un gobierno de coalición que está conduciendo nuestros destinos, y que viene logrando sortear con éxito los peores pronósticos sobre la pandemia.