En agosto de 1971, el presidente Nixon reunió a sus principales asesores económicos en Camp David. Durante tres días tomaron la decisión crucial y radical de desvincular el dólar del oro. En el proceso, alteraron unilateralmente todo el sistema monetario mundial. Cuando empecé el libro, al principio tenía la idea de hacer una crítica importante a la manera en que lo habían hecho. Pero a medida que profundizaba en los detalles y comprendía los motivos, llegué a convencerme de que se trató de la única forma posible. Tomaron una decisión muy drástica, que creo que fue la correcta. Nixon y sus asesores tenían que hacerlo unilateralmente, de golpe y con una contundencia que no dejara dudas a los operadores del mercado de que lograrían conseguir su objetivo. Eso es lo que hicieron. Pensé que valía la pena contar esta historia ahora por lo que nos revela sobre cómo tuvo que cambiar entonces el papel de Estados Unidos en el mundo, y cómo va a tener que volver a cambiar en el futuro.
Al final de la Segunda Guerra Mundial, literalmente no existía una economía mundial que funcionara, así que las naciones se reunieron para crear un nuevo sistema comercial y monetario. Ese sistema monetario se concibió en un pueblo de New Hampshire llamado Bretton Woods, por lo que se denominó Acuerdo de Bretton Woods. Uno de los aspectos clave era que el dólar quedaría fijado al oro a 35 dólares la onza. Los demás bancos centrales podrían cambiar por oro los dólares que tuvieran en su poder. En ese sentido, el dólar era tan bueno como el oro. Todas las demás monedas tendrían un tipo de cambio fijo con el dólar. Establecieron el patrón dólar-oro para crear cierta previsibilidad y estabilidad en el comercio mundial. Durante los siguientes 25 años, el éxito fue formidable. El dólar se convirtió en la divisa mundial. Todo el mundo estaba satisfecho de tenerlo, en gran parte porque podían cambiarlo por oro si tenían alguna duda sobre su valor. Formó parte de la fenomenal recuperación de Europa y Japón tras la guerra. Asimismo, propició una enorme prosperidad económica en Estados Unidos durante los años cincuenta y sesenta. Como resultado de este proceso, cuando la administración Nixon llegó al gobierno en 1969, a la paridad establecida, existían cuatro veces más dólares en circulación (pasivos de la Fed) que reservas de oro (activos de la Fed), indicando que el dólar se encontraba sustancialmente sobrevaluado. Esto había redundado en una pérdida de competitividad externa, aumentando el déficit comercial e incrementando la inflación doméstica.
Efectivamente, Estados Unidos necesitaba una forma de devaluar el dólar, pero como éste se encontraba atado al oro, la administración no podía hacerlo. La decisión sería tomada en secreto en Camp David. Los días previos al anuncio fueron críticos porque Nixon necesitaba lograr la unanimidad a toda costa, ya que no podía anticipar la reacción de los demás países o los mercados internacionales. No quería que la ausencia de consenso dentro de su equipo económico creara una crisis en los mercados. La mayoría de los que rodeaban a Nixon eran destacados tecnócratas, muy respetados, pero no políticos. John Connally, el secretario del Tesoro, había sido la mano derecha de Lyndon Johnson y gobernador de Texas durante tres mandatos, así que era un experimentado operador político. La mayoría de la gente en ese periodo miraba al sistema financiero mundial existente con ojos favorables, ya que había tenido mucho éxito. Pero si a la mayoría de la gente le hubiera costado mucho pegarle un mazazo, a Connally no le tembló el pulso a la hora de romper el vínculo entre el dólar y el oro. No dudaba en hacer cualquier cosa si pensaba que beneficiaría a EE.UU. Simplemente no le importaba el resto del mundo y Nixon lo sabía. Nixon era más sensible a las posibles repercusiones internacionales, pero comprendía que en esta situación Connally era el ariete perfecto. El desconocido subsecretario del Tesoro de Connally era Paul Volcker, que se convirtió en uno de los más importantes presidentes de la Reserva Federal que hayamos tenido, pero que en aquel momento no era más que un tecnócrata que comprendía al dedillo el sistema monetario internacional. Aunque Volcker era un internacionalista, Connally respetaba su agudeza técnica. Se convirtieron en un equipo muy unido y eficaz. Nixon toleró a Volcker sólo porque Connally lo necesitaba. También participó George Shultz, que se convertiría en uno de los grandes estadistas del siglo XX. En aquel momento, era el director de la Oficina de Gestión y Presupuesto. Había sido decano de la escuela de negocios de la Universidad de Chicago, y era un acólito del libre mercado de Milton Friedman. Shultz no deseaba tanto la devaluación del dólar como un sistema de libre mercado de divisas en el que cada moneda flotara frente a las demás. Es el sistema actual, pero Nixon y Connally querían devaluar el dólar y luego regresar a los tipos de cambio fijos.
La noche del domingo 15 de agosto de 1971, Nixon salió en televisión (antes de la serie Bonanza) y articuló muy claramente lo que se había decidido. El dólar ya no estaría respaldado con oro. Se congelarían los salarios y los precios durante 90 días para frenar la inflación. Asimismo, impuso un arancel del 10% a todas las importaciones, que sólo se levantaría una vez que se llegara a un nuevo acuerdo monetario internacional. Eso puso una pistola en la cabeza de todos los demás países. No sólo se llevó a cabo unilateralmente, sino que se hizo con una enorme fuerza. Estados Unidos no podría volver a salirse con eso de nuevo: fue un momento único. Aquellos virajes políticos tuvieron enormes consecuencias. Es difícil pensar en un paquete de medidas económicas más importante anunciado de una sola vez.
Jeffrey E. Garten, en Yale Insights (13 de julio, 2021). Garten es Decano Emérito de la Escuela de Administración de la Universidad de Yale.
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