Desde que nace el sujeto está inmerso en un mundo de lenguaje, de palabras. Nuestros pensamientos ocurren en lenguaje; nuestro mundo de simbolización para aludir a conceptos es el lenguaje. Jacques Lacan introdujo los conceptos psicoanalíticos de palabra plena y palabra vacía y alegó que el lenguaje y el pensamiento son lo mismo. La palabra para él es un intercambio simbólico. Palabra plena es en términos lacanianos aquel término que evoca algo, que está más cerca de la verdad, una palabra que hace acto. La palabra vacía, en cambio, está alienada al deseo del sujeto. No se acerca a la verdad, a lo que es; se acerca y se vincula, en realidad, no a lo que es sino a lo que a uno le gustaría ser.
Algo similar al deseo y a la verdad tiene lugar en los discursos políticos. Se puede observar que se proponen agendas políticas planteando objetivos como inclusión, igualdad, equidad, respeto, diversidad, entre varias de un extraño repertorio que se engrosa todos los días. Eso consideraría yo que es la palabra vacía de los discursos políticos hegemónicos de la nueva agenda; ese puro bla bla que nada nos dice de lo que realmente hay entramado. Cuando se profundiza en lo que verdaderamente proponen las agendas políticas, nos encontramos con que hay algo mucho más complejo y subliminal que la “bandera” que recibimos.
Por ejemplo: detrás de la ideología de género, también llamada “perspectiva de género”, está escondida la famosa lucha de clases marxista, solamente que cambiaron de “targets” (objetivos). ¿De qué le serviría a los organismos internacionales y a los Estados desviar los “targets”? La respuesta es muy simple: la destrucción de la familia tradicional tal y como se ha dado en nuestra civilización. Algo similar ocurre con el feminismo actual de tercera ola. La bandera viene como “igualdad” o “equidad”, pero lo que realmente hay es una búsqueda de división entre hombres y mujeres, una vez más, para destruir a la familia.
La educación sexual integral se disfraza con un discurso que aduce proteger a los niños de abusos y, en el colmo del sarcasmo, finge tutelarles la integridad física, mental y emocional. Pero lo que realmente busca, y ya lo está obteniendo, es el adoctrinamiento de futuras generaciones en el cultivo de conductas sexuales alternativas a las naturales que, para mayor perversión, no respetan la inocencia propia de la edad de los niños que no tienen cómo escapar de ese asalto.
Hablemos también del aborto; el discurso dice: “aborto es salud”, “aborto es un derecho”; este discurso insinúa que el embarazo sería una enfermedad. No voy a analizarlo ahora, pero invito al lector a pensarlo. La palabra plena de la agenda del aborto es, una vez más, acabar con las familias, financiar a los organismos que se han vuelto millonarios con las políticas que promueven la agenda del aborto, lo que representa una seria afrenta a la población en general y a los valores que están en la base de la cultura occidental y cristiana.
Todos estos atropellos a la dignidad e integridad de las personas indican que detrás de todo acto, resolución o discurso hay invariablemente una palabra plena y una palabra vacía. La palabra vacía está totalmente descomprometida de lo que expresa, tiene una considerable cuota de hipocresía; la palabra plena, sin embargo, es la que acompaña a la intención con el acto; esa no miente.
Debemos estar atentos a estas asonadas discursivas; ya se perdió mucho, demasiado terreno en el campo de la moral y en el campo de la educación y de las relaciones sociales. Por eso hay que seguir de cerca esta tensión entre palabra plena y palabra vacía en todos los ámbitos de la vida y no dejar de advertir cómo cotidianamente en los medios de comunicación y en las políticas en general se nos deslizan mensajes deliberadamente confusos y malintencionados. ¿Cuántas veces hemos actuado como idiotas útiles para un acto cuya “palabra plena” no conocíamos o conocíamos de manera equivocada?
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