Con motivo de las elecciones en Argentina, se difundió un mensaje por whatsapp que decía lo siguiente: “En la Argentina perdió el progresismo globalista (izquierda cultural, aborto, ideología de género, Foro Económico Mundial, religión climática, encierro pandémico, Gran Reset, Agenda 2030), y ganó el progresismo globalista (izquierda cultural, aborto, ideología de género, Foro Económico Mundial, religión climática, encierro pandémico, Gran Reset, Agenda 2030).
Da para pensar. ¿Acaso son diferentes -donde duele-, la izquierda y la derecha, o sólo se diferencian en un modelo económico más o menos controlista, más o menos liberal, más o menos centrado en políticas sociales?
Y si no son muy diferentes… ¿por qué no soñar con un “modelo criollo”, más alineado con los intereses de los orientales que con las agendas internacionales? ¿Por qué no promover un modelo de país alineado con el sentido común y con la ley natural sobre la que se funda la Constitución de la República?
¿Por qué no afirmar con claridad meridiana que el respeto a los derechos humanos fundamentales, reconocidos por la Constitución de la República, siempre debe primar sobre el respeto a los denominados “derechos adquiridos”? ¿Hace falta recordar que los derechos humanos fundamentales, por ser inherentes a la naturaleza humana no pueden ser ni aprobados, ni derogados, sino solamente reconocidos por el Estado? Desde esta perspectiva… ¿no sería necesario revisar algunas leyes aprobadas durante la década pasada, e incluso la adhesión del Estado uruguayo a la Agenda 2030, que no ha cambiado un ápice tras el triunfo electoral de la coalición multicolor?
Somos conscientes de que es más fácil decirlo que hacerlo. Sabemos que gobernar una nación, es una tarea difícil, compleja, en la que la gloria es efímera y las tensiones y presiones, son permanentes. Sabemos que gobernar implica enormes sacrificios, y que a menudo es necesario tomar decisiones difíciles, siempre contrarias a los intereses de alguien. Pero entre “alguien de acá”, y “alguien de allá”, el gobernante ideal debería optar por los de acá.
No está bien poner los intereses foráneos por delante de los intereses del país –¡de un país despoblado!-, ni poner los cálculos electoreros por encima de los principios. ¿Por qué? Porque el fin nunca justifica los medios. Nunca será moralmente lícito aprobar leyes, decretos o procedimientos, que vulneren derechos humanos fundamentales –inherentes a la personalidad humana-, aunque ello se haga en nombre de ciertos “derechos adquiridos”. Hacerlo, es contrario tanto la letra, como al espíritu de la Constitución de la República.
Ejemplo de conducta, en este sentido, fue el Presidente Manuel Oribe. Ahorcado por deudas heredadas, en su primer gobierno Oribe envió a Giró a negociar un empréstito con la “Baring Brothers” de Londres. Pero los ingleses quisieron condicionar el préstamo a un tratado comercial draconiano. Y Oribe, al enterarse, le escribió a Giró:
“No dudo que el gabinete inglés coadyuvaría a la negociación del empréstito y aún nos regalaría la cantidad pedida a cambio de un tratado degradante; pero entiendo que nosotros no debemos vender el país y que seremos pobres pero decentes; esta fue mi contestación al cónsul Hood cuando me hizo una insinuación al respecto”.
“Seremos pobres pero decentes”… Hoy somos un país pobre y endeudado por varias generaciones. Somos un país atado a condicionamientos externos, comprometido con agendas foráneas de contenido incierto, cuando no claramente contrario al interés nacional y al sentido común. Y sin embargo, estos compromisos se mantienen intactos en gobiernos de distintos colores.
Somos un país que ha empezado a poner los “derechos adquiridos”, promovidos desde ciertos organismos internacionales, por encima de los derechos inherentes a la naturaleza humana consagrados en nuestra Carta Magna. Somos un país que cada 25 de agosto festeja su Independencia, pero que paradójicamente, parece depender cada vez más de los organismos internacionales.
Don Manuel Oribe, como los gobernantes actuales, tuvo que elegir entre el éxito fácil -que le daría popularidad-, entre el préstamo “blando” -pero contrario a los intereses del país-, y el camino difícil, pero noble y digno, de enfrentar las deudas con ahorro, con decisiones administrativas responsables, aunque impopulares. Él eligió el segundo camino. Sería buena cosa que quienes hoy levantan sus banderas, procuraran imitar su conducta.
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