La Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 sanciona en su artículo 23 que “toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo”. El comité de las Naciones Unidas que se encargó de su redacción estaba liderado por Eleonor Roosevelt, quien fuera instrumental en la definición de las medidas del New Deal implementadas por su esposo Franklin D. Roosevelt. La experiencia de la Gran Depresión había sido traumática para los Estados Unidos, y esto se ve reflejado en la impronta de la Sra. Roosevelt: el artículo comienza garantizando el derecho al trabajo.
Pero lo del matrimonio Roosevelt no era declarativo, y Eleonor no necesitaba cosechar aplausos o correr detrás de títulos honoris causa u otras pomposas condecoraciones. Eleonor se había ganado el derecho de dirigir ese comité de la ONU por su continuo esfuerzo de quince años apoyando a los más castigados por la Gran Depresión. Siempre al pie del cañón al lado de los humildes.
Concretamente, entre las varias medidas implementadas para fomentar el trabajo dentro del New Deal, se destaca una iniciativa dirigida a mitigar el problema del desempleo juvenil. Se trata del Cuerpo de Conservación Civil (Civilian Conservation Corps), un programa federal que puso a trabajar a millones durante la Gran Depresión en proyectos dirigidos a mejorar el medio ambiente. Cuando fue electo en 1932, el presidente Roosevelt declaró que “un gobierno que se merezca su nombre debe dar una respuesta adecuada” al sufrimiento de los desempleados. A su vez, el programa contribuyó a mejorar el medio ambiente en forma tangible, plantando bosques que permitieran mejorar la calidad del aire.
El programa, que era conocido también como “El Ejército de Arboles de Roosevelt”, estaba abierto para jóvenes solteros y desempleados de entre 18 y 26 años. Los participantes debían gozar de buena salud y estar preparados para realizar trabajo físico. Durante el transcurso del programa, los reclutas recibían capacitación en diferentes áreas que los preparaba para una vida futura de trabajo. Bajo supervisión de los departamentos del Interior y Agricultura, plantaron árboles, combatieron incendios forestales, abrieron campos para que pasaran rutas, resembraron campos de engorde e implementaron controles contra la erosión de los suelos. Entre 1933 y 1942 participaron del programa 3 millones de hombres, y el programa solo fue interrumpido cuando Estados Unidos entró en la guerra.
Entre tantos derechos a garantizar, nuestro país ha perdido de su foco este derecho esencial y universalmente reconocido. En su desenfrenada carrera en búsqueda de reconocimiento internacional y cocardas de todo tipo y color, olvidó que la reputación histórica del país no es consecuencia de un boom en el precio de la soja o de haber atraído una multinacional para que haga una planta de celulosa.
Se aprecia de hecho cierta confusión sobre cómo se genera riqueza y lo estamos pagando caro en la década que comienza. La verdadera riqueza de un país se encuentra en sus trabajadores, y llegó el momento de que el Estado sustituya el asistencialismo por programas que contribuyan a convertir jóvenes en ciudadanos hábiles para trabajar, y no seguir alimentando las legiones de criminalidad que asolan nuestro territorio. Con una medida de este tipo se estaría contribuyendo de un plumazo a garantizar el derecho al trabajo, a la educación y a la seguridad.