La conversación giró en torno a problemas genéricos y el único tema de cierto de interés fue el del petróleo. Eisenhower quería saber cómo abordaría la cuestión, ya que Brasil necesitaba cada vez más combustible. Me sugirió que, durante mi estadía en Estados Unidos, intentara llegar a un entendimiento con un grupo de pequeñas empresas, que en su opinión eran aptas para una buena colaboración con los brasileños en el ámbito de la prospección y explotación de petróleo. Le respondí que estaba saliendo de una campaña política durante la cual había viajado por todo el país, asegurando a los ciudadanos que si asumía la jefatura de gobierno mantendría el monopolio estatal del petróleo. Era un tema que movilizaba a la opinión pública del país y, en estas circunstancias, de ninguna manera iba a cambiar mi posición nacionalista y defraudar a quienes me habían conferido su voto. Eisenhower, que ignoraba cómo se estaba tratando el problema en Brasil, se percató de que se había metido en terreno peligroso y, antes de que fuera demasiado tarde, cambió el rumbo. Pasó a hablar de la infiltración comunista en América Latina. Ponderé que el problema, antes de ser policial, estaba directamente relacionado con el bajo nivel de vida de la población. La solución pasaba por un vasto programa de reformas orientadas al desarrollo, porque solo mejorando las condiciones de trabajo de la población sería posible sofocar el malestar social que se evidenciaba en algunos países y consolidar la democracia en el continente.
Juscelino Kubitschek, describiendo su encuentro con Dwight Eisenhower en Key West (Florida, Estados Unidos), el 5 de enero de 1956, unos días antes de asumir como presidente de Brasil. En “Meu camino para Brasilia: A Escalada Politica”, J.K, Ediciones del Senado Federal de Brasil
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