La mecánica de los negocios modernos es tan delicada que hay que prestar la máxima atención para no interferir en ella con espíritu temerario o ignorante. Muchos de los que han hecho de su vocación denunciar las grandes concentraciones industriales que popularmente, aunque con inexactitud técnica, se conocen como “trusts”, apelan especialmente al odio y al miedo. Estas son precisamente las dos emociones, particularmente cuando se combinan con la ignorancia, que incapacitan a los hombres para el ejercicio de un juicio sereno y firme. Ante las nuevas condiciones industriales, toda la historia del mundo demuestra que la legislación será, por lo general, imprudente e ineficaz, a menos que la emprendamos tras una serena indagación y con un sobrio autocontrol.
Buena parte de la legislación dirigida contra los trusts habría sido sumamente perjudicial si no hubiera sido también totalmente ineficaz. De acuerdo con una conocida ley sociológica, es el agitador ignorante o imprudente quien ha sido el aliado realmente eficaz de los males a los que nominalmente se ha opuesto. En el trato con los intereses comerciales, que el Gobierno se comprometa mediante una legislación burda y poco meditada a hacer lo que puede resultar malo, sería incurrir en el riesgo de un desastre nacional de tal alcance que sería preferible no emprender nada en absoluto. Los hombres que exigen lo imposible o lo indeseable sirven como aliados de las fuerzas con las que nominalmente combaten, ya que obstaculizan a los que se esfuerzan por investigar de manera racional cuáles son realmente los males y en qué medida y de qué manera es posible aplicar remedios…
Existe una convicción generalizada en la conciencia del pueblo estadounidense de que las grandes corporaciones conocidas como trusts son, en algunas de sus características y tendencias, perjudiciales para el bienestar general. Esto no surge de un espíritu de envidia o falta de caridad, ni de falta de orgullo por los grandes logros industriales que han colocado a este país a la cabeza de las naciones que pugnan por la supremacía comercial. No se basa en una falta de apreciación inteligente de la necesidad de hacer frente a las condiciones cambiantes y transformadas del comercio con nuevos métodos, ni en la ignorancia del hecho de que la asociación de capitales en el esfuerzo por lograr grandes objetivos es necesaria cuando el progreso del mundo exige que se realicen grandes acciones. Se basa en la convicción sincera de que la combinación y la concentración no deben prohibirse, sino supervisarse y, dentro de unos límites razonables, controlarse…
El primer elemento esencial para determinar cómo tratar las grandes combinaciones industriales es el conocimiento de los hechos: la difusión pública. En interés del público, el Gobierno debe tener el derecho de inspeccionar y examinar el funcionamiento de las grandes corporaciones que participan en negocios interestatales. La divulgación es el único remedio seguro que podemos invocar ahora. Qué otros remedios son necesarios en la forma de regulación gubernamental, o impuestos, sólo puede ser determinado después de que la divulgación se ha logrado, por el proceso de la ley, y en el curso de la administración. El primer requisito es el conocimiento, pleno y completo, conocimiento que puede hacerse público al mundo.
Theodore Roosevelt, presidente de los Estados Unidos (1901-1909). Extraído de su mensaje del Estado de la Unión, 3 de diciembre de 1901. Roosevelt utilizó como instrumento legal en su combate a los monopolios a la Ley Sherman, aprobada por el Congreso en 1890 y promulgada por su predecesor, William McKinley. Se trató de la primera medida promulgada por el Congreso con el objetivo expreso de prohibir los trusts e inhibir el poder de los monopolios. La administración de Theodore Roosevelt emprendió con éxito la disolución de monopolios como la Standard Oil Co. de John D. Rockefeller y la Northern Securities Co. de J.P. Morgan, un conglomerado ferroviario que fue disuelto por una resolución de la Suprema Corte de Justicia de EE.UU.
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