Hace poco comentábamos que el hombre, creado por Dios a su imagen y semejanza, tiene cuerpo y alma, y que las facultades del alma son la inteligencia y la voluntad. El hombre tiene, además, sentimientos -tendencias, impulsos, instintos, pasiones-: es un ser que siente, que razona y que actúa. A veces, la razón le dice al hombre que actúe de acuerdo con lo que sus sentimientos le indican, abrazar a su hijo porque salvó un examen, y otras, que no de rienda suelta a sus sentimientos, no montar en cólera cuando su hijo le informa que chocó el auto.
Ahora bien, el hombre no siempre logra el equilibrio necesario entre razón y sentimientos. ¿Por qué ocurre esto?
Racionalismo y sentimentalismo
La razón viene a ser la parte activa -analítica- de la inteligencia, mientras que la parte pasiva es la contemplación. La inteligencia, a través de los sentidos, percibe las cosas como son, capta su esencia: contempla la realidad tal cual es. Luego, a través de la razón analiza esas percepciones, las ordena, las clasifica y llega a determinadas conclusiones. Por eso, cualquier análisis que se realice sin previa contemplación, será por lo menos incompleto. Sin embargo, concluir que todo debe analizarse, juzgarse y clasificarse con la razón, y que toda realidad que no entre en el tiempo, el espacio, el peso, la cantidad o el volumen, debe descartarse, parece excesivo. ¿Por qué? Porque el misterio, el amor, el dolor, la poesía, la belleza, muchas veces incomprensibles por la razón, son también parte -y parte importante- de la realidad que nos rodea.
“El gran desafío hoy es brindar a las nuevas generaciones una formación humana integral y equilibrada”
El sentimentalismo, a priori, parece ubicarse en las antípodas del racionalismo, pero comparte con él el error de reducir la realidad a un solo aspecto: el de los sentimientos, sin considerar, o sin casi dar lugar a la razón. Un Boecio posmoderno, bien podría definir a la persona del siglo XXI, como una “sustancia individual de naturaleza sentimental”. Ahora bien, concluir que el hombre debe actuar solo en base a “lo que siente”, sin pararse a razonar si su comportamiento conviene o no a sí mismo y/o a los demás, es tan excesivo como decir que es imposible conocer algo si no es de forma empírica, por la razón. ¿Por qué? Porque si bien la razón tiene sus límites, un mundo en que los hombres actuaran basados solo en lo que sienten, sería un caos. Basta considerar el caos que provoca la infidelidad matrimonial, que no es otra cosa que dejarse llevar por los sentimientos, sin tamizarlos con la razón.
El equilibrio perdido
Tras el paulatino alejamiento de Dios que trajo la Edad Moderna, los hombres llegaron a endiosar la razón. Pero la rigidez y la frialdad de la Ilustración, hicieron tan insoportable al racionalismo, que generaron la reacción contraria. Así nació el Romanticismo, que llevó al endiosamiento de los sentimientos.
Andando el tiempo, diversas ideologías se ocuparon de hacer creer al hombre que, si no es a través del conocimiento experimental, es imposible conocer verdades objetivas. Y como en todo lo demás, no se reconoce la existencia de tales verdades, el hombre de hoy piensa que puede y debe dar rienda suelta a su subjetividad y a sus sentimientos. El hombre del siglo XXI considera que ser “autentico” es un avance, pero su equilibrio mental deja mucho que desear.
En efecto, la radicalización del racionalismo, por un lado, y del sentimentalismo por el otro, genera una tensión extrema que explica, en buena parte, esa falta de equilibrio en el comportamiento del hombre posmoderno. La enorme importancia que algunos le dan al abollón de un paragolpes, mientras banalizan de la práctica del aborto o la eutanasia, permiten visualizar la dimensión del problema. El incremento de los problemas mentales y la decadencia de la civilización clásica no parecen ser ajenos a esa falta de equilibrio.
¿Qué hacer?
Toda restauración duradera empieza por la buena formación de los que vienen detrás. El gran desafío hoy es brindar a las nuevas generaciones una formación humana integral y equilibrada: poética en la infancia, racional en la adolescencia, contemplativa en todo momento.
Si el sistema educativo formal no brinda esa educación, tendrán que darla los padres, en familia. Y si algunos consideraran necesario sacarlos del sistema para formar a sus hijos en el propio hogar, está muy bien: ¡que lo hagan! Hoy, en Estados Unidos, el 27% de los cupos universitarios son para jóvenes educados en sus casas. Por algo será…
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