El dato incómodo para muchos liberales y socialistas es que “ningún contrato social y ningún sistema de distribución puede funcionar como un marco político abierto”, es decir, sin fronteras y sin reglas sobre quién pertenece y quién no. La Nación y el Estado dependen el uno del otro. Tamir destaca el contenido cultural y psicológico del nacionalismo, que ofrece un sentido de pertenencia para que todos nos mantengamos unidos. Yo destacaría también los aspectos económicos. La Nación, como sea que se haya construido, necesita que el Estado provea lo que los economistas llaman “bienes públicos”: educación, infraestructura, ley y orden. El Estado a su vez necesita a la Nación como fuente de legitimidad, confianza interpersonal y un sentido de destino común. Los liberales y los nacionalistas difieren en lo que Tamir llama su “ethos de formación”: los nacionalistas hacen hincapié en la historia y el destino mientras que los liberales creen en el voluntarismo. Pero el verdadero voluntarismo solo es una opción para unos pocos afortunados: aquellos profesionales calificados y grandes inversores que se pueden dar el lujo de vagar por el mundo ampliando sus redes sociales y accediendo a oportunidades económicas. Estos globalistas cosmopolitas -ciudadanos de ninguna parte- han logrado renunciar a sus responsabilidades en sus países de origen sin tener que asumirlas en ningún otro lugar.
Ec. Dani Rodrik, en la introducción de “Por qué el nacionalismo” de Yael Tamir, publicado por Princeton University Press (2019)