Antes que nada, hay que decir que el estrés es un proceso normal, común a todos los seres vivos, es un proceso que se activa para lograr la adaptación a un medio cambiante o para lograr la superviviencia frente a una amenaza. En sí, este proceso permitió a los humanos adaptarnos a medios en constante cambio y enfrentar la amenaza de depredadores o de cualquier otro tipo, por ello decimos que el estrés nos permitió desarrollarnos como especie.
Frente a la amenaza percibida como tal, el organismo reacciona por la activación de ciertos procesos neurofisiológicos, preparando al individuo para dos respuestas: luchar o huir. Si la tal amenaza es evaluada como algo “vencible” se luchará y de lo contrario se huirá y así se logra la supervivencia del individuo y por ende de la especie.
Todo esto suena muy primitivo y lo es. Las zonas del cerebro encargadas de activar este proceso son las zonas más arcaicas de nuestro cerebro, incluso compartidas con los reptiles, razón por la cual se lo llama “cerebro reptiliano”, estás zonas del cerebro también son las que, en nuestro desarrollo embrionario, se desarrollan primero es por eso que nacemos con la posibilidad de que se active nuestro proceso de estrés, esto le permite a bebé llorar y de alguna manera “avisar” a sus cuidadores cuando siente hambre, sed, frío, calor, etc.
Pasaron miles de millones de años, y los seres humanos no estamos expuestos a depredadores, pero nuestro “cerebro reptiliano”, que no es capaz de diferenciar entre un gran felino de la sobrecarga de tareas, sigue respondiendo de igual manera activando el complejo mecanismo que regula nuestra respuesta de estrés.
Podemos decir que una dosis adecuada de estrés es buena, es la que nos permite estar más atentos y preparados para la respuesta cuando circulamos por una calle oscura y tememos ser víctimas de la delincuencia, o también es aquello que nos permite dar un volantazo en fracciones de segundos y así evitar un accidente de tránsito cuando manejamos nuestro auto.
Todos hemos experimentado esa desagradable sensación de agobio, hemos experimentado la sensación de tensión frente a una agenda que parece explotar de tareas, todos hemos mirado con desasosiego la pantalla de nuestro móvil llena de notificaciones y mensajes, seguramente al lector le haya sucedido el ir al médico que éste le diga: lo que usted tiene es estrés.
¿De dónde surge el problema? Surge de lo que se define como “niveles críticos de estrés”, el proceso de estrés tiende a recuperar el equilibrio u homeostasis una vez pasada la alarma, pero cuando el sujeto es expuesto a niveles elevados de estrés o cuando esto se mantiene durante mucho tiempo, el organismo va perdiendo la capacidad de recuperar la homeostasis, empiezan a mermar las reservas del organismo y por ende se llega a la enfermedad y a la muerte.
Los seres humanos hemos evolucionado como especie y nuestro “cerebro reptiliano”, como lo llamamos más arriba, sigue siendo el mismo y hoy en nuestra cultura, ya no estaremos expuestos a depredadores, pero la vida “multitarea”, el estar enfocados en múltiples actividades al mismo tiempo, la sobrecarga de trabajo, el abandono progresivo de lo que son los “factores protectores del estrés” (descanso, alimentación, actividad física, ocio), causan que esa señal de alarma que activa la respuesta de estrés esté contantemente encendida deteriorando nuestra calidad de vida y provocando múltiples enfermedades físicas y mentales.
Hoy en día estamos expuestos permanentemente a estresores, algunos son internos, nuestros propios pensamientos, nuestra elevada auto exigencia, nuestros miedos, temores e inseguridades. Otros estresores son externos, la tecnología, todo el universo de lo nuevo a lo cual nunca terminamos de adaptarnos, la sobrecarga de trabajo, la situación económica del país, la inseguridad, la lista sería interminable. Aquello que la naturaleza nos proveyó como un recurso para salvaguardarnos en casos de alarma, hoy se ha vuelto algo permanente y en muchos casos crónico.
A modo de ejemplo: dentro del complejo mecanismo de respuesta que es el estrés nos encontramos con que una hormona que es segregada por la glándula suprarrenal, el cortisol. El cortisol actúa como un antinflamatorio útil para las respuestas de lucha o huida típicas del estrés, pero cuando se pasa a los niveles críticos de estrés, al estrés crónico, esta hormona empieza a interferir de manera negativa con nuestro sistema inmune, haciendo disminuir a los linfocitos T, principal barrera defensiva contra infecciones y principal barrera para las células tumorales. El estrés prolongado afecta nuestro sistema inmunitario volviéndonos más proclives a las infecciones y también al cáncer. ¿Quién de nosotros no ha padecido una infección a consecuencia de que “le bajaron las defensas”?
Para disminuir las consecuencias negativas del estrés en nuestras vidas, debemos cuidar de nuestros factores protectores que más arriba citamos, cuidar nuestra alimentación, nuestro descanso, hacer actividad física y dedicar un tiempo al ocio, al ocio creativo, a cultiva nuestras aficiones, hobbies, actividades recreativas. Es importante hacer una jerarquía de actividades de manera de darle más importancia a lo que realmente es importante y dejar para mañana lo que no es necesario que hagamos hoy, ponernos horarios y respetar esos horarios, apagar el celular o simplemente silenciar todas aquellas aplicaciones que tienen que ver con nuestro trabajo una vez que hemos llegado a casa.
En psicoterapia cognitivo conductual trabajamos con los pacientes que sufren las consecuencias del estrés en sus vidas aplicando técnicas validadas científicamente para controlarlo.
(*) Columnista invitado