Hoy, Mario Draghi es festejado por todos como el salvador del país. Pero en 2011, el mismo Draghi fue protagonista de una de las páginas más oscuras de la historia moderna italiana y europea: la instalación del gobierno técnico de Mario Monti tras el “golpe blanco” del Banco Central Europeo contra el gobierno de Berlusconi. Desgraciadamente, como ocurre con muchas de las tramas oscuras que han salpicado la historia de nuestro atormentado país, se trata de un episodio sobre el que muchos todavía se resisten a poner el foco. Reconstruyamos pues, brevemente, los acontecimientos de aquellas funestas semanas de hace nueve años.
Nos encontramos en el verano de 2011. El país era sujeto de un feroz ataque especulativo contra los bonos del Estado italiano. En agosto, un clima político ya sobrecalentado se inflamó aún más cuando se filtró a los periódicos el contenido de una carta –en teoría destinada a permanecer en secreto– enviada al gobierno italiano por Mario Draghi, que unos meses más tarde asumiría oficialmente la presidencia del BCE, y por su predecesor Jean-Claude Trichet. En dicha carta la cúpula del BCE exige al gobierno italiano “una profunda revisión de la administración pública”, que incluya “la plena liberalización de los servicios públicos locales”, “la privatización a gran escala”, “la reducción del coste de los empleados públicos, si es necesario mediante la reducción de los salarios”, “la reforma del sistema nacional de negociación colectiva”, “criterios más estrictos para las pensiones de jubilación” e incluso “reformas constitucionales que endurezcan las normas fiscales”. Todo ello, según dicen, para “restablecer la confianza de los inversores”. Giulio Tremonti, el entonces ministro de Economía, declararía más tarde que su gobierno había recibido dos cartas amenazantes ese verano: una de un grupo terrorista y otra del BCE. “La del BCE fue peor”, añadió con sarcasmo (pero quizá no demasiado).
Llegado ese momento, el Gobierno decidió anunciar una serie de reformas estructurales y recortes presupuestarios en un intento de “tranquilizar” a los mercados y al BCE. Pero con la llegada del otoño, las tasas de interés de la deuda pública italiana continuaron subiendo. Esto llevó a una situación de pánico creciente, alimentada en gran medida por los medios de comunicación –el famoso titular de la edición del 10 de noviembre de 2011 del diario Sole 24 Ore, “FATE PRESTO”, ha pasado a la historia–, en la que se temía el inminente default de Italia con efectos catastróficos para el país. Vale la pena citar algunos pasajes de aquel editorial del entonces redactor jefe de Sole, Roberto Napoletano (hoy investigado por falsa declaración de empresa y manipulación bursátil), del que se hicieron eco en aquellos días cientos de artículos y editoriales de igual tenor: “Se requiere de un gobierno de emergencia nacional en el que las fuerzas políticas más responsables (empezando por el PdL de Berlusconi) decidan invertir en personas que, por su historia y conducta, hayan demostrado que conocen el lenguaje de los mercados y de los Estados y que, por tanto, tienen las cartas adecuadas para negociar de igual a igual en el mundo y convencer a los inversores de la solidez y fiabilidad de los bonos soberanos italianos. Este es el camino correcto, y en este momento es también la única forma posible de sacar al país del atolladero de una emergencia dramática y devolverle el crédito y el honor que merece. (…) Es por ello que, con mayor razón, estimados diputados y senadores, la responsabilidad política (digo política) recae sobre vuestros hombros para garantizar en Italia un gobierno de emergencia dirigido por hombres creíbles que sepan dar a Italia y a los italianos los cuidados necesarios, pero que también sepan imponer al mundo el respeto y la confianza en Italia”.
Dos días después de la publicación de este editorial, el 12 de noviembre, Berlusconi, que había perdido la mayoría cuatro días antes, presentó su dimisión. Ese mismo día, el presidente de la República, Giorgio Napolitano, nombró a Mario Monti –excomisario europeo y asesor internacional de Goldman Sachs hasta unos días antes– para formar un gobierno técnico. Cuatro días más tarde, el 16 de noviembre, se formó oficialmente el gobierno de Monti. Lo que les fue relatado a los italianos por aquellos días –véase el editorial del Sole– y se repitió hasta el cansancio en los meses y años siguientes, fue que la caída del gobierno de Berlusconi y la llegada de Monti no fue más que la consecuencia “natural” de la reacción de los los mercados ante la excesiva deuda pública italiana y la fallida gestión de la crisis económica por parte del gobierno de Berlusconi.
La estructura ideológica que subyace a esta narrativa la conocemos muy bien. Es la idea de que el Estado es como una familia o una empresa y debe ser administrado como tal, porque como una familia o una empresa, puede quedarse sin dinero; como una familia o una empresa, si quiere gastar más de lo que recauda (a través de los impuestos), se ve obligado a pedir prestado a los mercados en las condiciones ( tasas de interés, etc.) dictadas por ellos; y como una familia o una empresa, puede entrar en mora si los mercados se niegan a prestarle el dinero: que es más o menos lo que le ocurrió a Italia en 2011, según la perorata dominante. Hoy en día, hasta los más duros de entendederas se están dando cuenta de que esta narrativa es completamente infundada. Desde hace varios meses, para combatir la pandemia, el BCE se ha visto obligado a actuar como un “verdadero” banco central, comprando bonos públicos con dinero creado de la nada para apoyar los déficits presupuestarios de los Estados.
Al contrario, el BCE no se limitó a mirar para otro lado mientras los mercados hacían su trabajo sucio con Italia en 2011, lo que de por sí ya sería muy grave, sino que contribuyó activamente a agravar la crisis en los mercados de deuda. Según el Financial Times, el BCE “obligó a Silvio Berlusconi a renunciar en favor de Mario Monti”, dando a entender al Gobierno y al Parlamento italianos que la dimisión del premier era una condición necesaria para que el banco central siguiera apoyando los bonos públicos y los bancos de su país. El propio Monti dijo en una entrevista de 2017 con el Corriere della Sera que a finales de 2011 “Draghi decidió (…) poner fin a las compras de bonos públicos italianos por parte del BCE, que habían dado oxígeno al Gobierno de Berlusconi en el verano y otoño de 2011”. Resulta difícil imaginar un escenario más perturbador que el de un banco central supuestamente “independiente” y “apolítico” que recurre al chantaje monetario para forzar la salida de un gobierno democráticamente electo e imponer su propia agenda política (esbozada en la carta de agosto de 2011). Pero esto parece ser exactamente lo que ocurrió en Italia en 2011.
Thomas Fazi, en “2011: el golpe de Draghi contra Berlusconi”, La Fionda (16 nov, 2020)
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