El P. M. Raymond fue ordenado sacerdote en la Compañía de Jesús, y varios años después sintió que Dios lo llamaba a ser monje cisterciense (o monje trapense). Raymond es autor de numerosos libros, entre los que destaca la “Saga de Citeaux”, compuesta por Tres monjes rebeldes, La familia que alcanzó a Cristo e Incienso quemado. En la primera de estas obras, Raymond narra en formato novela la vida de los fundadores de la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia: San Roberto de Molesmes, San Albérico, y San Esteban Harding. San Roberto fundó esta orden para volver al rigor inicial de la regla benedictina, tras observar cierta relajación en las costumbres de los monjes de Cluny.
En uno de los primeros capítulos de esta obra, Raymond muestra a San Roberto reflexionando sobre su vocación en el monasterio donde inició sus pasos como religioso. Y escribe:
“Roberto fue directamente al hogar y, con aire absorto, extendió las manos hacia las llamas. Su mente estaba ocupada con las palabras oídas al Abad esa misma mañana, en la sala del capítulo: ‘Busqué… un hombre… que se mantuviera en la brecha, delante de mí, en defensa de la tierra, para que yo no la destruyera; y no encontré ninguno’ (Ezeq. 22, 30)”.
Estas palabras habían perseguido a Roberto toda la mañana. Le habían hecho imaginar el cuadro de una ciudad sitiada, con una enorme brecha en su muralla. Veía un solitario caballero, de pie, en medio de la abertura, como única defensa de todo el pueblo. Esa fantasía removía su sangre guerrera. Pero lo que había oprimido su corazón en el capítulo, y continuaba aun oprimiéndolo, era el dolorido lamento de la última frase: “Busqué a un hombre… y no encontré ninguno”.
Cabe la pregunta ¿a qué se debe que ese viejo edificio que hasta no hace mucho se conocía con el nombre de “civilización occidental y cristiana” esté hoy lleno de brechas? Pienso que a las ideologías. Todas o casi todas ellas inspiradas por el padre de la mentira. Porque la batalla es cultural, pero la guerra es espiritual…
Ahora bien, ¿está todo destruido, o aún se puede hacer algo? Si no se hace nada, todo irá a peor. Si se siguen abriendo brechas, si permitimos que nefastas ideologías sigan contaminando nuestras mentes, nuestros hogares y aniden en los corazones de nuestros hijos, será cada vez más difícil cortarles el paso. Por eso, hacer algo no es una posibilidad: es un deber. Y es de vida o muerte, tanto en sentido material como en sentido espiritual.
¿Qué significa estar en la brecha? Estar dispuesto defender la posición… En nuestro caso, estar dispuestos a defender siempre y en todo lugar, el sentido común, la ley natural, la existencia de un orden moral objetivo, nuestro derecho a vivir como Dios manda. Y esto, siempre: en el trabajo, en reuniones sociales, en reuniones familiares… Siempre. No por odio a los que están enfrente, sino por amor a los que están detrás, diría Chesterton.
¿Y qué se necesita para estar en la brecha? Coraje, determinación, confianza en que lo que defendemos, no es nuestra verdad: es la realidad. Y fe en Dios, que todo lo puede. Se necesita formación y valentía para decir sí cuando es justo, y para decir que no cuando es necesario.
Pero ¿cambia algo si hay un hombre en la brecha? Por supuesto que sí. Es como preguntar si cambia algo que haya o no un golero defendiendo el arco. El pequeño David venció a Goliat con astucia y puntería. Y más de una batalla fue ganada a lo largo de la historia por el bando que estaba en inferioridad de condiciones. Por ejemplo, la batalla de Cartagena de Indias, en la que Blas de Lezo le dio una soberbia paliza a la poderosísima armada británica.
¿Qué puedo hacer yo para cerrar la brecha? Ante todo, darme cuenta de que algo puedo y debo hacer. De que cada uno es necesario. Luego, no callar ante quienes defienden ideologías disparatadas, ya que como dijo Edmund Burke, “para que triunfe el mal, solo es necesario que los buenos no hagan nada”. Hay que vencer el miedo al qué dirán, a parecer anticuado, a confrontar con amigos o parientes. A veces no hay más remedio.
Que el Señor nos encuentre en la brecha cuando nos pida cuentas de nuestro amor a los demás. La mayor manifestación de caridad de que el hombre es capaz es ayudar a otros a buscar la santidad. Por eso, la brecha del odio, el error y la mentira, la cierra el hombre que apila con esfuerzo gruesas bolsas de amor… repletas de la arena de la verdad, el bien y la belleza.
TE PUEDE INTERESAR: