Hubo un tiempo en el que el eje estratégico mundial estaba en Europa. Con la incorporación del Nuevo Mundo al orden global, el eje pasó a situarse durante mucho tiempo en el Atlántico, entre Europa y América. La consolidación de la primacía de Estados Unidos convirtió a este país en pivote del mundo. Con el desarrollo de los tigres asiáticos el peso específico del planeta se desplazó hacia el Pacífico, entre América y Asia. Después, el concepto inicial de Asia-Pacífico fue perdiendo el sentido de espacio entre dos costas para con el tiempo remitir solo a la ribera donde se encuentra China, a medida que esta ha crecido como superpotencia y ha centrado la atención general. Ahora asistimos a otra progresión en la rotación del globo, de nuevo unos grados más hacia Poniente. Asia-Pacífico cede el lugar a la idea de Indo-Pacífico al incluir en la ecuación a India. Y es posible que, en el futuro, conforme se compacte Eurasia y África participe más en las decisiones internacionales, la forma de mirar el mapamundi sea teniendo al Índico en medio, como un Mediterráneo global.
Hoy, en cualquier caso, estamos estrenando el momento del Indo-Pacífico. Se trata de un nuevo orden mundial en el que China ya no ocupa el centro en el que aspiraba instalarse: el suelo se ha comenzado a mover antes de que pueda asentarse del todo. La misma prisa estratégica de Pekín ha provocado la movilización del entorno asiático, la cual se apoya en parte en una India que, por volumen demográfico y potencialidad económica, puede servir de palanca para el contrapeso continental de China.
El cambio tectónico internacional que se está produciendo con la cristalización del Indo-Pacífico como uno de los principales ejes globales no es algo que pasase desapercibido a los internacionalistas de los últimos 150 años. Ya a finales del siglo XIX, el historiador y estratega naval Alfred Thayer Mahan predijo que “quien domine el océano Índico dominará Asia y el destino del mundo se decidirá en sus aguas”. Tiempo después, en 1924, Karl Haushofer predijo la llegada de lo que llamó “la Era del Pacífico”. Posteriormente, Henry Kissinger afirmó que uno de los cambios más drásticos a nivel global que se producirían en este siglo sería el desplazamiento del centro de gravedad de las relaciones internacionales del Atlántico al Índico y Pacífico. Y fue en los ochenta, durante la mítica reunión entre Deng Xiaoping y el primer ministro indio Rajiv Gandhi, cuando se produjo la declaración por parte de Deng indicando que solo cuando China, India y otras naciones vecinas colaboren se podría hablar de un “siglo de Asia-Pacífico”.
En cualquier caso, la experiencia histórica indica que la unidad y la colaboración entre diferentes estructuras sociales (sean estas naciones, ideologías o civilizaciones) pueden coexistir con relaciones competitivas entre ellas provocando que el escenario donde interactúan y rivalizan se convierta en uno de los ejes geopolíticos del planeta. El Mediterráneo fue el punto de unión, comunicación y comercio de las culturas clásicas a las que regaban sus aguas durante milenios, pero también un espacio de competición diplomática y lucha por recursos, influencia y expansión de colonias, tal y como describió Tucídides en su Guerra del Peloponeso.
De la misma forma, desde el siglo XV, el Atlántico también fue el campo de competición estratégica en la proyección progresiva de las ballenas o potencias marítimas europeas hacia América y África occidental, solapándose las dimensiones política, económica, religiosa y cultural. Y el siglo XVIII fue testigo del intenso conflicto desatado en el océano Índico entre Francia, Reino Unido y el imperio maratha indio por el control de sus aguas y sus costas. En última instancia, los mares y los océanos son el vector que permite a las potencias terrestres expandirse y proyectar su poder fuerte o blando más allá de las limitaciones de su ámbito territorial.
El mar se convierte así en el ámbito donde el árbol de posibilidades de las naciones se maximiza. Ya lo explicó Ian Morris destacando que la razón por la que Europa se había convertido a partir del siglo XV en un poder global, expandiendo su civilización por todo el planeta, era precisamente que Europa era una península de penínsulas, y esto ofrecía un fácil acceso al mar a cualquier idea, producto, fuerza militar y revolución que se quisiera exportar e importar. El mar ha sido, por lo tanto, un acelerador de la evolución social en aquellas civilizaciones que contaban con la ventaja estratégica de un fácil acceso al mismo.
Por ello, el planteamiento de la futura evolución de las dinámicas globales desde una perspectiva marítima en lugar de terrestre puede resultar más práctico a la hora de definir los futuros escenarios posibles. Esto nos lleva a la conclusión de que quizá resulta más adecuado hablar de una Era del Indo-Pacífico antes que de un siglo terrestre asiático, ya que estos océanos se asemejan a un lienzo donde los poderes antiguos y nuevos, regionales y globales, colectivistas e individualistas se disputan la proyección de sus intereses, sus esferas de influencias y sus identidades, hasta lograr un alcance global.
Juan Luis López Aranguren, es profesor de Relaciones Internacionales y Derecho internacional público e investigador del Grupo Japón, de la Universidad de Zaragoza. Global Affairs Journal, enero 2021.
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