El próximo 22 de marzo se cumple el primer aniversario de la muerte de Hugo Manini Ríos. Por aquellos días escribí unas palabras de despedida al maestro, al amigo e inspirador de nuevos horizontes. Hoy siento la misma sensación de perplejidad y dolor por su partida. Pero con el transcurrir del tiempo vamos tomando verdadera dimensión de la inmensidad de su legado.
Ante personalidades con la profundidad espiritual, densidad cultural y experiencia vital de Hugo, cualquier intento que se haga por describir su pensamiento o explicar su trayectoria será incompleto y hasta, si se quiere, injusto. No obstante, desde el relanzamiento de La Mañana, nos dejó en sus escritos muchas semillas de sabiduría. Con su particular estilo, erudito pero no pretencioso, frontal pero no destructivo, desplegaba con agilidad una variada gama de recursos literarios como la ironía, la metáfora y la paradoja, que hacían siempre muy disfrutable la lectura.
El gallo de La Mañana volvió a cantar en un momento muy especial en el 2019. Habían pasado dos décadas desde el cierre de la publicación y casi cuatro desde que la familia Manini no la dirigía. Era, como ahora, un año electoral. Y, además, su hermano Guido entraba a la arena política como candidato a presidente de un incipiente partido.
Desde los primeros números de la nueva época, ahora como semanario, Hugo se ocupó de establecer claramente cuál sería la base filosófica, la identidad y el leitmotiv que animarían las páginas de este medio de prensa y de difusión cultural. En su primer editorial remarcó que La Mañana era un “activo moral” de su acervo familiar, que estaba “profundamente arraigada” en la opinión pública nacional. De esa manera se puede entender que no se trata de un órgano de prensa de un partido ni de ningún interés corporativo o de negocios. Es una empresa familiar anclada en valores, que son anteriores a cualquier afinidad o inclinación que legítimamente pueda adoptar en un momento determinado. Un periodismo libre pero también independiente.
Recordaba en el editorial que la aparición del diario el 1O de julio de 1917 se dio para impedir que se perdieran las conquistas del 30 de julio de 1916: voto secreto, sufragio universal y representación proporcional. “Los tres pilares de una democracia bien entendida”, sostuvo. Agregando en otro número: “Su prédica persistente apuntaba a una amplia autonomía municipal, financiera y funcional, a la descentralización administrativa, a la independencia completa del Poder Judicial, a las garantías de los derechos de reunión y asociación, y de la carrera administrativa”.
En un apartado homenajeando a Pedro Manini Ríos, hace una selección nada antojadiza, por su significado presente, de hitos en la extensa trayectoria de aquel ilustre abogado y dirigente político de la primera mitad del siglo XX. Destaca la Paz de Aceguá de 1904, instancia que sentó las bases para una reconciliación nacional en la que participaron y trabaron amistad Manini Ríos y Luis Alberto De Herrera, que coincidían en que la Constitución de 1830 debía ser reformada para “aventar el germen de la violencia que periódicamente sacudía a la República”.
Se subraya también el viaje que realizó Pedro Manini Ríos junto a Batlle y Ordoñez en 1907 a la Conferencia de Paz de La Haya “que a instancias de Rusia bregaba por detener la carrera armamentista de una Europa enceguecida que, como en las tragedias griegas, todos tenían la premonición del desenlace fatal, pero nadie podía evitar que se siguiera avanzando hacia la hecatombe”. ¡Vaya si esas palabras cobran sentido en esta inestable coyuntura internacional!
En el ámbito americano, fue el fundador de La Mañana, quien encabezó las negociaciones para poner fin a la guerra entre Paraguay y Bolivia (la Conferencia de la Paz del Chaco, junto al canciller argentino Saavedra Lamas) y tuvo una participación central en la séptima Conferencia Panamericana del 3 al 26 de diciembre de 1933 en nuestra capital, por el importante aporte al derecho internacional de la Convención de Montevideo que en alguna medida suponía un quiebre de la política del big stick, a través de tres principios medulares: autodeterminación de los pueblos, suspensión de la enmienda Platt y no intervención.
En otra columna titulada “El Uruguay social”, apunta rol de su abuelo junto a Domingo Arena, ambos socios en el estudio jurídico, que formaron parte de la “generación de dirigentes políticos que tiene claro que el rol del Estado es actuar como árbitro de los conflictos sociales. Protección a los más débiles y desvalidos. Sistema social solidario y participativo. Derecho al trabajo. Estas son las premisas prioritarias donde se cimientan los programas políticos del nuevo Uruguay de hace cien años”. “Manini fue quien redactó el mensaje de ley de ocho horas y descanso semanal en 1911. Y no podríamos dejar de mencionar a Herrera y Roxlo en esta agudizada epidermis por la justicia laboral, pues ellos también presentaron un proyecto de ley regulatoria de la jornada laboral”, añadió.
En otro orden, es imposible desligar a La Mañana de su impronta rural. En ese sentido, decía en un editorial: “La Mañana se destacó por divulgación de noticias rurales veraces. De los vaivenes de precios y perspectivas futuras. Pero fundamentalmente la defensa de los trabajadores de la campaña”. Desde sus primeras páginas, el semanario dirigido por Hugo expresaba su preocupación por el creciente desmantelamiento del aparato productivo –especialmente del sector primario y cadenas agroindustriales–, concentración de propiedad de la tierra, paulatina destrucción de la clase media, caída del número de productores del sector lechero –cierre de tambos–, la granja con competencia desleal de grandes superficies, pero sobre todo crecientes costos y una sociedad que empuja el desamor al trabajo. También la situación de sectores como el citrus, arroz, pesca, cueros, lana, en detrimento de una mayor importación de artículos suntuarios.
Manifestaba que la evidencia empírica mostraba que en Uruguay en los últimos tiempos había una crisis del aparato productivo más o menos cada veinte años… Durante el gobierno de facto, durante un gobierno liberal, durante un gobierno de izquierda “en los tres casos se omitió asistir debidamente a los sectores productivos estratégicos en el momento oportuno. Se creyó ingenuamente que el Estado no debe intervenir en colaborar o apuntalar a los sectores claves en el momento donde su delicado estado de salud se debe justamente a la aplicación de política macroeconómicas inadecuadas”.
Desde la tribuna de La Mañana se ocupó también por alertar sobre la “judicialización de la política”, en tanto grave perjuicio para la imagen hacia adentro y hacia afuera del país, naufragio moral, “fractura de la tacita del Plata”, de la credibilidad del ordenamiento jurídico y del prestigio de las instituciones. Lo mismo que con las llamadas campañas sucias o de enchastre en las que aparece la cuestión de la “posverdad” y en las que irremediablemente es necesario revisar el rol del cuarto poder, el de los medios de comunicación, en nuestra sociedad.
El planteo incesante de temáticas como el de la usura y el consecuente sobreendeudamiento o el del flagelo de las drogas tenía un sentido que era dejar de barrer bajo la alfombra los temas que ponen en jaque a las familias uruguayas. La violencia que se esparció por las calles de varias ciudades latinoamericanas nos servía de advertencia. “¡Qué errado el académico Francis Fukuyama cuando soñaba con la utopía del fin de la historia! ¡Si al igual que la vida, los fenómenos políticos siempre vuelven a repetirse! ¿Será que esta vez seremos capaces de mantenernos al margen de esta cíclica ola enfermiza de anarquía?”, reflexionaba.
En esa formidable frase “Reformarse es vivir” de José Enrique Rodó sintetizó en buena medida su búsqueda, en la que expresaba también una rebeldía “contra el nihilismo intelectual que pretende borrar todo pasado”. A la memoria del querido Hugo, recordamos las palabras que dedicó este medio a su abuelo Pedro con motivo de su fallecimiento: “Lo que ha de alumbrar tiene que arder”.
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