La tinta del veto estaba aún fresca cuando a fin de año un incendio consumió casi 40 mil hectáreas de campo en los departamentos de Paysandú y Río Negro. El proyecto de Cabildo Abierto, que había sido aprobado en Diputados hacía un año y por el Senado el último 15 de diciembre, pretendía limitar el crecimiento de las áreas forestadas. El proyecto no afectaba a las plantaciones actuales y permitía un crecimiento significativo de la actividad a futuro mientras se mantuviera dentro de las áreas de prioridad forestal.
Pero esto no fue permitido por una industria que ha logrado acumular niveles de poder político y económico que hubieran resultado inusitados en nuestra República hace poco más de 15 años. Por aquellos tiempos nuestro país se enfrentaba a la oposición argentina a la instalación de la primera planta de celulosa, la cual era recibida con brazos abiertos por la mayoría del sistema político y la ciudadanía en general. ¡Llegamos a pedirle ayuda militar a Bush en defensa de nuestra soberanía celulósica!
En lugar de hacer honor a esa República –berreada por un creciente rebaño de pequeños cicerones– y dar la discusión en los órganos parlamentarios consagrados por la Constitución, el lobby celulósico-forestal decretó que la discusión debía ser planteada a nivel de “principios”, resultando más conveniente darla a través de los medios que dentro del Senado. Calcularon probablemente que con mandatados bien ubicados lograrían dirigir la discusión desde páginas editoriales, informativos, “paneles” televisivos, redes e “influencers”. Destacada en ese sentido fue la labor del “Beto Carreteiro” del análisis político, que bien se merece al menos la cocarda de gran campeón del periodismo objetivo.
El principio elegido no fue nada más ni nada menos que la libertad. De golpe una discusión que debía darse a nivel técnico –y para la cual tuvimos un año entero– pasó a convertirse en una escena digna de cuadro de Delacroix. Todo dramatizado y elevando al nivel de los dioses; una discusión a todas las luces harto terrenal. ¡Cómo se van a imponer límites!, ¡eso afecta la libertad!, eran algunos de los estridentes reclamos de la claque reunida para la empresa, que para dar fuerza a sus argumentos recurría en modo crecientemente histérico a Hayek, Popper, Rawls… Llamativamente, a ninguno se le ocurrió citar a Santo Tomás de Aquino, quien sostenía que “los tontos son legión”. A decir verdad, es comprensible que quien se dedicara a estudiar la usura y el poder del dinero se hubiera convertido en autor prohibido de la “nueva teología forestal”, en cuyo credo no hay cabida para intentar limitar el poder de los poderosos.
Los actores elegidos para llevar adelante la misión evidenciaron desde el primer día su oposición al proyecto. Por un lado, el ministro de Ambiente rechazaba una ley que le daba más potestades para realizar la tarea para la cual se había creado su propio ministerio. Por otro, el director Forestal demostraba en sus apariciones un íntimo conocimiento de la actividad, pero en estos días confesó que no había visitado las áreas forestadas en todo el año. ¿Habrá estado tan ocupado redactando el decreto? Pero si las intervenciones de los diferentes actores del Ejecutivo agregaban argumentos insostenibles, la realidad de los hechos las convirtió en cenizas…
Pero viendo que Cabildo Abierto insistía con su proyecto, desde su Olimpo, Plutus duplicó la apuesta. En efecto, cuando la votación del proyecto en el Senado se hacía inevitable, “hubo orden” de instalar en la opinión pública la idea de una supuesta “traición” de Cabildo Abierto hacia sus socios de la coalición, especialmente a los autoerigidos como el “socio más leal”. Todo esto cambió abruptamente los últimos días de diciembre con los incendios, algo que claramente estaba fuera de los planes. Luego del intenso combate al fuego, que unió a autoridades y comunidades locales, se produjo un nuevo intento por desviar la atención, ahora sembrando la idea de que los incendios habían sido intencionales, lo que contribuía a desplazar el peso de la responsabilidad. El intentó no prosperó y los bomberos aclararon que los incendios intencionales –que siempre los hay– fueron posteriores a los focos originales. Aparentemente, la información dirigida hacia Montevideo de lo ocurrido en Piedras Coloradas y Algorta se enviaba por paloma mensajera…
Lo cierto de esta sucesión de confusiones y manipulaciones de la opinión pública es que el fin de semana pasado, el propio ministro de Medio Ambiente, que antes se oponía a cualquier tipo de límites, reclamó en entrevista con La Diaria que “la forestación puede crecer, pero no en cualquier lado”. Ahora, de golpe, todo el mundo reconoce que los árboles no pueden llegar hasta el borde mismo de los pueblos. Resulta también que controles y limpiezas que supuestamente eran obligatorias no se estaban haciendo, y que las autoridades reguladoras fueron en el mejor de los casos omisas. Todo amparado bajo un extraño concepto de libertad que se acerca más a un aquelarre. Pero lo absolutamente cierto es que este libertinaje no es reflejo de una visión anárquica de la sociedad, sino el resultado de mentes racionales cuyas “reglas de juego” consistían en trasladar costos privados al resto de la comunidad, en efecto socializando sus pérdidas. Todo esto ocurrió con la complicidad de algunos y ante el estupor del resto, que hoy se percata del giro de 360 grados que terminó dando el discurso “políticamente correcto” en solo un año. Todo en beneficio de unos pocos, tal como expresó el senador Manini Ríos ayer en su audición semanal: “Cabildo Abierto va a estar del lado de lo que le sirva al país y no del lado de los poderosos”.
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