La historia, es decir la realidad de todo acontecimiento, es abigarrada, compleja, diversa e inaprehensible. Toda indagación nos acerca a una certeza, pero siempre quedan intersticios por revelar, un nuevo paso a dar.
La historia, como disciplina, es una fuente inagotable de conocimientos, pero que no puede abarcar la integralidad del acontecimiento humano. La sustancia de la historia es el cambio y, ante cada giro histórico, hay que hacer una reinterpretación de los orígenes.
“Se sabe todo con gran rapidez, pero muchas veces sin mayor profundidad.
Nos falta la capacidad de asimilar tanta información”
El discernimiento histórico es una tarea gigantesca. Es un don que requiere la erudición, pero que no le basta para ver con claridad las corrientes subterráneas de la historia, aquello que determina una época. Ante un mundo tan complejo, somos todos un poco incompetentes. No tenemos todas las categorías para explicar tantos hechos. Se sabe todo con gran rapidez, pero muchas veces sin mayor profundidad. Nos falta la capacidad de asimilar tanta información. La impotencia nos atrapa, de allí la tentación de las terribles simplificaciones que venden soluciones fáciles para un mundo poco descifrable. No existen respuestas simples a modo de recetas universales.
El pensador católico Alberto Methol Ferré sostiene que la historia es una dialéctica de amor y muerte, que es un largo periplo de dolores y ansias redentoras. Pueblos que sufren postraciones de siglos y otros que sojuzgan con violencia y radical intolerancia. En cambio, el amor sigue actuando en sigilo, fecundando vidas y proyectos históricos, sin estruendos y sin pausas. El destino de la historia se juega en esa dialéctica. Por eso las interrogaciones sobre el sentido de la historia son las interrogaciones sobre el sentido de la vida.
Hoy necesitamos tanto respuestas totalizadoras como preguntas totalizadoras. No se puede esquivar más aquellas preguntas que tocan al sentido último de las cosas. Hace falta más gusto por conocer, por asombrarse gratuitamente, por aprender a distinguir. Y distinguir es fundamental para evitar crear monstruos o fantasmas en el laboratorio de nuestro pensamiento, poniendo al mismo nivel manifestaciones o expresiones distintas.
La paciencia, alimentada por el interés y la esperanza, ayuda a explorar la historia humana en su complejidad. La historia ayuda a entender la trascendencia de uno mismo y de los otros.
En lugar de soluciones superficiales, hacen falta nuevos pensamientos razonables sobre el futuro, en los que se encuentren las grandes preguntas sobre el hombre y las grandes cuestiones antropológicas.
Y aquí volvemos al diseño dialéctico de Methol: amor y muerte o milagro y absurdo.
En los últimos días la sociedad uruguaya sufrió un gran impacto anímico: el fallecimiento de la señora María Auxiliadora Delgado, esposa del presidente de la República.
Ante la muerte, todos tenemos una sensación de impotencia, de fragilidad, de inconsistencia vital, de ser pasajeros del tiempo. Esa sensación nos hermana, nos iguala, hace a un lado nuestras diferencias y comienzan nuestras preguntas insalvables: ¿por qué?; ¿para qué? Y lo más tremendo florece: nuestra conciencia de finitud, nuestro límite existencial.
Y, por encima de esa conciencia de finitud, surgía la convicción de que esa vida que se había apagado, quedaba en el inconsciente colectivo como una mujer generosa, entregada a los demás en el servicio social sin aplausos, con una dignidad de dama superior desde los valores que iban más allá de toda ideología. El recuerdo de su ternura de mujer superaba a su propia muerte. Ante la contundente realidad de su desaparición física quedaba en el ambiente el signo imperecedero del amor. Ese es el milagro de la historia que supera al absurdo.
“No se puede esquivar más aquellas preguntas que tocan al sentido último de las cosas. Hace falta más gusto por conocer, por asombrarse gratuitamente, por aprender a distinguir”
Volviendo a nuestra reflexión primaria, en cada contingencia histórica se juega el destino de la propia historia, la definición y el sentido de la misma.
Por eso ella es abigarrada y compleja y, si es también inaprehensible, ¿qué es lo que hace comprensible a la medida del hombre?
En la respuesta está la fascinante aventura del hombre.
(*) Profesor de historia