La Compañía de Jesús fue fundada como parte de la contrarreforma europea en 1534 en la Universidad de París, por el caballero vasco San Ignacio de Loyola, ad maiorem Dei gloriam (para mayor gloria de Dios). Desde el principio, los jesuitas hicieron hincapié en la educación y la obediencia al papa. Es una orden católica relativamente nueva en comparación con la Orden de San Benito (fundada en 529), así como la orden franciscana, la dominicana y la de las carmelitas (todas fundadas en el siglo XIII). Los jesuitas fueron la última gran orden católica en llegar a América, a través de los Imperios español y portugués. La religión constituyó una de los principales motivos por los cuales decidieron embarcarse hacia el Nuevo Mundo. En América del Sur los primeros jesuitas llegaron a Salvador de Bahía, actual Brasil, en 1549, siguiendo una estrategia de doble objetivo: educar a las élites criollas de las principales capitales coloniales (Ciudad de México, Lima, Bogotá, Buenos Aires y Quito), al mismo tiempo que desarrollar misiones indígenas en algunas de las regiones más remotas de los Imperios español y portugués en el continente sudamericano. La primera misión jesuítica se estableció en 1565 en Juli, la actual Puno, en la frontera entre Bolivia y Perú. Los jesuitas también fundaron misiones en Mainas (Perú), Moxos y Chiquitos (Bolivia), Casanare y Orinoco (Colombia y Venezuela), Baja California (México) y Alta California (Estados Unidos). Fuera de América, los jesuitas establecieron misiones en China, India y Japón durante los siglos XVI y XVII.
Resulta difícil exagerar el valor que la educación tenía para la orden jesuítica, que se encontraba en la frontera tecnológica de la época, y cuyas contribuciones culturales a la música y las artes son bien conocidas, además de los avances que lograron en campos tan diversos como cartografía, etnografía, lingüística, botánica, matemáticas y la medicina. Los jesuitas introdujeron la imprenta en Argentina, Brasil y Paraguay, e incluso crearon un observatorio astronómico en San Cosme y Damián, en lo que es actualmente Paraguay. Los jesuitas jugaron también un rol importante en el desarrollo histórico de la educación terciaria en Brasil. A pesar de que el objetivo oficial de las misiones jesuíticas era convertir almas al cristianismo, los jesuitas enseñaban a los niños –niños y niñas por separado– a leer y escribir y a realizar operaciones aritméticas básicas. También formaban a los adultos en albañilería, tallado de madera y bordado.
Los jesuitas fundaron un total de 30 misiones o reducciones en los actuales territorios de Argentina, Brasil y Paraguay: 15 de ellas en Argentina, 8 en Paraguay y las famosas sete povos (7 misiones) en Brasil. En su apogeo, las misiones guaraníes contaban con más de 120.000 habitantes, cuatro veces la población de Buenos Aires en 1779. Para Augusto Roa Bastos, las misiones jesuíticas constituyeron uno de “los experimentos más originales de la conquista espiritual del Nuevo Mundo” y llegaron a ser admiradas por contemporáneos tan destacados, y anticlericales, como fue el caso de Voltaire. En este estudio queda en evidencia que la transmisión del capital humano a través de las generaciones es uno de los principales motores del desempeño económico en el largo plazo. Las misiones jesuíticas nos ofrecen un experimento histórico único para estudiar la persistencia de la renta, el capital humano y la cultura. Examinando las repercusiones de las misiones jesuíticas (1609-1767) en la actual Argentina, Brasil y Paraguay, se puede concluir que en aquellos municipios donde los jesuitas desarrollaron sus actividades apostólicas, las tasas de alfabetización y la media de años de escolarización son hoy día entre un 10% y un 15% más elevadas, 250 años después de su expulsión. Las mismas localidades también superan al resto en un 10% en términos de ingresos per cápita. En líneas más generales, los resultados presentados en este artículo destacan la importancia y el impacto que las instituciones e iniciativas históricas concretas pueden tener en el crecimiento económico a largo plazo.
Dr. Felipe Valencia Cancedo, en “The mission: human capital transmission, economic persistence, and culture in South America” (La misión: trasmisión del capital humano, persistencia económica y cultura en América del Sur), Quarterly Journal of Economics (2019).
Guaraníes, jesuitas y el arte del buen gobierno
En los últimos tres siglos, las misiones aparecen como un tópico recurrente en la literatura histórica y de ficción. Los jesuitas difundieron por el suelo europeo numerosas noticias sobre aquel apartado rincón de los dominios coloniales americanos, brindando informaciones de gran valor sobre las sociedades nativas con las que entraron en contacto. En base a esas informaciones, el público europeo pronto polarizó sus opiniones. Mientras las posturas apologéticas defendieron a las misiones como un noble experimento de civilización de los indios que habitaban en la selva, las posturas antijesuitas vieron a los ignacianos como explotadores de los indios cuya intención era crear un reino independiente de las coronas ibéricas. La primera postura se encontró representada en numerosas cartas y crónicas sobre las misiones escritas por los mismos jesuitas y la llamativa gravitación de una obra no jesuita, El cristianismo feliz (1743), del italiano Ludovico Muratori, quien manifestó toda su admiración a la experiencia jesuítica. La defensa de las misiones continuaría incluso después de la expulsión de la orden, en manos de los mismos jesuitas exiliados en Italia. El jesuita expulso José Manuel Peramás escribió una llamativa obra llamada La república de Platón y los guaraníes, en la que comparaba una a una las virtudes de la organización misional con las máximas de gobierno establecidas por el clásico maestro de la antigüedad. Incluso autores manifiestamente antijesuitas como Montesquieu o Voltaire no ocultarían elogios al régimen de los jesuitas en las selvas sudamericanas como una expresión perfecta del buen gobierno.
La nutrida literatura del siglo XVIII también contó con exponentes del antijesuitismo que comenzaron a imponerse en la Europa borbónica en clara oposición al poder que había adquirido la Compañía de Jesús en los siglos anteriores. Fueron ilustrados ibéricos como el marqués de Pombal, en el caso de Portugal, o el secretario Rodríguez de Campomanes, en caso de España, los que con mayor fuerza atacaron a los jesuitas. Ambos insistieron sobre el peligro de las ambiciones jesuitas de creación de un estado dentro del estado, amenaza flagrante para las coronas ibéricas. En sus opiniones tuvo mucha influencia un exjesuita renegado, Bernardo Ibañez de Echavarri, autor de El reino jesuítico (1762), obra que se publicó casi simultáneamente en español y portugués. Dicha obra sostenía abiertamente que los jesuitas habían creado una organización política independiente entre los guaraníes que atentaba contra las coronas ibéricas y brindaba informaciones detalladas sobre el modo de gobierno jesuita. En 1750 las coronas ibéricas habían firmado un Tratado de límites acordando que una parte del territorio de las misiones pasara al dominio de los portugueses. Frente a esta decisión, los guaraníes se alzaron en armas y resistieron a la ejecución del tratado. Los enfrentamientos armados entre las milicias guaraníes y el ejército luso-español se extendieron entre 1754 y 1756, concluyendo con la derrota de los guaraníes después de numerosas muertes. Este acontecimiento precipitó las opiniones negativas de las cortes hacia los jesuitas, que fueron acusados de instigar a los indios a resistir a las decisiones monárquicas.
Dr. Guillermo Wilde, Revista Harvard Review of Latin America
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