Un informe especial titulado “Desinformación, la otra pandemia” fue emitido el pasado sábado en Telenoche (canal 4) y presentó una serie de testimonios de profesionales y estudiantes de la comunicación abordando la temática. “Pretende aportar al debate y advertir sobre los efectos de este fenómeno global llamado desinformación y posverdad”, se señalaba en la introducción.
El director del diario El País, Martín Aguirre, consultado para el informe realizó algunas reflexiones que vale la pena retomar. “En Estados Unidos, sobre todo a raíz del fenómeno Trump, la gran audiencia ha tomado conciencia de esas otras fuerzas que se mueven en el mundo de los medios y de la información y que acá todavía la gente no termina de asimilarlo”, explicó. “En veinte años que tengo más o menos en una redacción nunca había visto un momento donde estuviera todo tan mezclado y tan entreverado, la información con la desinformación, con las campañas”, agregó el periodista y abogado.
“Creo que el gran cambio de paradigma que hay hoy es que antes las fuerzas que operaban para controlar el flujo de información lo que buscaban era reducir la cantidad de información. Se frenaba el acceso. Mientras que ahora lo que ves es que la estrategia es inundar de todo tipo de información en el escenario (…) En ese mar revuelto es que hay pescadores que terminan ganando una ventaja”, destacó Aguirre. “Yo creo que el desafío principal de un periodista hoy más que lo que publica es lo que no publica. Nuestro trabajo es más ser un filtro y que la gente sepa que cuando vos le das algo, es algo que por lo menos de buena fe vos se lo das porque crees que es valioso”, concluyó.
Que existen fuerzas, principalmente económicas, que dominan el flujo de información no es una novedad en la historia. Lo que muy bien advierte el director de El País es el cambio en las modalidades para hace prevalecer ese dominio. De la censura al bombardeo de noticias.
En realidad en ambos casos se trata de censura en sentido amplio, porque lo que se busca es suprimir o modificar lo que no se ajusta a los planteamientos establecidos. Además, si bien es cierto que existe un cambio de modalidad, tanto la censura en sentido estricto como la inundación de noticias coexisten en nuestro mundo y ya no hay que ceñirse solamente a los regímenes totalitarios, donde por definición no hay libertad de expresión, de asociación y funciona solo la propaganda.
Antes quien no tenía acceso a una imprenta u onda de radio o televisión quedaba fuera de la fabricación de noticias, en el buen y en el mal sentido de la expresión. Hoy los nuevos medios digitales permiten una mayor y más variada difusión, ofreciendo un nivel más alto de pluralidad, aunque no necesariamente de veracidad.
El surgimiento de corrientes y de líderes políticos con discursos contrarios al establishment ha puesto nerviosos a los medios de comunicación hegemónicos y sobre todo a sus soportes económicos. La posibilidad de multiplicar un mensaje en las redes se vuelve una potencial amenaza y se ha concretado en más de una oportunidad como un obstáculo para muchos lobbys.
Estos grupos han encontrado en Donald Trump el enemigo perfecto. No hay seminario sobre ‘fake news’ que no tenga la cara del presidente norteamericano como imagen central. Una insistencia que, agrade o no Trump, se vuelve sospechosa.
Los medios hegemónicos o los que tienen pretensión de serlo siguen recurriendo a diferentes técnicas para acallar voces y sepultar ideas. La estricta censura es moneda corriente y cada vez más común en las redes sociales, dando de baja contenidos o usuarios por ir contra las normas de conducta de la empresa. Normas cuya interpretación se vuelve cada vez más amplia y arbitraria. Además, el big data y la utilización de algoritmos orientan en un determinado sentido a las personas y vuelven prácticamente inaccesibles algunas informaciones.
Pero hay otras técnicas que se han vuelto corrientes, que forman parte de ese bombardeo constante y que también constituyen una censura en sentido amplio. Por ejemplo, utilizar en forma sistemática determinadas etiquetas para hacer una alusión específica. De este modo, se aclara reiteradamente que un partido es de ‘ultraderecha’ o que las declaraciones de un líder son ‘polémicas’ o se recuerda ad infinitum que determinada persona perteneció a tal cosa o fue acusado de tal otra. Lo mismo cuando se pretende circunscribir a un sujeto a uno o dos temas exclusivamente, sin permitir conocer otras dimensiones del mismo.
En mi experiencia he podido advertir que todos estos mecanismos se utilizan en Uruguay de forma cotidiana y cada vez más inescrupulosa. Y el objetivo predilecto de esa desinformación es el partido Cabildo Abierto y el senador Guido Manini Ríos, que no tienen nada que ver con Trump, salvo en que molestan algunos intereses. En las últimas horas solamente hay varios ejemplos de la utilización de aquellos mecanismos de desinformación o posverdades.
El lunes en el informativo de la mañana de una escuchada radio de AM perteneciente a un grupo que concentra más radios de las permitidas por la ley vigente y que es propiedad de un empresario extranjero, se informaba que el dirigente Eduardo Radaelli había abandonado Cabildo Abierto. La noticia, absolutamente falsa, había sido tomada de El Bocón y largada al aire sin el más mínimo chequeo, solo con el propósito de abonar la idea de una supuesta crisis interna de ese partido.
En esa línea, la mayoría de los diarios y canales del país destinaron ¡durante meses! un amplio espacio mediático a una agrupación llamada Cruzada Oriental, cuyos referentes nunca se conocieron, que lanzaba ataques contra el partido Cabildo Abierto A ningún periodista se le ocurrió revisar las redes sociales de esa agrupación, que desde el inicio de la campaña por las municipales apoyó a candidatos a alcaldes del Partido Nacional en Montevideo. No importaba, porque de nuevo lo importante era generar una falsa noticia sobre crisis en los cabildantes.
Otras situaciones ya entran en el terreno de lo delictivo, como el caso de una revista semanal, generosamente financiada durante los gobiernos del Frente Amplio, que en uno de sus recientes artículos en la web publica una foto del que indican como el famoso secuestrador abrazado del senador Manini, ¡cuando en realidad se trataba de otra persona parecida al secuestrador! El afectado se presentó el lunes al programa radial Mesa Grande donde denunció la situación y anunció que presentaría una demanda judicial contra el medio.
La cobertura informativa en general insistió en la militancia política del hombre que había realizado el secuestro, ensuciando la causa de muchos padres que forman parte de una asociación que busca garantizar derechos para sus hijos. No muy distinto a lo que hizo el diario argentino Página 12 en Argentina vinculando en su tapa a una ministra de educación con un criminal nazi solo por haber estudiado de adolescente en un colegio donde aquel fue director en Bariloche.
Las asociaciones perversas también son un recurso muy utilizado. Por ejemplo un semanario de circulación nacional propiedad de un consorcio de supermercados que titula “El gobierno pretende construir una base naval en Fray Bentos para mejorar combate al narco”. Y el encabezado agrega “Parte de los fondos para la iniciativa dependen de una venta a la que se opone Cabildo Abierto”. La iniciativa se trata de la venta del predio de la Escuela Naval para hacer algún millonario emprendimiento inmobiliario en Carrasco. Y el medio de prensa no pierde oportunidad para insinuar que oponerse a ello prácticamente significa ser cómplice del narcotráfico, algo totalmente absurdo.
Hay otro mecanismo de desinformación muy utilizado en los medios actualmente. Se trata de lo que yo llamaría la ‘pregunta-título’. Consiste en que los periodistas hacen una pregunta al entrevistado –generalmente al final del tiempo- que va a ser el título de la nota, sea cual sea la respuesta, porque lo que se busca es instalar un tema en la agenda pública.
Sucedió en una entrevista televisiva que dio el senador Manini en un programa matutino de la televisión abierta. En determinado momento, una periodista le consulta por la opinión sobre el aborto y la marihuana, aun cuando estos asuntos no estaban en el radar, ni existía justificativo alguno para traerlos a colación. La respuesta de Manini fue más bien evasiva, como que era un tema para más adelante. Sin embargo, aun cuando la entrevista había estado centrada en otros asuntos, el título de la nota fue que Cabildo Abierto iba a impulsar la revisión de la agenda de derechos e instantáneamente varios medios aprovecharon para levantar la nota, hacer otras conexas, agitar a los usuarios de las redes y polarizar. Durante días y posiblemente semanas.
Algún periodista uruguayo que escriba para medios argentinos ya tendrá los insumos para redactar una nota diciendo: “líder de la ultraderecha de Uruguay contrario al aborto” y de este modo intentar contribuir a la campaña por la despenalización que tiene lugar en este momento en Argentina. Así funcionan estas cosas y los ejemplos son miles.
El periodismo uruguayo atraviesa una grave crisis, sobre todo porque se está perdiendo la buena fe en la profesión, porque no importa transmitir el espíritu de una nota sino vender un título y porque existen grupos económicos que tienen nulo interés en el periodismo como un servicio a la comunidad. Si vamos a debatir sobre la desinformación hay que hacerlo a fondo y no repetir libretos o utilizar caricaturas que sirvan oportunamente a un fin.
Para peor, el proyecto de ley de medios a estudio del Parlamento como bien me ha señalado una persona que conoce del tema “se parece más a un modelo de negocios” que a una verdadera regulación. Tiende a una mayor concentración de los grupos que hoy están haciendo añicos el periodismo y ese es un motivo suficientemente importante para que fracase, porque la desinformación no afecta a un sector de la población solamente sino al conjunto de la sociedad.
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