La visión predominante según los análisis comparados producidos en más de una década es que, una vez que llega al poder, la socialdemocracia necesita de sindicatos unificados y centralizados. Los socialdemócratas escandinavos habrían logrado acceder al poder en la década de 1930 gracias a sus “recursos de fuerza relativa” generados y movilizados en años anteriores que, una vez en el poder, le permitirían obtener condiciones favorables del capital. De acuerdo a esta línea de pensamiento y tras años de conflicto laboral de una intensidad rara vez experimentada en el mundo, el movimiento obrero escandinavo ganó un formidable terreno que le permitiría establecer una política social redistributiva envidiada por la izquierda del resto del mundo. En efecto, las huelgas prácticamente desaparecieron y se convirtieron en una medida mayormente obsoleta, gracias a una legislación que ofrecía un mecanismo redistributivo más avanzado.
En este artículo intento demostrar que gran parte de la literatura sobre la socialdemocracia considera las relaciones de poder entre clases sociales más o menos de esta misma manera, y se equivoca al hacerlo. Examino aquí críticamente el “modelo de equilibrio de poder de clase”, que desarrollado por Walter Korpi describe incorrectamente al capital en la economía política socialdemócrata como si hubiera sido sujeto de una domesticación política por parte de sindicatos de trabajadores fuertes y combativos. En su lugar, propongo una forma alternativa de analizar la regulación política de las relaciones de clase, una que está asentada en la historia de la política laboral danesa y sueca. Este análisis indica que, en las sociedades industriales avanzadas, los sindicatos centralizados y la izquierda ejercen un poder institucionalizado que no va a en contra o logra concesiones a expensas de los empresarios. En efecto, las izquierdas danesa y sueca se aseguraron el poder en una alianza tácita con los grupos empresariales dominantes. Estos empresarios no estaban en absoluto opuestos a la idea de construir las instituciones centralizadas de ese modelo de relaciones industriales que, según la opinión generalizada, son características constitutivas de la política de inclusión laboral. Este punto de vista de la alianza (ndr: entre trabajo y capital) sugiere que existieron ganadores y perdedores tanto entre los trabajadores, como diferencias entre los capitalistas.
El patrón de “alianza entre clases” proporciona un pilar importante, aunque no sea el único, para explicar por qué los gobiernos socialdemócratas de posguerra en Dinamarca y Suecia lograron mantenerse tanto tiempo en el poder. En mi opinión, el predominio político de la social democracia logró consolidarse gracias a la ausencia de una intensa oposición, por parte de los empresarios, a políticas y programas que sus pares de otros países resistían radicalmente. Esta quiescencia no fue un síntoma de debilidad o dependencia. Por el contrario, fue producto de la alianza entre clases en respaldo de las instituciones de resolución de conflictos centralizadas. En otras palabras, los empresarios fueron protagonistas esenciales –y no simples testigos presenciales–, en un complejo realineamiento de las fuerzas políticas.
Peter Swenson, en “Volver a introducir el capital, o la social democracia reconsiderada: el poder de los empresarios, las alianzas entre clases y la centralización de las relaciones laborales en Dinamarca y Suecia”, World Politics (Julio, 1991)
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