Los ríos y el mar deben hablar con voces de alabanza. Y, en primer lugar, ese río, que no muy lejos de aquí termina su curso, fluyendo hacia el Báltico: el Vístula, el río de todas las tierras polacas, el río de nuestra historia, durante siglos (…). El río es un testigo silencioso de la vida de las generaciones, de su nacimiento y muerte; de sus esfuerzos creativos relacionados con todo lo que constituye Polonia; de sus luchas, a veces por la vida y la muerte, para mantener y asegurar lo que es patriótico, lo que es patrimonio y herencia común. El Vístula. (…). El mar solo separa las tierras y las mantiene separadas, lejos, sino que también las une. Sí, lo hace. El mar habla a los hombres de la necesidad de buscarse mutuamente, de la necesidad de encuentro y colaboración. La necesidad de solidaridad, interhumana e internacional (…). En nombre del futuro del hombre y de la humanidad, esta palabra “solidaridad” debe ser pronunciada. Hoy en día fluye como una onda extendida a través del mundo, que se da cuenta de que no podemos vivir según el principio “todos contra todos”, sino solo según el otro principio “todos con todos”, “todos para todos” (…). Y no podemos avanzar, y no podremos hablar de ningún progreso si, en nombre de la solidaridad social, no se respetan plenamente los derechos de todos los seres humanos, y no existe suficiente espacio para que desarrollen sus talentos e iniciativas, especialmente para trabajar.
Extracto del discurso pronunciado por el papa Juan Pablo II en Gdynia, cerca de Gdansk en la costa del Mar Báltico. Ante cientos de miles de obreros del astillero, pescadores y otros trabajadores, el papa mencionó la palabra “solidaridad” siete veces, utilizando la “apertura del mar” como metáfora para referirse a la libertad que deseaban los trabajadores polacos.