“El muerto se asusta del degollado”, dice con cazurra sabiduría nuestra gente de campo, cuando ve medir cosas iguales – o similares- con varas diferentes. Para obtener conclusiones arbitrarias, lo primero que se hace es parcelar el territorio humano, en fracciones caprichosas, geométricamente reñidas con la realidad. Y sólo se sustentan en el envase seudoacadémico con que se distribuyen, usando la consigna (anterior a Goebbels) de repetir mil veces la mentira y por los conductos más variados.
Días pasados en una combativa publicación semanal de izquierda, se publica una extensa y pormenorizada lista de nombres de las principales figuras civiles, que integraron por más de diez años la cúpula de llamado Proceso Cívico-Militar, nombre oficial de la dictadura. ¡Cuatro páginas de apretada letra insumía la ya casi olvidada nómina!
¿Y serían solo ellos a los que hay que también sumar a ese “mea culpa” reconciliador?
Pensamos que en esa lista están ausente los que realmente operaban el poder real: el poco visible y el no visible, que siempre existió y existe.
Y aunque es difícil especular sobre lo que pudo haber sido y no fue, tenemos que conjeturar que en ambos niveles podrían figurar los nombres de los dirigentes de la izquierda vernácula, que seducidos con los comunicados 4 y 7 apoyaron con entusiasmo a la insubordinación militar contra el poder legal, en aquel febrero de 1973.
“El dilema real del país es hoy oligarquía o pueblo…”, afirmaba El Popular. “Y en este pueblo caben los civiles patriotas y los militares patriotas”.
El órgano oficial del PCU afirmaba: … “el pronunciamiento militar llamaba al reencuentro de los orientales, recuperando los grandes valores de nuestra nacionalidad…” Por un pelito, por una inexplicable mueca del destino (o una arbitrariedad del “Plan Cóndor”) el PCU no quedó dentro del proceso como sucedió en la otra orilla del Plata, donde tres años después, no sólo apuntalaron el golpe contra el gobierno democrático de la viuda de Perón, sino que a través de Viola y Massera fueron los más fieles interlocutores civiles de la cruel dictadura Argentina.
Si de lo que se habla en estos días es promover un nuevo revisionismo en aras de la concordia nacional ¿quiénes serían los convocados a sacudir la pesada mochila del pasado con episodios sucedido hace 47 años? ¿Se va a poner en tela de juicio la legalidad de la declaración de “estado de guerra interno” realizada el 15 de abril de 1972, por un parlamento libremente electo por la ciudadanía? ¿O este revisionismo pretende ir más atrás, a las medidas prontas de seguridad, o a las causas que originó la turbulencia armada sesentista?
Seguramente habrá que prescindir de la mayoría de los textos que con el verso de la “historia reciente” han ido acuñando un falso relato, o una historia, a la que le han arrancado las páginas más importantes.
Y en cuanto a los protagonistas civiles, que son numerosísimos, habría que comenzar por los de mayor jerarquía, no vamos a repetir la ominosa distracción de lo acontecido con el soldado Vidal.
¿En ese caso quienes serían los responsables de “mirar una y otra vez el pasado”? Porque en “el proceso”, en lo que respecta a dirigentes civiles, muy pocos eran outsider de la política de aquél entonces. Y ellos también cargaban mochila, en este caso partidaria.
Para no incurrir en el trillado robespierismo panfletario de cierta izquierda, de anteponer el título de dictador, solo al Dr. Bordaberry o al Gral. Álvarez recordemos que, entre ambos, quien ejerció la primera magistratura fue el Dr. Aparicio Méndez, quien fué el único que logró cumplir su mandato pleno de cinco años. Nacido en Rivera apenas unos días antes que una bala matara al Gral. Saravia que puso fin al ciclo de ininterrumpidas contiendas armadas, que pautaron los primeros 70 años de vida independiente de nuestro país.
Brillante abogado, integró la corte electoral y a partir del triunfo del partido nacional de 1958 ocupó la cartera de Salud Pública en los dos períodos blancos. En nombre del Movimiento Por la Patria se presentó el alegato de impugnación de los comicios de 1971.
En esta “recorrida de todos los caminos posibles” tratando de sanar heridas, ¿quién sería el interlocutor del Dr. Méndez?
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