La identidad nacional no solo es producto de dónde ha nacido o desde dónde ha emigrado una persona, sino de sentimientos profundamente arraigados que suelen adquirirse durante la infancia. El nacionalismo no es simplemente una ideología política, o un conjunto de ideas, sino una psicología social. El sentimiento nacionalista es un ingrediente esencial de una democracia. Se basa en los supuestos de una identidad común y de un estado de bienestar, y en la aceptación por parte de los ciudadanos de su responsabilidad financiera por personas que tal vez no conozcan en absoluto, y que puedan proceder de contextos muy diferentes a los suyos.
Es verdad que los demagogos explotan los sentimientos en los que se basa el nacionalismo para promover su propia agenda, pero los líderes políticos también apelan al nacionalismo para unir a la ciudadanía ante la conquista extranjera o la dominación colonial. La dirección política que toma el nacionalismo depende de la forma en que un político o un movimiento político se inspire en los sentimientos nacionalistas existentes. Los políticos y gobernantes actuales que subestiman esos sentimientos, o quienes los identifican únicamente con excesos de la derecha -como han hecho muchos en los Estados Unidos o Europa- terminan fomentando exactamente el tipo de nacionalismo que supuestamente querían evitar.
John B. Judis, en “El renacer de los nacionalismos”, publicado por Columbia Global Reports