El 4 de octubre de 1957, la Unión Soviética lanzaba un misil intercontinental, colocando su primer satélite en órbita, el Sputnik. Inicialmente el gobierno de Estados Unidos no consideró que esto significara una amenaza militar; pero esta visión no fue compartida ni por el Congreso ni por los medios de comunicación. Los editores del New Republic llegaron a comparar el Sputnik con el descubrimiento de América, alertando sobre la amenaza representada por el progreso tecnológico y científico soviético. La histeria colectiva dominó a la opinión pública.
Durante las semanas que siguieron, el sistema político se enfrascó en discusiones sobre las supuestas causas de lo que se consideraba una “humillante derrota” para Estados Unidos en la carrera espacial. Entre ellas se identificaba la negligencia administrativa, y la falta de colaboración y coordinación entre armas y servicios del Estado. Una encuesta de Gallup efectuada una semana después del lanzamiento revelaba que la mitad de los estadounidenses consideraban al satélite soviético un “grave golpe para el prestigio de Estados Unidos”.
Bajo fuerte presión para “hacer algo”, el presidente Dwight Einsenhower consultó a sus asesores científicos. El Nobel Isidor Isaac Rabi le advirtió que a menos que se adoptaran medidas drásticas, la Unión Soviética sobrepasaría a los Estados Unidos en el término de dos o tres décadas, sugiriéndole además la necesidad de contar con un asesor científico. Del mismo modo, uno de los fundadores de Polaroid recomendaba estimular el entusiasmo de los escolares por la ciencia; esta carrera se vencería eventualmente con ingenieros y científicos de las más diversas ramas.
Armado con estas recomendaciones, el general de cuatro estrellas pasó a la ofensiva. Un mes después, el 7 de noviembre, el presidente de Estados Unidos anunciaba por radio y televisión la creación de la oficina del Asistente Especial del Presidente para la Ciencia y la Tecnología, designando para el cargo a James R. Killian Jr., presidente del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Evidentemente, la Guerra Fría era un asunto demasiado serio para que quedara a cargo de la mano invisible.
Normalmente se utiliza el término “momento Sputnik” para referirse a la situación a la que se enfrenta un país que se percata repentinamente de la necesidad de ponerse al día con una brecha tecnológica y científica respecto a su rival, y que puede llegar a significar una amenaza existencial. ¿Será que nuestro país enfrenta una situación semejante en su combate al narcotráfico?
Se podría decir que hasta el momento de la interpelación a los ministros del Interior y de Relaciones Exteriores del pasado lunes, nuestro país no había ganado conciencia de la amenaza que representa el narcotráfico para nuestro modo de vivir, trabajar y relacionarnos en sociedad. Pero la discusión que se produjo en el Senado permitió a la ciudadanía hacerse mejor idea de la situación que enfrentamos con redes criminales que logran perforar a las burocracias estatales, pobremente preparadas para enfrentar esta guerra asimétrica.
Del mismo modo que cualquier ejército regular, las redes de narcotráfico tienen soldados para ejecutar sus acciones, una población civil que los cobija, infraestructuras y sistemas esenciales, y finalmente, cuadros de liderazgo. Para combatirlas eficazmente, es necesario enfrentarlas en los diferentes planos con herramientas adecuadas. Las bocas de venta de droga son la expresión más visible de estas organizaciones ya que, por la naturaleza de su función, deben distribuirse por el territorio. En el otro extremo se encuentran los liderazgos, muy difíciles de identificar sin trabajo de inteligencia, el cual, dada la naturaleza multinancional de estas organizaciones, requiere de técnicas sofisticadas de monitoreo y la colaboración de agencias extranjeras.
En el medio de ello queda una parte importante de la población, los más frágiles de la sociedad, que sin que nadie les pregunte sirven de escudo y fuente de reclutamiento de estas organizaciones criminales. En el proceso se va generando un nuevo Estado, uno que es más capitalista y menos regulado que cualquier cosa con que pudiera desvariar un economista austríaco. Este Estado “de hecho” funciona dentro y se alimenta del Estado formal, ese regulado por la Constitución y las leyes, y su economía está gobernada por reglas fiscales, de inflación y calificadoras de crédito.
Eso sí, como somos una democracia representativa, la mayoría de los habitantes del territorio son también ciudadanos. Esto significa que en las elecciones del Estado formal participan también los ciudadanos del Estado informal. En la medida que este último crece respecto al primero, es evidente que también aumentará la presión para elegir representantes que sepan interpretar las “sensibilidades” de ese otro Estado que coexiste con el que organiza el acto electoral.
Para combatir el flagelo del narcotráfico, resulta absolutamente necesario revertir la tendencia, sacando a la población de la marginalidad. Esto se hace con alimentación, vivienda, salud, educación y seguridad. Todo esto requiere de importantes recursos fiscales, lo que lleva a la necesidad de concertar grandes consensos. Se puede argumentar que estas son las verdaderas finanzas sostenibles que necesita nuestro país; no las que emergen de las mentes abyectas de Davos.
No podemos concebir inversiones con mayor rentabilidad social que aquellas que permiten sacar a la población de la marginación. Como reclamó el senador Guido Manini Ríos en la interpelación del lunes, llegó el momento de convocar al Consejo de Economía Nacional, esa institución prevista por la Constitución para articular amplios consensos en momentos difíciles para la Nación. Este es nuestro “momento Sputnik”. No podemos seguir anestesiados.
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