Nuestro gobierno no funciona de acuerdo a las elevadas palabras de la Constitución, y el presidente Trump no controla el poder ejecutivo… Mientras tanto, enfrenta una rebelión casi generalizada de los centros de poder en nuestra sociedad, incluyendo las mismas agencias que fue elegido para dirigir. El gobierno permanente, el estado administrativo o “Estado profundo” –o como quieran llamarlo- es quien realmente manda.
En el caso de que Trump no fuera reelecto, el resultado más probable sería un retorno al consenso “neoliberal” y las fórmulas anteriores al 2015, que podrían calificarse como un “liberalismo de izquierda gerencial”. Esta ideología de gobierno es verticalista, burocrática y antidemocrática, comprometida con la ingeniería social y la política de la victimización, al tiempo que socava la virtud y promueve el vicio. El neoliberalismo eleva a la categoría de “principio” lo internacional por encima de lo nacional; rechaza lo nacional como provincial y estrecho, y celebra lo internacional como cosmopolita e ilustrado. El neoliberalismo se ve obligado -por el momento- a tolerar a las naciones y las fronteras como obstáculos indeseados y poco útiles, pero espera el momento para que tales molestias desaparezcan por siempre.
En el ínterin, el neoliberalismo trabaja para transformar al poder estatal en un instrumento cuya misión principal no es asegurar el bienestar o los intereses de los pueblos o naciones, sino hacer cumplir el orden neoliberal internacional, en particular la libre circulación de capitales, bienes y mano de obra a través de las fronteras. Esto beneficia a una clase dominante neoliberal y transnacional, que en la práctica depende de una estrecha cooperación entre las empresas y los gobiernos, o lo que los neoliberales llaman eufemísticamente “asociación público-privada”.
Esta frase que suena inocente -quien podría objetar a la “cooperación” entre el gobierno y las empresas- enmascara una realidad más oscura, y esto es el uso del poder estatal para servir a los intereses privados. De esta manera, el verdadero poder en este orden neoliberal no reside en los funcionarios electos y “líderes mundiales”, sino en sus donantes: los banqueros, los directores de las multinacionales y los oligarcas de la tecnología, algunos de los cuales ocasionalmente se postulan y obtienen cargos electivos, pero la mayoría de las veces se contentan con comprar a los que lo hacen. El resultado final es siempre el mismo: globalización económica y bancarización, consolidación del poder en una clase aparentemente “meritocrática”, pero que es en realidad semihereditaria y vivificada por el libertinaje social.
Michael Anton en “¿Una tiranía perpetua y universal?”, publicado en American Greatness. Anton fue asesor de seguridad nacional durante la primera etapa de la administración Trump.
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