El ciclo astorista está llegando a su fin luego de casi quince años de marcar el rumbo de la economía uruguaya. La gestión del Cr. Danilo Astori estuvo guiada por tres principios: estabilidad macroeconómica, freno a los reclamos del mujiquismo y mantenimiento de buenas relaciones con inversores externos y la mitad del país que no votó al Frente Amplio.
Astori se fue convirtiendo en una especie de Atlas, condenado por su fuerza de gobierno a sostener la economía con sus manos y hombros. Pero este modelo solo funcionó con viento a favor, ya que el vehículo de Astori solo tenía freno y por tanto funcionaba bien en bajada. Con los precios de los commodities en records históricos, la economía y la recaudación crecían, por lo que el desafío consistía en resistir las presiones para aumentar el gasto. El éxito de Astori se medía con razonamientos contrafactuales como: ¿qué hubiera ocurrido si no estaba Astori para frenar los reclamos que las corporaciones demandaban al gobierno? Con esta fórmula, el gasto creció de forma consistente y acelerada.
Una vez que terminó el viento de cola, el auto de Astori se paró. Una cosa es convencer a los acreedores externos que le presten a un Estado como el uruguayo que siempre pagó, y otra es convencer a empresarios a invertir en el país. Contando con la complacencia de los acreedores, el equipo económico recurrió a un aumento del gasto público para mantener la demanda y así “despegarse” de la Argentina.
Posiblemente la historia sea más benévola para juzgar la gestión de Astori, que sin dudas tuvo sus méritos, entre ellos haber evitado que Uruguay descendiera al kirchnerismo. Sus sucesores, a quienes el presidente Mujica calificó en su momento como “astoritos”, no han demostrado hasta ahora la capacidad del ministro para resistir al menos parcialmente los embates de las corporaciones.
El gobierno del presidente Mujica arrancó con el Ec. Fernando Lorenzo como ministro de Economía. Mientras duró su gestión, Lorenzo logró mantener el freno astorista, a pesar de que Mujica le puso un equipo económico “paralelo”. Esta dualidad en la conducción de la política económica resultó en una mayor libertad de las empresas públicas para decidir sus propias inversiones, independizándolas de cualquier criterio de solvencia macroeconómica.
El escándalo de Pluna provocó la renuncia de Lorenzo y marcó un antes y un después en la gestión de la economía por parte del Frente Amplio. El sello del astorismo estaba impreso en todas las etapas del affaire, desde la privatización, pasando por el aval estatal a la deuda hasta el bochornoso remate de los aviones. Pluna también significó la ruptura definitiva entre Astori y Sendic, por ese entonces presidente de ANCAP y con aspiraciones presidenciales propias. Mientras iba fundiendo con éxito a ANCAP, el financiamiento de Venezuela a las compras de petróleo le permitía un poder financiero fenomenal que liberaba a ANCAP de la “tiranía” del Ministerio de Economía y Finanzas. El caldo de cultivo estaba ya preparado con la reforma gerencial implementada por Daniel Martínez, que había instaurado en ANCAP una estructura gerencial más propia de un comité de base.
El resto de la historia es conocido. Lorenzo renunció y fue sucedido por el Ec. Mario Bergara. Más hábil políticamente que Lorenzo y con una gran capacidad técnica, fue levantando los frenos que había dejado Astori durante el primer período. Se acabaron los conflictos con el equipo “paralelo”, y su buena relación con Mujica habilitó el impulso más desarrollista del presidente. Fue la etapa marcada por el proyecto de Aratirí, que al igual que UPM2 ahora, requería inversiones en logística y energía por parte del Estado. Es así que se empezó a hablar del puerto de aguas profundas. También se decidió hacer la planta regasificadora, la planta de ciclo combinado para UTE, al mismo tiempo que se dio rienda suelta al “cambio en la matriz energética” que desde la Dirección de Energía impulsaba el Ing. Ramón Méndez. El resultado es que hasta el día de hoy tenemos un excedente de energía, que pagamos a precios más caros de lo que obtenemos cuando la exportamos a nuestros vecinos. Tenemos una planta de ciclo combinado que debería funcionar a gas, pero lo hace a gasoil y rara vez se prende. Contamos con un esqueleto de planta regasificadora que es solo un ítem en los balances de UTE y ANCAP, hasta que no decidan mandarla a pérdida. Pagamos por energía eólica para que no se produzca. Y la lista sigue…
Esta nueva etapa que comenzó sobre fines del 2012 fue marcada por una importante suba del déficit fiscal y la deuda pública, que trajeron aparejado un creciente atraso cambiario. El viento de cola amainaba, y la proximidad de las elecciones le dio un impulso adicional al gasto público, mientras desde el BPS se liberalizaban criterios para otorgar jubilaciones y seguros por enfermedad, entre otras cosas.
El presidente Vázquez comenzó su segundo mandato con ánimo de reencauzar este desorden en el Estado y restablecer los equilibrios macroeconómicos. Para ello reinstaló a Astori en el Ministerio de Economía, mientras Bergara debió retornar al BCU. Astori transparentó el problema de ANCAP apenas pudo e intentó poner un freno al crecimiento de la deuda y el déficit fiscal, cuyos niveles ya entonces preocupaban a las agencias calificadoras de riesgo.
Mientras tanto el viento de cola se había transformado en un viento de frente. Una fuerte desvalorización del real primero y del peso argentino después, dejaron a Uruguay con un nivel de sobrevalorización cambiaria similar a la que precedió la crisis del 2002, situación que sigue hasta ahora.
Pero el equipo económico, acostumbrado a poner el freno en bajada, no tenía acelerador. Es aquí donde el gobierno decide jugar toda su suerte al proyecto UPM2, apostando a que las inversiones en infraestructura de transporte y energía ayudarían a reactivar la economía. Pero el Estado ya no podía contraer deuda para financiarlas, lo que motivó el diseño del Programa de Participación Público Privada (PPP), que no es más que un mecanismo para que el Estado financie obras y que la deuda quede en cabeza del sector privado. Como resultado, el Estado termina pagando al sector privado una tasa de interés implícita muy superior a la que pagaría si tomara deuda directamente. Todos estos elementos ayudan contablemente a no contraer más deuda, pero en el mediano plazo comprometen aún más el déficit fiscal, ya que al Estado le termina costando más.
En la actualidad, y en ausencia de indicadores positivos sobre la marcha de la economía, el equipo económico –en clave electoral- intenta contrastar la situación actual con la crisis uruguaya del 2002 y la crisis por la que atraviesa la Argentina.
Algunos asesores de la oposición han entrado en el juego dialéctico planteado por los asesores de Daniel Martínez que con picardía comparan la situación actual con la del 2002. Pero esta comparación es inconsistente ya que contrasta una situación pre-devaluación (la actual), con una situación post-devaluación (2002). Existen muchos factores que nos llevaron a la crisis del 2002, pero la sobrevaluación de la moneda fue el principal, y terminó por duplicar el peso de la deuda sobre el PBI, conduciendo fatalmente a la reestructuración de la deuda.
Para entender la magnitud del efecto devaluatorio, conviene detenerse en los indicadores a fines del 2001. Terminado ese año, la economía llevaba casi tres años en recesión, lo que provocaba un aumento del déficit fiscal. A pesar de ello, el equipo económico logró mantener el déficit por debajo del 3,5%, significativamente inferior a los niveles actuales del 5% cuando todavía ni siquiera entramos en recesión. Por su parte, la deuda se mantenía en niveles de 48% del PBI, sensiblemente menor que el 65% de hoy.
En los hechos, el equipo económico mantiene de forma artificial el nivel de actividad en base a deuda, aumentando la magnitud del eventual impacto cuando se produzca la inevitable corrección cambiaria. Las condiciones de hoy sin dudas son peores que las prevalecientes en los días previos a la renuncia de De la Rúa en Argentina.
Lo que nos lleva al segundo recurso dialéctico al que han recurrido los asesores de Martínez, que consiste en comparar un eventual gobierno de la oposición con la Argentina de Macri.
Esto resulta llamativo, porque no existe nada más similar a las políticas de Macri que las llevadas adelante por el Ministerio de Economía y Finanzas. Pero en la era de la post-verdad, todo es posible. En la realidad el discurso y las políticas del equipo económico de Macri tenían varios puntos en común con el de Astori: nosotros somos los mejores, el mercado nos va a premiar y mientras tanto seguimos gastando y endeudándonos. Si a esto agregamos la filosofía política del “vamo arriba”, la mezcla puede ser explosiva.
Resulta claro que quien asuma el gobierno el 1 de marzo del 2020 se enfrentará a una tarea titánica. Para ese entonces Astori se habrá retirado de la gestión económica y quienes asuman el Ministerio de Economía deberán enfrentar un desafío propio de los dioses del Olimpo.
- M. Sc., Instituto Tecnológico de Massachussets, Contador Público.