Para ciertos chicos y adolescentes es la peor de las pesadillas; para muchos puede ser una dimensión del paraíso. Pero en verdad las estadísticas no mienten: las matemáticas son el ogro de la educación media. Un equipo de investigadores de la Universidad de Washington en St. Louis pudo establecer que los programas y los profesores de exigencia más rigurosa en matemáticas llevan a un alto número de estudiantes a desertar en masa del secundario; prefieren perderse todo, antes que seguir chocando con un monstruo que no pueden domesticar. Este dato norteamericano se replica en gran parte del mundo; también en Argentina.
Los hallazgos de la neuropsicología nos indican que los sistemas educativos no parecen entender los sentimientos negativos que los estudiantes a veces vivencian cuando se enfrentan a matemáticas, tanto en el sistema escolar como –y es todavía más grave– en la vida cotidiana. Matemáticas y sufrimiento son términos sinónimos para ciertas personas.
¿Qué dice la ciencia? Por lo pronto observa una alta correlación entre la llamada ansiedad matemática (AM) y la discalculia (dificultad específica del cálculo matemático) y que ello comienza en etapas muy tempranas del desarrollo, extendiéndose a la vida adulta y cercenando las posibilidades del sujeto de elegir un empleo relacionado con esta disciplina. La ansiedad matemática no es una buena compañera de vida, porque también es responsable de una muy baja autoestima.
Existe evidencia de que la AM se vincula con cambios en algunas áreas cerebrales relacionadas con el logro matemático, la autogeneración de errores en tareas numéricas y los procesos inhibitorios durante la realización de tareas de cálculo. En una investigación llevada a cabo en la Universidad de Mugla, en Turquía, se mostró otra arista compleja y reveladora del problema: pudo comprobarse que la ansiedad matemática en niñas es mayor que en niños con desarrollo típico. Traducido al español corriente: las nenas están más predispuestas a llevarse pésimo con los números, lo que parece contradecir una larga y gloriosa tradición de mujeres que fueron y son vanguardia en la materia.
Lo cierto es que, por más elementales que nos parezcan, los nudos que plantea la aritmética están muy extendidos en nuestra sociedad y representan serios obstáculos para la vida diaria, la escuela o el éxito profesional. Algunos investigadores han estudiado en qué medida la conducta de resolución de problemas difiere entre niños/adolescentes con y sin discalculia y se preguntaron si es posible observar patrones de error específicos que podrían brindar información importante para el diagnóstico de trastornos aritméticos. Los resultados mostraron que las malditas restas y las odiadas divisiones constituyen en los más chicos la principal dificultad, junto con las conversiones de decenas, unidades, centenas. Algo fallido está en la base de la pedagogía que no puede destrabar esos obstáculos.
Todo esto nos lleva a agitar el bolillero partiendo de cero, sin nostalgias y sin prejuicios. Hay que empezar pensando, para variar. Y pensar con audacia y humildad. Las preguntas se agolpan: siendo que la matemática es un área tan importante para la vida estudiantil y profesional, siendo que existen tantas dificultades y sentimientos negativos con respecto de ellas, ¿no sería útil replantearse si el sistema educativo no debería intentar llegar a la mayor población posible con nuevos programas de intervención que se basen en las neurociencias y en los datos científicos que tenemos a disposición y evitar que el alumnado termine derrotado? ¿Para qué vino la pandemia si no es, entre otras cosas, para darnos la oportunidad de que revisemos lo que estamos haciendo e imaginemos modos y método nuevos ante viejos y nuevos problemas? ¿En qué están pensando los que deberían pensar en estas cosas?
Me consta que poner de pie a un elefante dormido es más fácil que agitar al sistema educativo; a lo pesado de la inercia se une la resignación y el encierro ideológico. En parte la responsabilidad la tenenos los profesionales docentes, los directivos, los psicólogos y psicopedagogos. Pero no solo nosotros; también el ambiente social e institucional deben habilitar el camino, dejar de mirarse en los espejos del pasado, hacer bien las cuentas y reconocer que produciendo frustración no se engendra un mejor futuro para nadie.
*Psicóloga y profesora. Especialista en autismo. Mg en dificultades de aprendizaje.
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