El pasado 2 de octubre tuvieron lugar las elecciones generales en Brasil, para elegir presidente y vicepresidente, al Congreso Nacional, los gobernadores, Asambleas y Cámara Legislativas Estatales y Cámara Legislativa del Distrito Federal, todo en paralelo.
Los resultados obtenidos al cierre del escrutinio arrojaron una idea clara del peso de las encuestas -sobre todo cuando actúan en sintonía con los medios- en los resultados electorales, no solo en Brasil, sino también en los principales países del mundo.
Las pesquisas de las principales agencias brasileñas coincidieron desde el vamos, en que si el expresidente Lula Da Silva presentaba su candidatura, duplicaría en votos la postulación a un segundo período del Presidente Jair Bolsonaro.
Del sondeo inicial que auguraba una tan esmirriada intención de voto para la reelección del mandatario, a los anuncios más generosos de las últimas encuestas -a pocos días de las elecciones- que continuaban situando a uno y a otro a una separación no menor de 14 puntos de distancia. A lo que se le agregaba un factor que encendía aún más el impacto triunfalista que se procuraba: la victoria del ex presidente Lula se iba a dar en la primera vuelta.
Escrutado el 100 % de los votos, los resultados de la voluntad popular dejaron bastante desairadas a las proyecciones de los institutos especializados. A tal punto que la revista Veja afirmó que “la diferencia entre los candidatos fue bien inferior a la prevista por los institutos” cometiendo “un error fuera del margen de error”.
Los sondeos electorales se han venido convirtiendo en todas partes del mundo en un instrumento que ejerce una enorme influencia sobre la configuración política. Sus dictámenes modifican la intención del voto, reduciendo el componente de la convicción -esencial en el funcionamiento de la Democracia- y aumentando el cálculo utilitario de los votantes.
Curiosamente estas empresas abocadas a captar las intenciones políticas de los sufragantes, muy bien remuneradas, se mueven dentro de un universo económico de alta gama, al que nadie podría imaginar opuesto a los intereses de los grandes capitales globales.
¿Será qué lo “políticamente correcto” se mueve dentro de esta misma franja?
¿Quién dijo que el reñido desenlace electoral del pasado domingo fue una contienda entre la izquierda y la derecha?
En casi todos los medios del mundo se trató de trasmitir la sensación que el país de América Latina, que no sólo posee el mayor número de habitantes –y de electores- sino que además conforma su principal economía, se debatía entre dos polos: por un lado los “oprobiosos” intereses aferrados a conservar sus privilegios y por el otro los portadores de “nobles” ideas progresistas que apuntan a una sociedad igualitaria y justa. Un diferendo en ricos y pobres.
Si para muestra basta un botón, analicemos el triunfo por amplio margen de Bolsonaro en San Pablo, el estado que posee el mayor número de industrias y trabajadores asalariados de Brasil.
Sí se podría observar que en uno de los bandos sobresalen voces que hoy se consideran pertenecientes a la izquierda y en el otro de lo que se considera pertenecer a la derecha.
El escritor Venicio Lima, autor de un libro sobre el pedagogo de izquierda Paulo Freire, bajo el título “La construcción de un presidente” realiza un minucioso análisis sobre la enorme influencia que ejercen los mass media en la selección democrática de sus dirigentes y gobernantes.
“La democracia, en las culturas contemporáneas donde los medios de comunicación ocupan una posición central, afirma el ensayista, debe ser reconsiderada como un proyecto político utópico a lograr en el proceso histórico de construcción de escenarios alternativos de representación …”.
“El retorno al concepto de medios de comunicación poderosos hizo posible una creciente conciencia del lugar cultural (ideológico) clave que los medios de comunicación ocupan en los procesos políticos y electorales de las democracias liberales occidentales. Algunos autores expresan su preocupación por el poder de los medios de comunicación para producir lo que es presentado/constituido como público, transformándolo así en elementos de conformidad en la actividad política”.
“Otros describieron la erupción de la videopolítica como fenómeno en plena expansión, en el que un nuevo ‘homo ocular’, nacido de y moldeado por la pantalla, se relaciona con el mundo a través del lenguaje visual, entra en contacto con el poder político (…) “Más recientemente, continúa el escritor, algunos teóricos posmodernos han insistido mucho en que la cultura contemporánea se caracteriza por la sustitución de la realidad por imágenes creadas por los medios de comunicación…”.
“No es superfluo subrayar la posición central de la televisión como maquinaria y régimen de representación, dado que constituye la fuente más reconocida de noticias, información y entretenimiento. La televisión tiene una estructura y un lenguaje narrativo específicos, que limita tanto los programas informativos como los de entretenimiento, y ha desarrollado géneros televisivos particulares (como los culebrones/novelas) que se adaptan a su propio régimen de representación y que son populares entre amplios sectores de la audiencia”.
“Los medios de comunicación se están convirtiendo en un lugar privilegiado, donde realmente se construye (se interpreta) y se disputa la lucha por el conocimiento y el significado -es decir, la lucha por el poder- en las culturas contemporáneas. Los medios constituyen/reflejan los diferentes escenarios de representación en los que se definen cuestiones de clase, raza, sexo, deseo, placer e identidad; por consiguiente, fabrican la política. Ellos definen los temas prioritarios y fijan los límites estructurales en los que se llevará a cabo el proceso electoral, no sólo las campañas políticas”.
Brizola y la Rede Globo
Si en realidad lo que queremos analizar es el inmenso poder de los medios en la confección de los gobiernos, ya sea los que se desplazan por andariveles democráticos, ya sea los que utilizan mecanismos dictatoriales, es bueno soslayar esta última contienda que se acaba de producir en Brasil y, cuyo desenlace es aún inseguro, y remontarnos en el tiempo cuarenta años atrás, dado que uno de los protagonistas no sólo es el mismo sino que con el tiempo ha logrado consolidar un oligopolio mediático.
En 1985 finalizaba el proceso de gobiernos militares y comenzaba la apertura democrática.
Si para esa instancia, hubiera que señalar un claro liderazgo civil, esa figura era el carismático dirigente Leonel Brizola. Su matizada personalidad nos impide encasillarlo en los esquemas ingenuos de izquierda o derecha, puesto que poseía un rico pensamiento político ajustado al legado de Getulio Vargas: un Brasil industrial con una fluida interrelación de sus clases sociales y un rechazo visceral a los intereses espurios que se asocian para vaciar los países.
Su influencia política en Brasil empieza con su determinación de garantizar los derechos de Joao Goulart a asumir la presidencia del país, cuando a Janio Quadros se le acepta la renuncia, y es ahí que promueve en agosto de 1961 una gran movilización popular, conocida por el nombre de la “Campanha de la Legalidade”.
Tras el golpe de 1964, Brizola se exilió en nuestro país donde vivió en su estancia en Durazno y desde allí trabó relación con muchos uruguayos. Tenía todos los rasgos del auténtico caudillo rioplatense, que en portugués se le llama gaúcho.
Nadie de los que lo frecuentaron podría imaginar, que de llegar la apertura, podría no ser él, la figura indicada para acceder a la presidencia de su país, un Brasil en franco crecimiento, cuyo PBI en aquel entonces era similar al de China.
Pero a todo esto, no contó con el beneplácito del monopolio más influyente de medios de comunicación (de aquel entonces y más de ahora).
Con la suspicaz intuición que poseen los caudillos, olfateó que a la campaña por las elecciones directas (Diretas Já) se le estaba armando una trampa. Y se reunió con el Gral. J. Bautista Figueredo para que prolongara un período más su mandato y después si, ¡elecciones directas!
Pero llegó tarde, los poderes no visibles ya habían llegado a un acuerdo para que en enero de 1985 se designara presidente por los discutidos mecanismos de elección indirecta, al líder del movimiento “Diretas Já”, Tancredo Neves, una respetada figura proveniente del Estado Novo, exministro de Justicia de Getulio, que murió prematuramente sin poder asumir la primera magistratura, a la que accedió su vice José Sarney.
Cuando hay una concentración de poder mediático tan descomunal la intriga política tiene todas la de ganar.
Y así llegamos a las elecciones presidenciales de 1989 donde la jugada del imperio Globo juega una tortuosa partida. A través de la postura editorial del periódico O Globo, su tradicional portavoz oficial, el grupo Globo se opuso claramente a la candidatura de Leonel Brizola y elaboró por un lado un perfil explícito y público de un candidato conservador ideal, con fabricada experiencia de gobernante de Alagoas: joven, bien parecido, deportista de artes marciales, al que no había con que darle y por otro lado se le dio perfil político a un dirigente sindical José Ignacio Lula Da Silva. Así se creó una izquierda y una derecha que, como las dos muelas de una tenaza, aprisionaron a Brizola en medio de los dos.
A finales de julio de 1989, Roberto Marinho concedió una entrevista al periódico Folha de Sao Paulo en la que, si bien aduciendo que aún no había tomado una decisión definitiva, declaraba su clara preferencia (es decir, la del grupo Globo) por Fernando Collor de Melo, su contrincante Lula venía por añadidura.
La construcción del escenario político por y a través de las noticias de Globo TV tuvo cuando menos dos aspectos: la desproporcionada cobertura favorable otorgada a Collor en comparación con todos los demás candidatos; y la publicación semanal (o la omisión) de las estimaciones de encuestas sobre los candidatos en cabeza, que tendrían que enfrentarse en la segunda vuelta electoral desplazando a Brizola fuera de esta siniestra dialéctica.
¿Qué tienen en común Brizola y Bolsonaro con una actuación política que dista 40 años una de otra? Seguramente muy poco, aunque ambos son víctimas de el mismo siniestro gigante mediático.
Sin embargo, se podría constatar que los dos, con temperamentos y plataformas tan disimiles, son mirados de reojo por un creciente mundialismo que pretende avasallar cualquier vestigio de resistencia a quienes se resisten a dejar perforar los límites del Ser Nacional.
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